El corazón… creí que se me paraba. Así que me subí al coche y puse rumbo a Dios.
Así comienza el primer cuento de Amy Hempel en la antología publicada en 2009 por Seix Barral. Y sólo con esa línea ya comprendemos por qué esta escritora aficionada a los perros y a la psicología forense es la musa predilecta de Chuck Palahniuk, aunque por sus páginas no paseen monstruos invisibles ni se abran clubes de lucha.
El secreto está en las frases, contundentes como golpes.
Aunque Amy Hempel no te golpea, más bien te socava por dentro, te va haciendo agujeritos hasta que el vacío es tan grande que tambaleas de vértigo. Su estrategia consiste en ponernos ante un drama, la muerte a ser posible, y entonces hacernos mirar hacia otro lado. El truco funciona de tal forma que, con esa mirada tangente, Hempel consigue emocionarnos más y mejor de lo que nunca hubiéramos creído, aunque de una manera extraña e irracional. Igual que una llave de judo, la prosa de Hempel nos hace perder el equilibrio y luego nos deja tirados en el suelo, hechos un guiñapo.
Amy Hempel es una de las criaturas geniales surgidas del laboratorio del editor Gordon Lish, aunque es muy poco lo que tiene en común con autores como Raymond Carver. Tienen en común la atmósfera de cotidiana extrañeza, quizá, y la presentación de hechos triviales como si fueran decisivos aunque se nos escapen las verdaderas razones. Y las precisión de las frases, por supuesto. Sus frases suenan a veces más a poesía que a prosa, a haiku que a relato.
Como en Palahniuk, a veces sus párrafos parecen un catálogo de síntomas de la vida moderna expuestos en fotos coloristas y satinadas. Pero a diferencia de Palahniuk, todo lo que Hempel nos cuenta es la verdad, es una metódica recreación de los hechos. Casi siempre.
No hay nada de filosofía ni una gota de sermón en estos cuentos. Hempel busca las respuestas del alma en el cuerpo, especialmente en el cuerpo herido. Como una psicóloga forense, esto es.
Aunque se trata de un hiperrealismo tramposo, por supuesto. Con Amy Hempel puede suceder que te esté contando una historia y, de repente, haga una pausa y te diga que todo lo anterior no es cierto. Que ha omitido los datos fundamentales, y que por eso mismo la idea que tú tienes de lo que ha pasado es completamente errónea. Y a continuación, los datos reales. Este cuento se titula La cosecha, y yo lo he utilizado en algún taller literario, robándole la idea a Tom Spanbauer, porque me parece que refleja magníficamente en qué consiste el mecanismo de la ficción y cuál es el poder del narrador. Para quitarse el sombrero, como casi todos los cuentos que abultan este volumen.
Una de las frases promocionales de la cubierta dice: “Hempel te convierte en mejor lector”. Yo añadiría que, con un poco de suerte, también te puede convertir en mejor escritor.
¿Qué más puedo decir? Amy Hempel consigue hacerte llorar con una frase sobre chimpancés. Y eso merece un respeto.