"¡Devuélveme a mi hijo, Matteo! ¡Devuélvemelo o, si no puedes, dame al menos a quien lo mató!".
No existe un argumento más dramático, ni cabe una motivación más poderosa para un personaje que los que presenta esta novela de Laurent Gaudé: vengar el asesinato de un hijo, descender a los infiernos para recuperarlo si es necesario. ¿Qué no estaría dispuesto a hacer Matteo De Nittis, un humilde taxista de Nápoles, por mitigar su dolor y el de su mujer, por borrar el momento en que su pequeño Pippo cayó fortuitamente abatido en medio de un tiroteo callejero? La puerta de los infiernos cuenta la historia de un duelo, el de la pérdida de un hijo, que es posiblemente el duelo más insufrible que puede imaginarse, y quizá por eso Gaudé ha decidido facilitar el trago al lector con una prosa esquemática, martilleante y limpia, tan segmentada en breves capítulos que la mano nunca abandona la esquina de la página.
Además de la pérdida, los temas que laten en este drama orfeico son tan poderosos como la justificación de la venganza o la determinación de dónde se encuentra la auténtica valentía. Matteo se ve cuestionado como hombre y como padre por partida triple: por no haber podido evitar la muerte de su hijo, por no ser capaz de vengarlo y por no hacer todo lo posible para traerlo de vuelta. Pero será Giuliana, su mujer, quien ceda la mayor derrota en esta historia, primero ante el odio indiscriminado y después ante el olvido.
La novela está contada en dos niveles temporales, el de la muerte de Pippo en 1980 y el momento de la venganza en 2002. Si digo que el ejecutor de esta venganza es el propio Pippo no estoy desvelando nada, puesto que la narración arranca en primera persona y con todas las cartas boca arriba. Desde el primer momento se nos avisa de que tenemos por delante una historia que romperá las barreras entre la vida y la muerte.
Pero, ¿estamos ante una novela fantástica? Efectivamente, el descenso de Matteo a los infiernos es un descenso literal y explícito, con sus criptas, sus puertas de bronce, sus almas en pena, sus paisajes devastados y sus sombras aulladoras. Pero hay algo radicalmente teatral en todo el viaje y su ambientación, una premeditada sensación de cartón piedra, de atrezzo, casi nos parece ver las cuerdas de las que cuelgan los espectros, la tramoya detrás del texto. Y no solo sucede con la puesta en escena sino también con los personajes secundarios (una autentica galería de arquetipos) y con los diálogos. Este es un libro donde los protagonistas (particularmente Giuliana, en su sarta de maldiciones, y el propio Pippo, al final) se plantan para soltar largos monólogos y casi se puede escuchar el resonar de sus voces por el anfiteatro. La inspiración de tragedia clásica es evidente en todo momento del relato, y no sorprende descubrir la condición de dramaturgo en la solapa biográfica del autor.
A pesar del esquematismo narrativo y de esta sensación constante de tramoya, la historia de Matteo y Pippo ha llegado a conmoverme. Uno termina con la sensación de que el lenguaje empleado por Gaudé era exactamente el adecuado para contar esta historia, de que hubiera sido imposible hacerlo desde un estilo hiperrealista, de que cualquier otro autor se habría perdido en estos infiernos de dolor y fantasmas y que Gaudé es capaz de estremecernos con solo mostrarnos el mapa de su ubicación.
En todo caso, una lectura recomendable.