viernes, 1 de mayo de 2009

Crisol se ahoga


Todos los domingos, a eso de las doce, dejo a mi hijo mayor en la clase de natación y aprovecho esa media hora libre para escaparme a la librería Crisol de la cercana calle López de Hoyos. No siempre compro, pero me encanta merodear por sus mesas y estanterías viendo qué hay de nuevo o de viejo, mientras escucho la música que ronronea por los altavoces, casi siempre Fito y los Fitipaldis porque ése debe de ser el grupo favorito del encargado en el turno de los domingos por la mañana. Los dependientes de Crisol no te agobian preguntándote qué buscas pero son amables cuando vas tú a explicarles lo que buscas, como debe ser. Si no fuera por el gorila uniformado que me mira de reojo con su estúpida cara de "te tengo calado", diría que esa media hora que paso entre los pasillos de Crisol me produce una paz espiritual equiparable a la de cualquier servicio religioso dominical. El último día me compré V, de Thomas Pynchon, y salí tan campante por la puerta acristalada. Como diría Stephen King para terminar uno de sus capítulos: Lo que yo no sabía era que nunca más volvería a poner mis pies en aquella tienda.

Santillana ha cerrado Crisol. Ayer salió en la prensa. ¿He dicho prensa? La prensa se acabó, los periódicos son un producto del pasado, como dice Cebrián. A partir de ahora todo será digital. Lástima que los márgenes de beneficio en Internet sean mucho menores y que por tanto resultará "imposible pagar bien la mano de obra intelectual", según el magnate de Prisa.

Y lástima que los intelectuales tengan sistema digestivo (hay que darles de comer) y reproductor (hay que dar de comer a sus hijos) como el resto de la mano de obra.

Los grupos de rock pueden dar conciertos. Los escritores pueden... ¿hacer lecturas? ¿dar conferencias? ¿ser jurados de concursos literarios? Hum, mal panorama.

Las causas oficiales del cierre de Crisol son: "la desaceleración económica actual, la casi desaparición del negocio tradicional de música y vídeo, y la permanente caída del consumo". Otros opinan que lo único que se oculta detrás de esta decisión es una malísima gestión empresarial. Lo cierto es que yo siempre he visto gente comprando en la tienda Crisol de López de Hoyos. Hace tiempo que los discos y las películas quedaron relegados a un rincón insignificante y absurdo (¿quién paga 21 euros por un CD hoy día?), eso es cierto, pero me cuesta creer que las cuentas no les salgan en la sección de librería. No me lo creo.

En fin, me queda el consuelo de haber tropezado con esta joya de Thomas Pynchon en mi última visita al Crisol. Dudo mucho que lo encontrase en un VIPS o en un Alcampo.

Un fragmento del libro, al azar:

Raspó la barbilla contra el micro del teléfono, haciendo sonidos rechinantes con la barba de tres días. Pensó que en todo el camino hacia el norte, a lo largo de los ochocientos kilómetros de longitud del cable telefónico subterráneo, tenía que haber lombrices de tierra, ciegos gnomos y seres por el estilo, que estarían escuchando. Los gnomos saben un montón de magia: ¿podrían cambiar las palabras, hacer imitaciones vocales?

Qué maravilla.

Así que los próximos domingos, mientras mi hijo aprende a nadar, no saldré corriendo por las callejuelas transversales en dirección al Crisol de López de Hoyos, sino que me repatingaré en cualquier banco con mis quinientas páginas de Pynchon y trataré de leer sin pensar en lo que dice un amigo mío, que por cierto también escribe: que la literatura sólo va a darnos una vida de mierda. Que mejor hacerse profesor de natación, por ejemplo. De momento no existen las piscinas virtuales.

2 comentarios:

  1. Dos dudillas: de todas las veces que has ido a Crisol, ¿cuántas has comprado? ¿Siguen sin salirte las cuentas?

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  2. Pues más de las que debería; me temo que la balanza comercial entre Crisol y yo me sale muy deficitaria.
    Pero seguramente yo no soy un ejemplo representativo, es verdad.

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