DeLillo es un autor difícil de recomendar. Escribe raro. No se sabe muy bien de qué van sus libros. Monta párrafos que hacen equilibrios entre la genialidad y el sinsentido. Sus personajes mantienen unos diálogos rayadísimos. Toda su obra gira sobre acontecimientos e iconografía de un país que no es el nuestro. Acabas sus libros exhausto y preguntándote a qué venía todo lo anterior.
Por eso adoro a Don DeLillo.
Ruido de fondo me fascinó y Submundo me ha dejado definitivamente K.O. Entre medias ha ido cayendo un puñado de libros extraordinarios pero que nunca recomendaría: Cosmópolis, Mao II, El hombre del salto, Jugadores, Body art. Algunos son joyas incomprensibles, más que incomprendidas. Pendientes de leer: Libra y el último, Point Omega, aún no publicado en nuestro país.
La cubierta del libro dice que
Submundo relata cincuenta años de historia estadounidense, y es verdad, pero cuidado: DeLillo es lo más opuesto a un autor de novela histórica que cabe imaginar. De novela contrahistórica, en todo caso. Quien se aproxime a sus libros para aprender algo nuevo acerca de la guerra fría, del asesinato de Kennedy o del once de septiembre se llevará una decepción. A DeLillo no le importan los hechos concretos tanto como sus implicaciones psicológicas y emocionales, las huellas que dejan en la piel y en el alma de los personajes.
Dijo:
Es curioso pensar lo que puede hacer un novelista de ficción, en oposición a lo que hace un periodista o un historiador. Dicen que el periodismo es el primer borrador de la historia, y quizás de un modo curioso la ficción es el borrador final, y no porque sea más fiel a los hechos o más permanente que el trabajo del historiador, sino porque puede entrar en un territorio desconocido. El escritor puede abrirse camino hasta el impacto de la historia en el interior de las vidas, puede examinar lo que el personaje ve, siente, piensa, oye, incluso lo que sueña. Estos son elementos que están fuera del alcance de historiadores, sociólogos o periodistas.
El submundo que nos cuenta DeLillo es lo que se mueve por debajo de los grandes acontecimientos, una especie de reverberación emocional encarnada en mil rostros, unos anónimos y otros legendarios. Desde la perspectiva de DeLillo, una pelota de béisbol puede ser más importante que una detonación termonuclear, y una monja del Bronx puede hallarse más cerca de la transcendencia que el mismo director del FBI.
Pero no voy a hacer una crítica ni un resumen de
Submundo porque no me apetece y porque ya hay
otros que lo han hecho muy bien. Tampoco voy a recomendarlo. No quiero que nadie me persiga luego con un tocho de novecientas páginas para arrojármelo a la cabeza.
Lo único que digo es que no hay nadie que escriba como este tipo. Lo de menos son los argumentos, realmente. Es su lenguaje lo que marca la diferencia. Su manera literaria de aproximarse a los hechos y a los personajes. Un botón de muestra: el modo en que relata cómo se produce un asesinato accidental, al filo de la página 851. Lees una página así y sientes que te han hecho un regalo increíble. Y si de verdad te preocupa escribir, no tienes más remedio que leer alguna vez a Don DeLillo. Porque sus trucos no son iguales a los trucos de nadie.
Una reflexión más general para terminar: qué envidia me provoca el papel que juegan los autores norteamericanos en la construcción viva de su cultura, en la invención de una mitología propia. Porque eso es exactamente lo que hace DeLillo con sus libros; la búsqueda de esa vaticinada Gran Novela Americana es la búsqueda de una mitología nueva, es el intento de esculpir algo así como una psique colectiva alrededor de hitos recientes de la historia nacional. ¿Es mi impresión, o el autor europeo se ha resignado a ser un observador cínico de su propia cultura, de su historia y de su tradición, que llevan demasiados siglos inventadas e inventariadas? Desde luego, no resulta muy alentador pensar que la Gran Novela Española ya fue escrita en 1605.