domingo, 28 de noviembre de 2010

Reseñas de "Mujer abrazada a un cuervo"


Con permiso, voy a darme el gustazo de recopilar en la última entrada de este blog las distintas reseñas, entrevistas y críticas que han aparecido en prensa y en internet sobre Mujer abrazada a un cuervo.

(Y sí, he dicho última entrada. Después de dos años y medio, creo que ya va siendo hora de jubilar este querido pero abandonado blog. Nos vemos en Facebook, amigos. Las palabras mágicas no acaban aquí.)

En memoria de todos los árboles muertos por la causa, comenzaremos con prensa escrita:

Artículo-entrevista de Emma Rodríguez para el diario El Mundo:



Crítica de Ricard Ruiz Garzón en la revista Qué Leer:


Reseña de Javier Sánchez Zapatero en La Gaceta de Salamanca:


Y en internet:

Artículo-entrevista de Laura Fernández para elmundo.es, aquí.

Reseña de Sergio Parra para Papelenblanco, aquí.

Reseña de Jaime Valero para ZonaFandom, aquí.

Entrevista de Patricia Esteban Erlés para Anika entre libros, aquí.

Entrevista de Jesús Rubio para Diario de Navarra, aquí.

Entrevista de Sonia Macías para Noticias de Navarra, aquí.

Entrevista de Javier Pellicer para H-Horror, aquí.

Reseña de Juan Ángel Laguna Edroso para Ociozero, aquí.

Reseña de Emilio Bueso para Ociozero, aquí.

Reseñas de Patricia Esteban Erlés y Óscar Bribián para Anika entre libros, aquí.

Reseña de José María Tamparillas para El blog de Innsmouth, aquí.

Reseña de Vanessa Godia sobre el Liter Imaginarius en Diario del Alto Aragón, aquí.

Reseña de Joe Álamo en Letras para soñar (Ahora somos piratas), aquí.


Perdón si me olvido de alguno. Mi infinito agradecimiento a todos los arriba citados, y a todos los ocasionales lectores de este blog. Besos y abrazos a repartir,

¡Hasta pronto!


domingo, 14 de noviembre de 2010

De presentaciones



Burjassot, Semana Gótica, Pamplona, Huesca, Madrid... La historia de Cruz Montenegro y su misterioso hombre cuervo sigue dándose a conocer por el mapa y empiezo a acumular tal cantidad de agradecimientos que podría convertir mi blog en un monográfico. Bueso, Vera, Eximeno, Monteano, Somoza. Increíble José Carlos Somoza en la presentación del jueves pasado en la Casa del Libro de Gran Vía. Pasmosa su generosidad y su visión de un panorama narrativo fantástico que conoce bien, porque de estas latitudes él es pionero y guía desde hace algún tiempo.

Y sobre todo gracias a la gente. A los conocidos y desconocidos que te mienten, qué bien has hablado, y encima se gastan el dinero en tu libro. Al menos sé que os gustará. De eso podéis estar seguros.

Atención al detalle de la fotografía de abajo: los puños del lector sobre el borde de la mesa, a la espera de ese libro que le han prometido tan emocionante y extraordinario, apretados y tensos, dispuestos para dar su sentencia.

Ahí se ve quién es el que realmente manda en este negocio.



Fotografías: Bernardo Moll Otto

viernes, 15 de octubre de 2010

HC2010

Predestinación

Viajas en tren. Atraviesas media península para acudir a la más importante convención de literatura fantástica del país. Vas a presentar un libro con título absurdo que al parecer has escrito y por más que emborronas páginas de tu moleskine roja no encuentras el modo de condensar el maldito argumento en un par de frases atractivas o coherentes. Escuchas Imperfect Harmonies en bucle infinito y no puedes dejar de pensar que allí estarás rodeado de otros autores que han escrito libros mucho mejores o en todo caso ellos creen que los han escrito. Gente con camisetas negras que ha leído un millón de páginas de ciencia ficción más que tú y sabe infinitamente más acerca de viajes temporales, poderes extrasensoriales y universos góticos. La cobertura del teléfono dentro del tren es tan mala que empiezas a sospechar menos de Vodafone que de la cancerígena aleación con que está fabricada aquella lata de sardinas rodante, y cuando por fin recibes los primeros mensajes descubres que tu presentador lleva un rato tratando de ponerse en contacto contigo. Mosqueado, te levantas del asiento y vas a pegar la nariz al cristal de la puerta entre vagones, donde la cobertura es sólo una barra menos deprimente, para probar suerte. Porque hoy necesitarás suerte. Quieres que la andadura de tu novela arranque con buen pie. Entonces el tipo en quien has puesto toda tu confianza para que saque adelante la presentación de esa tarde contesta por fin al teléfono y te dice: Ismael, estoy en el hospital.




Clarividencia

Al quinto metatarso de Emilio Bueso no le gustó mi novela. Según los testigos, el crujido que emitió al partirse decía exactamente: "Búscate a otro para esta movida, tío, que yo paso del slipstream". De modo que éste era el panorama: tres horas para mi primera presentación pública de Mujer abrazada a un cuervo y mi brillante presentador siendo atravesado por rayos X justo como en una de esas novelas de ciencia ficción. Cuando se levantó aquella mañana Emilio Bueso no podía sospechar que en pocas horas tendría el privilegio de contemplar el interior de su propio pie. Magia negra, pero no tanto. El descubridor de los rayos X se llamaba Wilhem Röntgen, ganó el Premio Nobel de física en 1901 y treinta años después su apellido se convirtió en la medida de exposición a radiaciones invisibles como, por ejemplo, las emanadas tras la explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl. Sístole, diástole, casualidades o sincronías: la única otra persona en el mundo que había leído mi novela recién salida de imprenta se encontraba precisamente allí, en Burjassot, y respondía al nombre de Sergio Vera Valencia. Aunque Sergio no lee los libros, los libros le hablan a él. Por eso ve cosas que nadie más puede ver en sus páginas. Los defectos, también. Pero es tan buena gente que supe que estaba salvado en el mismo instante en que aceptó sentarse conmigo en el lado comprometido de la mesa, donde tienes que hacer algo más que contener los bostezos.




Bilocación

Lo hizo San José de Cupertino y lo hace Emilio Bueso, ambos con ayuda divina: viajar a lugares remotos en menos de un segundo, multiplicarse, estar en dos sitios a la vez. Cuando empieza la presentación no tengo uno sino dos presentadores capaces de obrar milagros. Leer, caminar. Y se me ocurre que hay un puñado de cosas más interesantes de las que hablar ahora mismo, al público no le importaría, pero el programa dice que toca hablar de mi libro y eso es lo que nos ponemos a hacer mientras Verónica Leonetti nos convierte en inmortales con sólo mover un dedo, otro milagro. Emilio dice que he escrito un biothriller y habla de gatos, Sergio se pregunta por mi fijación con los curas y los trastornos digestivos, y yo insisto en que es una novela de suspense aunque ya nadie me crea. Entonces se hace de noche, mis santos se desvanecen y quedo en compañía de todos mis amigos mortales, algunos virtuales que dejan de serlo: David, Fernando, Roberto, Susana, Óscar, Joe, Kachi, Mariluz, Rubén, Santi, otros veinte más y un tipo muy simpático de Vilafranca del Penedés que dicen que ha escrito una novela bastante pintona. Le damos un premio, y todo. Cuando regreso al día siguiente, con un Ignotus que no lleva mi nombre y medio lobotomizado por el rock armenio que brota de mi iPod Shuffle, tengo la impresión de que este Hispacon estaba predestinado a salir así desde el principio, y de que si tuviera el don de viajar al pasado no haría otra cosa que pasarme el lunes temprano por la Casa de la Cultura de Burjassot y colocar un pequeño cartel: Cuidado, escalón.



Fotografías de Verónica Leonetti.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Colección Púrpura nº26




Con todos vosotros: mi tercera novela, recién salida del horno. La cubierta es una fotoilustración de Ash Sivils titulada Mental reflections, lo que no podía ser más apropiado para una novela sobre mentes capaces de viajar al otro lado del espejo.

Éste es el secreto: si cierra los ojos, Cruz puede ver lugares en los que nunca ha estado, instantes de vidas ajenas, crímenes o abrazos clandestinos detrás de una cortina vaporosa. Y éste es el peligro: si no tiene cuidado, su mirada indiscreta podría arrastrarla al otro lado, donde los espectros tienen manos y pueden atraparla.

Permaneced alerta: el hombre-cuervo aleteará muy pronto por vuestra librería más cercana...

(Más información aquí)

lunes, 16 de agosto de 2010

Leer "best sellers" es una enfermedad





No lo digo yo, lo dice el escritor y director del Instituto Cervantes de Nueva York, Eduardo Lago, en su artículo publicado ayer en El País. Tan implacable diagnóstico es el colofón de un texto que comienza con el alivio (alivio para él, al menos) de descubrir que los best sellers no son literatura en absoluto, de manera que los autores cultos y poco populares pueden respirar tranquilos y dejar de sentirse amenazados. Son novelas, sí, pero hechas de algún otro material linguístico completamente ajeno al que alimenta las grandes obras literarias. Otro alfabeto, quizá.

Resuelto a curar de su enfermedad a los probos ciudadanos que consumen best sellers, Lago les anima a arrojar sus librachos a la papelera mas cercana y a que cambien "unas horas de entretenimiento estúpido por una experiencia estética verdadera". Su receta infalible tiene nombre y apellido: Anna Karénina.

Sorprendentemente, el artículo viene ilustrado con el dibujo de un best seller sobre la arena de la playa. Pero digo "sorprendentemente" porque el best seller en cuestión tiene forma de ladrillo, y si algo define a los best sellers es —en palabras del propio Lago— que se trata de "productos ligeros, de fácil consumo". Me temo que la asociación con el ladrillo se corresponde mejor con otro tipo de libros, tal vez alguno de los que Lago quiere recetarnos para nuestra sanación...

Para respaldar su desprecio hacia la literatura de consumo masivo, Lago apela a la clasificación de los libros más vendidos del New York Times, asumiendo que su categoría Paperback Mass-Market Fiction es una especie de gueto para segregar la literatura popular (mala) de la literaria (buena), cuando dicho epígrafe únicamente hace alusión al formato (bolsillo), pero en absoluto al contenido. Otra cosa es que los libros de "alta literatura" pocas veces lleguen a vender el número suficiente de ejemplares en tapa dura para pasar a formato de bolsillo; pero ése es otro lamento.

Por supuesto que todos deberíamos leer a Tolstoi. A Dostoievski. A Dickens. A Galdós. Quien se alimente exclusivamente de best sellers se perderá lo mejor de la literatura mundial y una gran oportunidad para conocer "la profundidad de emociones, el conocimiento del alma humana, la exquisita disección de las pasiones que son el centro de nuestras vidas". No me cabe duda. Pero no puedo dejar de pensar en lo equivocado del planteamiento según el cual cualquier libro que guste a más de diez mil personas tiene que ser una basura y los autores de best sellers tienen todo que aprender de los autores literarios, pero nada en el sentido contrario.

Hay mucho que aprender de los (buenos) autores de best sellers. El ritmo. La empatía. La estructura. La precisión. La tensión. Los diálogos. Los libros que gustan a una gran cantidad de gente (sé que suena a perogrullo, pero parece necesario decirlo) deben de tener alguna virtud después de todo. Algo deben de saber estos escritores de lo que sucede en el corazón y en la cabeza de los seres humanos. Porque la mano negra del marketing no es omnipotente. Y sí existen libros populares que permanecen. De hecho, no existe modo de permanecer que no pase por emocionar a un grandísimo número de lectores. Puede costar cien años, o cien días.

Leer no es una enfermedad, nunca. Estoy seguro de que Eduardo Lago, que ante todo es un buen escritor, no lo piensa realmente. Si acaso somos los autores los que nos ponemos enfermos cuando nadie nos lee.

jueves, 8 de julio de 2010

Que el vasto mundo siga girando





Decía antes que los autores norteamericanos todavía tienen la fortuna de participar en la invención de sus mitos colectivos, lo que me produce mucha envidia. Pero el asunto es incluso más grave. Mientras leía Que el vasto mundo siga girando (Colum McCann, RBA) me he dado cuenta de que hay autores que tratan de hacer algo mucho más osado: la sustitución de un mito por otro. Algo así como convertir una lápida en una bella escultura. Poner heroísmo y belleza donde la historia puso humillación y tragedia.

El 7 de agosto de 1974 el funambulista Philippe Petit caminó por un cable suspendido entre las recién erigidas torres del World Trade Center ante las atónitas miradas de policías y viandantes neoyorkinos. No fue un acto de protesta de ningún tipo. Fue una exhibición pura de equilibrismo, y quizá por eso la hazaña de Petit cayó en el olvido de un modo rápido e implacable. Hasta el 11 de septiembre de 2001. Aquel día las torres gemelas se convirtieron en un símbolo del horror para el mundo entero y muy particularmente para los norteamericanos. Ni diez guerras bastarían para curar esa herida, para tapar esa cicatriz en el corazón del imperio.

Pero sí, existía un modo casi mágico de sanar la herida. Y no fue McCann el primero en dar con la idea, ni el director del documental Man on wire. Fueron los portadistas del New Yorker, en el quinto aniversario de la catástrofe, quienes descubrieron el poder sanador de aquella imagen olvidada del funambulista encaramado en lo alto de las torres como un ser mitológico o semiangelical.

Que el vasto mundo siga girando es un retrato en claroscuro de un puñado de habitantes del peligroso Nueva York de los años setenta. El personaje central es un sacerdote irlandés obsesionado por ayudar a las prostitutas del Bronx; de su historia brotan todas las demás en un haz de conexiones en apariencia casuales, pero concienzudamente planificadas por el autor. McCann no escatima en drama y dolor de todas las texturas y colores, pero los pone en una balanza junto a pequeños atisbos de esperanza y termina por convencernos de que estos pesan más.

Hay una fotografía concreta que sirve de ancla temporal y anímico para toda la novela (incluida en sus páginas), y es la de Petit flotando entre las torres bajo la sombra de un avión que evoca demasiado fielmente a los del 11 de septiembre.

"Un hombre en el aire mientras un avión parece que va a desvanecerse tras el borde del edificio. Un pequeño fragmento de historia que se encuentra con otro mayor. Como si de alguna manera el funámbulo anticipara lo que vendría más adelante. La intrusión del tiempo y la historia. El punto de colisión de los relatos. Esperamos la explosión pero ésta nunca llega. Pasa el avión, el funámbulo alcanza el extremo del cable. No se produce un derrumbe. Se me antoja un momento perpetuo, el hombre solo contra la naturaleza, todavía capaz de convertirse en un mito ante cualquier otra evidencia" (pg. 437).

En este libro, cuando los habitantes de Nueva York levantan la vista al cielo no lo hacen con una expresión de terror en el rostro, sino con otra de asombro y maravilla. Pienso que éste era el objetivo principal de McCann al escribir este libro: corregir aquellos rostros, pintar esperanza y belleza donde sólo había pánico y espanto. ¿No es escalofriante este poder, casi esotérico, reservado sólo a los mejores escritores?

Esta es una novela excelente, abrumadora en ocasiones por la sensibilidad con que penetra en la mente de los personajes (especialmente los femeninos) y por el metódico trabajo del autor para ofrecernos un retrato realista y preciso del momento. Y bueno, dicen que ganó el National Book Award de 2009, pero conste que no me he dejado influenciar.


viernes, 18 de junio de 2010

"Submundo", de Don DeLillo




DeLillo es un autor difícil de recomendar. Escribe raro. No se sabe muy bien de qué van sus libros. Monta párrafos que hacen equilibrios entre la genialidad y el sinsentido. Sus personajes mantienen unos diálogos rayadísimos. Toda su obra gira sobre acontecimientos e iconografía de un país que no es el nuestro. Acabas sus libros exhausto y preguntándote a qué venía todo lo anterior.

Por eso adoro a Don DeLillo.

Ruido de fondo me fascinó y Submundo me ha dejado definitivamente K.O. Entre medias ha ido cayendo un puñado de libros extraordinarios pero que nunca recomendaría: Cosmópolis, Mao II, El hombre del salto, Jugadores, Body art. Algunos son joyas incomprensibles, más que incomprendidas. Pendientes de leer: Libra y el último, Point Omega, aún no publicado en nuestro país.

La cubierta del libro dice que Submundo relata cincuenta años de historia estadounidense, y es verdad, pero cuidado: DeLillo es lo más opuesto a un autor de novela histórica que cabe imaginar. De novela contrahistórica, en todo caso. Quien se aproxime a sus libros para aprender algo nuevo acerca de la guerra fría, del asesinato de Kennedy o del once de septiembre se llevará una decepción. A DeLillo no le importan los hechos concretos tanto como sus implicaciones psicológicas y emocionales, las huellas que dejan en la piel y en el alma de los personajes. Dijo:

Es curioso pensar lo que puede hacer un novelista de ficción, en oposición a lo que hace un periodista o un historiador. Dicen que el periodismo es el primer borrador de la historia, y quizás de un modo curioso la ficción es el borrador final, y no porque sea más fiel a los hechos o más permanente que el trabajo del historiador, sino porque puede entrar en un territorio desconocido. El escritor puede abrirse camino hasta el impacto de la historia en el interior de las vidas, puede examinar lo que el personaje ve, siente, piensa, oye, incluso lo que sueña. Estos son elementos que están fuera del alcance de historiadores, sociólogos o periodistas.

El submundo que nos cuenta DeLillo es lo que se mueve por debajo de los grandes acontecimientos, una especie de reverberación emocional encarnada en mil rostros, unos anónimos y otros legendarios. Desde la perspectiva de DeLillo, una pelota de béisbol puede ser más importante que una detonación termonuclear, y una monja del Bronx puede hallarse más cerca de la transcendencia que el mismo director del FBI.

Pero no voy a hacer una crítica ni un resumen de Submundo porque no me apetece y porque ya hay otros que lo han hecho muy bien. Tampoco voy a recomendarlo. No quiero que nadie me persiga luego con un tocho de novecientas páginas para arrojármelo a la cabeza.

Lo único que digo es que no hay nadie que escriba como este tipo. Lo de menos son los argumentos, realmente. Es su lenguaje lo que marca la diferencia. Su manera literaria de aproximarse a los hechos y a los personajes. Un botón de muestra: el modo en que relata cómo se produce un asesinato accidental, al filo de la página 851. Lees una página así y sientes que te han hecho un regalo increíble. Y si de verdad te preocupa escribir, no tienes más remedio que leer alguna vez a Don DeLillo. Porque sus trucos no son iguales a los trucos de nadie.

Una reflexión más general para terminar: qué envidia me provoca el papel que juegan los autores norteamericanos en la construcción viva de su cultura, en la invención de una mitología propia. Porque eso es exactamente lo que hace DeLillo con sus libros; la búsqueda de esa vaticinada Gran Novela Americana es la búsqueda de una mitología nueva, es el intento de esculpir algo así como una psique colectiva alrededor de hitos recientes de la historia nacional. ¿Es mi impresión, o el autor europeo se ha resignado a ser un observador cínico de su propia cultura, de su historia y de su tradición, que llevan demasiados siglos inventadas e inventariadas? Desde luego, no resulta muy alentador pensar que la Gran Novela Española ya fue escrita en 1605.