domingo, 27 de septiembre de 2009

Distrito 9



No existe sensación más placentera en una sala de cine que la de quedarte con cara de bobo desde el primer minuto de proyección, pensando: "Caramba, esto es nuevo. Esta historia no me la han contado nunca. No tengo ni idea de qué demonios va a pasar aquí". Después del aburridísimo decenio que llevamos los que no sentimos un apasionamiento especial por los superhéroes, x-mutantes y demás saltimbanquis, por fin un rayo de luz (crepuscular, por supuesto) asoma por el horizonte de la ciencia-ficción, la fantasía, el terror, o simplemente, el cine de género o de géneros.

Neil Blomkamp ha conseguido demostrar con Distrito 9 que todavía existe un margen para la originalidad en este terreno, que un par de ideas frescas y una perspectiva distinta pueden convertir en obra maestra lo que de otra forma habría sido un refrito de viejos argumentos de ciencia ficción. En esta película hay huellas de clásicos B de los ochenta como RoboCop, 1997 Rescate en Nueva York, El día de los muertos y La mosca —o lo que es lo mismo, Verhoeven, Carpenter, Romero y Cronenberg—, pero Blomkamp los pone al día con tanta fuerza y tanto descaro que la película duele como una bofetada merecida, de las que nos recuerdan: ¿Qué te creías, que ya lo sabías todo?

Violencia. Distrito 9 despliega más violencia de la que yo soy capaz de disfrutar sin temer por mis salud mental, pero ¿qué otra cosa cabía esperar? La película nos lo advierte desde el principio, cada diálogo y cada gesto son un aviso de que la violencia no tardará en desatarse, porque el corazón de la historia es netamente violento: la forma en que nos relacionamos con el Otro. Cuando una comunidad entra en contacto con otra distinta y está en posición de someterla, el proceso es invariable: miedo, rechazo, discriminación, segregación, aniquilación. Desde que en el primer minuto oímos al protagonista emplear la palabra "gamba" para referirse a los extraterrestres sabemos que van a correr ríos de sangre. Y vaya si corren.

Con tanto músculo como ingenio, Blomkamp ha traído un producto de serie B a la primera división donde habitan las películas más respetables, sin dejarse por el camino toda la casquería y las triquiñuelas argumentales que nos sorprenderían por su ingenuidad si no fuera porque estamos rendidos y desarmados ante el vigor de la narración. La verosimilitud de la historia está recorrida de costurones por los que podemos deslizarnos en cualquier momento, y salirnos de la película si queremos. Pero hagamos la vista gorda, hombre, no seamos pejigueros. A fin de cuentas, si estamos dispuestos a creer que una gigantesca patera extraterrestre se ha detenido sobre Johanesburgo, ¿qué nos importan pequeñas inverosimilitudes en la lógica de los acontecimientos posteriores?

Pero esta película no valdría ni la mitad si no fuera por un funcionario bastante idiota y antipático llamado Wikus Van De Merwe, nuestro protagonista: el más patético e inolvidable personaje cinematográfico que recuerdo haber visto en muchos años. Su transformación a todos los niveles (no, esta no es una película sutil en sus metáforas ni en sus mensajes), supone el verdadero foco de interés de la película y también lo que la convierte en algo especial, superior a todas las producciones que la rodean, mucho más que el revestimiento de documento social que nos asombra en los primeros minutos y que tan bien ha funcionado en los teasers y en la cartelería promocional de la película. Distrito 9 no es una película de denuncia contra el racismo, sino un producto de entretenimiento que ha decidido tomarse en serio a su protagonista y aprovecharlo para diseccionar los mecanismos de la crueldad y el odio al extraño que nos caracteriza a los seres humanos.

Distrito 9 está lejos de ser una película perfecta, pero las películas perfectas sólo quedan bien en las enciclopedias de cine, mientras que las genialmente imperfectas como ésta se viven durante cien minutos como un auténtico viaje alucinógeno y luego ya qué importa si tal líquido podía provocar tal efecto o tal personaje ha tomado una decisión poco razonable en un momento dado. Menudencias. Chorradas.

Quien vaya a ver Distrito 9 tiene que estar preparado para sufrir. Y tiene que llegar dispuesto a firmar un pacto de lectura en blanco. Es un pacto nuevo: consiste en olvidarse de todo lo que crees saber sobre la películas de ciencia ficción y, por una vez, reconocer que ese capullo integral, ese tipo pusilánime y lleno de prejuicios de la pantalla se parece más a ti que cualquier otro héroe de película que hayas visto antes.



sábado, 19 de septiembre de 2009

Muse


¿Qué es un blog sin unas gotas de patética mitomanía? Vamos allá. En mi próximo avatar quiero ser Matt Bellamy, tener un grupo llamado Muse y hacer discos que se titulen Showbiz, Origin of Symmetry, Absolution, Black Holes and Revelations y The Resistance. Por ejemplo.




martes, 15 de septiembre de 2009

Mapa de los sonidos de Coixet




Cuando uno lee una novela no le da por pensar lo bien que se lo habrá pasado el escritor documentándose, los viajes que habrá hecho, los discos que se habrá comprado o las largas y creativas cenas que habrá compartido mientras planificaba la escritura. Sin embargo, mientras veía la película de Mapa de los sonidos de Tokio yo no podía dejar de imaginarme a Isabel Coixet haciendo exactamente esas cosas, es decir, pasándoselo en grande con sus amigos durante el proceso de preparación y realización de esta película. Particularmente obsesiva me resultaba la imagen de Coixet llenando una gran bolsa de discos por las tiendas de Tokio y luego eligiendo las canciones con deleite, recostada en su loft de lujo, acompañada de una copa de buen vino: ah, ya lo estoy viendo, aquí sonara ésta, aquí esta otra, y cuando se besan...

Es pura envidia, por supuesto. Isabel Coixet me cae genial. Y la película no está tan mal como dicen. Incluso tiene un puñado de buenos hallazgos, empezando por la desasosegante primera secuencia. Pero el hecho de que yo pudiera evadirme tan fácilmente de la historia contada y hurgar en mis frustraciones paranoicas debe de significar algo, me temo.

Supongo que se debe en parte a que la película tiene mucho de documento turístico, una sucesión de postales de Japón. Y a que la trama es tan poca e inverosímil que parece puesta como por obligación, como una excusa sobre la que montar el artefacto audiovisual.
Parece que Coixet estaba en definitiva mucho más preocupada por los tonos y texturas de la fotografía y del sonido (todo ello muy notable, es verdad) que por hacernos creer la historia del vinatero seductor de asesinas a sueldo. Con lo que a mí me gusta Sergi López...

En todo caso, creo que comprendo lo que le ha pasado a Coixet con este guión y no puedo evitar perdonarla, porque mi forma de parir historias sigue un mecanismo parecido. Se trata de juntar dos o tres ideas extrañas, situaciones improbables o personajes singulares, darle a la manivela y ver qué sucede. A veces el resultado es sorprendente y genial. En otras ocasiones, previsible y sin vida. Uno coloca a los personajes en el escenario y simplemente espera que surja la chispa en forma de grandes diálogos o fuertes emociones. Pero ocurre que esa chispa, por motivos inexcrutables, a veces no prende. Y lo que te queda entonces es un largo tren de mercancías caducadas que tienes que empujar hasta alguna estación donde probablemente ya no hay nadie esperando.

Vista la película, resulta muy fácil indicarle a Coixet en qué bifurcación tomó la vía equivocada (por ejemplo, no advirtiendo que la verdadera película estaba en los dos personajes japoneses de la escena inicial; o descarrilando en un epílogo barcelonés que hace daño a los oídos). Pero en el momento de escribir, por supuesto, uno no tiene tan claro hacia dónde conducen los caminos posibles. Las señales son siempre confusas, están torcidas y escritas en idiomas raros. Entonces uno tiene que jugársela, o refugiarse en los lugares comunes.

A pesar del título, está claro que Isabel Coixet escribe sin mapa, dejándose guiar por la brújula de sus intuiciones. Y que siga haciéndolo. Preferiremos siempre que se pierda en sus caprichos originales a que nos conduzca por adaptaciones de mapas ajenos.
Aunque no le den el Oscar.