No existe sensación más placentera en una sala de cine que la de quedarte con cara de bobo desde el primer minuto de proyección, pensando: "Caramba, esto es nuevo. Esta historia no me la han contado nunca. No tengo ni idea de qué demonios va a pasar aquí". Después del aburridísimo decenio que llevamos los que no sentimos un apasionamiento especial por los superhéroes, x-mutantes y demás saltimbanquis, por fin un rayo de luz (crepuscular, por supuesto) asoma por el horizonte de la ciencia-ficción, la fantasía, el terror, o simplemente, el cine de género o de géneros.
Neil Blomkamp ha conseguido demostrar con Distrito 9 que todavía existe un margen para la originalidad en este terreno, que un par de ideas frescas y una perspectiva distinta pueden convertir en obra maestra lo que de otra forma habría sido un refrito de viejos argumentos de ciencia ficción. En esta película hay huellas de clásicos B de los ochenta como RoboCop, 1997 Rescate en Nueva York, El día de los muertos y La mosca —o lo que es lo mismo, Verhoeven, Carpenter, Romero y Cronenberg—, pero Blomkamp los pone al día con tanta fuerza y tanto descaro que la película duele como una bofetada merecida, de las que nos recuerdan: ¿Qué te creías, que ya lo sabías todo?
Violencia. Distrito 9 despliega más violencia de la que yo soy capaz de disfrutar sin temer por mis salud mental, pero ¿qué otra cosa cabía esperar? La película nos lo advierte desde el principio, cada diálogo y cada gesto son un aviso de que la violencia no tardará en desatarse, porque el corazón de la historia es netamente violento: la forma en que nos relacionamos con el Otro. Cuando una comunidad entra en contacto con otra distinta y está en posición de someterla, el proceso es invariable: miedo, rechazo, discriminación, segregación, aniquilación. Desde que en el primer minuto oímos al protagonista emplear la palabra "gamba" para referirse a los extraterrestres sabemos que van a correr ríos de sangre. Y vaya si corren.
Con tanto músculo como ingenio, Blomkamp ha traído un producto de serie B a la primera división donde habitan las películas más respetables, sin dejarse por el camino toda la casquería y las triquiñuelas argumentales que nos sorprenderían por su ingenuidad si no fuera porque estamos rendidos y desarmados ante el vigor de la narración. La verosimilitud de la historia está recorrida de costurones por los que podemos deslizarnos en cualquier momento, y salirnos de la película si queremos. Pero hagamos la vista gorda, hombre, no seamos pejigueros. A fin de cuentas, si estamos dispuestos a creer que una gigantesca patera extraterrestre se ha detenido sobre Johanesburgo, ¿qué nos importan pequeñas inverosimilitudes en la lógica de los acontecimientos posteriores?
Pero esta película no valdría ni la mitad si no fuera por un funcionario bastante idiota y antipático llamado Wikus Van De Merwe, nuestro protagonista: el más patético e inolvidable personaje cinematográfico que recuerdo haber visto en muchos años. Su transformación a todos los niveles (no, esta no es una película sutil en sus metáforas ni en sus mensajes), supone el verdadero foco de interés de la película y también lo que la convierte en algo especial, superior a todas las producciones que la rodean, mucho más que el revestimiento de documento social que nos asombra en los primeros minutos y que tan bien ha funcionado en los teasers y en la cartelería promocional de la película. Distrito 9 no es una película de denuncia contra el racismo, sino un producto de entretenimiento que ha decidido tomarse en serio a su protagonista y aprovecharlo para diseccionar los mecanismos de la crueldad y el odio al extraño que nos caracteriza a los seres humanos.
Distrito 9 está lejos de ser una película perfecta, pero las películas perfectas sólo quedan bien en las enciclopedias de cine, mientras que las genialmente imperfectas como ésta se viven durante cien minutos como un auténtico viaje alucinógeno y luego ya qué importa si tal líquido podía provocar tal efecto o tal personaje ha tomado una decisión poco razonable en un momento dado. Menudencias. Chorradas.
Quien vaya a ver Distrito 9 tiene que estar preparado para sufrir. Y tiene que llegar dispuesto a firmar un pacto de lectura en blanco. Es un pacto nuevo: consiste en olvidarse de todo lo que crees saber sobre la películas de ciencia ficción y, por una vez, reconocer que ese capullo integral, ese tipo pusilánime y lleno de prejuicios de la pantalla se parece más a ti que cualquier otro héroe de película que hayas visto antes.