El domingo pasado se publicó en El Mundo un pequeño artículo, fruto de la conversación que tuve con el redactor de cultura Álvaro Cortina hace unas cuantas semanas, que venía titulado con la siguiente frase mía: "El género fantástico no existe en España". Lógicamente de lo que yo hablaba era de la tradición y no del presente de la literatura nacional, como se explica más adelante en el artículo y como resulta evidente por mi propia adscripción dentro del género. Sé que sobra explicarlo, no soy sospechoso de querer dar por muerto lo que más amo. Pero me gustaría decir alguna cosa más:
El género fantástico no sólo está vivo en España, sino que se le puede augurar una modesta edad dorada en un futuro inmediato. Laura Gallego y Care Santos son quizá la punta de lanza de toda una generación de autores nacidos en los setenta que están (estamos) dispuestos a situar la fantasía bien escrita en las mesas de novedades para competir en igualdad de condiciones con el resto de literatura: David Mateo, Emilio Bueso, José Miguel Vilar-Bou, Marc R. Soto, Santiago Eximeno, Alfredo Álamo, etc, etc, etc. Estamos empezando, nadie nos conoce. Pero contamos con el respaldo de tres o cuatro editoriales, pequeñas pero serias, capaces de dar batalla en la medida de sus posibilidades, y cada vez con más editoriales generalistas dispuestas a quitarse de encima los prejuicios sobre el género nacional, gracias al éxito de gente como Somoza, Gallego o Santos.
Y sobre todo contamos con el público, con los lectores. Yo estoy convencido de que el género fantástico es el género más popular y a la vez literario por antonomasia. Porque leer es evadirse, siempre. No existe tal cosa como la ficción realista. Una historia puede hacernos reír o hacernos sufrir, pero siempre tiene que llevarnos a otro lugar, y desde la distancia contarnos algo que tenga sentido, una vivencia que nos podamos traer de regreso al mundo real. Por eso es estúpido ponerle fronteras a la ficción, decir cuál es el límite de la buena literatura en función de su realismo.
En España la fantasía ha sido siempre monopolio de la Santa Iglesia Católica y en consecuencia ha tenido mala fama entre los intelectuales, qué le vamos a hacer, es así. Pero estamos en 2008. El capitalismo se desinfla a toda prisa a nuestro alrededor y es un momento perfecto para imaginar otros mundos posibles, para evadirse en busca de respuestas. Démonos prisa ahora, hagamos correr ese creciente run run, antes de que vuelva la Inquisición literaria y nos amontone otra vez en los rincones oscuros de las librerías, como ensayos de piras fantásticas.
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