Luego daré mi respuesta personal.
Esta conferencia se titula “Slipstream, o el fin de los géneros”. La palabra “fin” quizá suena demasiado drástica, podría sustituirse por otras como “superación”, “hibridación”, “emancipación” o simplemente “cruce de géneros”, que es de lo que estamos hablando.
DEFINICIÓN DE SLIPSTREAM
La denominación “slipstream”, que literalmente significa “rebufo” o “estela”, ya tiene veinte años y fue una ocurrencia del escritor de ciencia ficción Bruce Sterling. Lo que dijo exactamente, en un artículo para la revista SF-Eye, fue:
Existe una clase de escritura contemporánea que se opone determinantemente a la realidad consensuada. Es una escritura fantástica, a veces surrealista, en otras especulativa, pero no necesariamente. Su objetivo no es provocar una sensación de asombro a la manera de la ciencia ficción clásica. En lugar de eso, se trata de una clase de escritura que simplemente te hace sentir muy extraño; del modo en que te hace sentir la vida cotidiana a finales del siglo veinte si eres una persona de cierta sensibilidad. Podríamos llamar a esta clase de ficción Novelas de Sensibilidad Postmoderna, pero eso quedaría muy mal en la estantería de una librería; así que, para manejarnos más comodamente en el debate, llamaremos a estos libros “slipstream”.
Lo primero que hay que decir es que el slipstream no es un género ni una etiqueta, sino más bien lo contrario, una anti-etiqueta, o un anti-género. No veréis jamás estanterías de slipstream, ni libros que lleven la palabra slipstream en la solapa.
De hecho, la mejor manera de reconocer un libro slipstream es cuando en el resumen de su solapa encontramos cosas raras como:
“Rompecabezas filosófico, thriller psicológico, innovadora mezcla de realismo y fantasía, apasionante aventura, éste es un libro que se resiste a ser etiquetado”. O “Si Haruki Murakami y Paul Auster crearan juntos un cruce de Moby Dick y El Mago de Oz, producirían algo parecido a esta novela”. (Frases promocionales de La memoria del tiburón, de Steven Hall)
Otra forma más sencilla de reconocer la literatura slipstream es decir que se trata de libros de fantasía escritos por autores no especializados en la fantasía y publicados por editoriales generalistas. Según esa descripción, estos serían algunos ejemplos de libros slipstream publicados en España en los últimos dos o tres años.
Como se puede ver, son libros que no tienen absolutamente nada que ver entre sí, salvo el recurso a la fantasía en mayor o menor grado.
El slipstream no es un género y por tanto ninguno de estos libros reúne unas características formales comunes; cada autor tiene su propio estilo y se sirve de las convenciones y de los recursos de los géneros sólo cuando le apetece y de la forma en que le conviene. En cierta forma es como un buffet libre donde el elemento fantástico es simplemente una bandeja más de la que puedes servirte a voluntad sin que nadie te pida explicaciones.
Por eso al hablar del slipstream hay quien piensa inmediatamente en la palabra intrusismo, hay quien lo considera una invasión del terreno fantástico por parte de autores realistas, como si la fantasía fuera el coto vedado de unos pocos.
Uno de los principales exponentes actuales del slipstream es Jonatham Lethem, autor de La fortaleza de la soledad.
Lethem escribió un artículo en 1998, titulado “La promesa perdida de la ciencia ficción”, que comenzaba especulando con la posibilidad de que Thomas Pynchon ganara el premio Nebula en 1973 con El arco iris de la gravedad. Pynchon llegó a ser finalista pero fue derrotado por Arthur C. Clarke, con la novela de ciencia ficción hard Cita con Rama. Lethem decía que la nominación de Pynchon quedaría para la historia como la lápida que señala la muerte de la esperanza de que la ciencia ficción se podía fusionar con el mainstream.
En aquel artículo, Lethem celebraba el intrusismo de autores posmodernos como Pynchon o DeLillo en la escena fantástica, porque eran casi los únicos que estaban aportando algo nuevo y la estaban haciendo avanzar. Reprochaba a los autores de género de los setenta y los ochenta que se habían dormido en los laureles o incluso que habían dado un paso atrás, antrincherando el género en sus planteamientos más clásicos. Lethem también arremetía contra Lucas, Spielberg y Tolkien porque con su éxito habían estancado el género en el infantilismo.
Yo no estoy de acuerdo con esto. Decir que Lucas, Spielberg y Tolkien contaban historias para niños es decir media verdad, que es como no decir nada. Sus películas y sus libros funcionaron porque producían una resonancia que iba mucho más allá de la parafernalia y el escenario fantásticos. De hecho Spielberg podría ser considerado el padre del slipstream por la forma de presentar lo fantástico como un acontecimiento emocional antes que ninguna otra cosa.
Lethem fue bastante criticado por este artículo, pero en resumidas cuentas él venía a reivindicar algo tan razonable como la eliminación de barreras entre la literatura de género y la alta cultura entre comillas. Se trata de un mensaje sobre todo dirigido a la crítica literaria que ignora o minusvalora sistemáticamente a la ficción fantástica. El problema es que esta especie de género “fantástico literario” es una tierra de nadie donde el autor se expone a sufrir la incomprensión de los dos lados, de los puristas del género y de los detractores del género, como le ocurre habitualmente a Lethem.
El slipstream ya tiene incluso su primera antología, titulada “Feeling very strange”. El editor de esta antología es James Patrick Kelly. Y a pesar del título, que hace referencia a ese efecto de extrañeza aludido por Sterling, es interesante que Kelly asocia el concepto slipstream no tanto al efecto causado en el lector como a la actitud del escritor a la hora de escribir. Lo que dice Kelly es:
“Sé lo que se siente cuando escribo ciencia ficción y fantasía, entiendo lo que cuesta construir los mundos y elaborar las tramas. Pero cuando escribo Slipstream, me encuentro a mí mismo adoptando estrategias distintas, cambiando mis expectativas. No lo entiendo todo, la escritura se siente diferente. Extraña.”
Esto tiene que ver con algo que decía Roger Caillois de la literatura fantástica en general:
“El arte de veras fantástico no nace de la deliberación de su creador sino escurriéndose entre sus intenciones. Lo fantástico no resulta de una técnica, no es un simulacro literario, sino un imponderable, una realidad que, sin premeditación, sucede de pronto en un texto literario”.
ENTRE LO FANTÁSTICO Y LO POSMODERNO
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el fantástico, el realismo mágico, el slipstream y la literatura posmoderna?
Podría decirse que toda la literatura posmoderna es fantástica, en cuanto que cuestiona la validez de la realidad, que ya no es vista como un valor absoluto sino como una construcción sociocultural. La literatura posmoderna hace que nos resulte extraño lo cotidiano, porque pone en cuestión nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos, pero no juega necesariamente con elementos fantásticos externos que irrumpan en lo cotidiano.
Quizá la clave se encuentre en otra etiqueta inventada por el escritor Jaime Alazraki: la de literatura Neo-fantástica.
Con la noción de “neofantástico” Alazraki trata de diferenciar el trabajo de Cortázar de la tradición fantástica del siglo XIX:
“En contraste con la narración fantástica del siglo XIX en que el texto se mueve de lo familiar y natural a lo no familiar y sobrenatural, como un viaje a través de un territorio conocido que gradualmente conduce a un territorio desconocido y espantoso, el escritor de lo neofantástico otorga igual validez y verosimilitud a los dos órdenes, y sin ninguna dificultad se mueve con igual libertad y sosiego en ambos”.
El neo-fantástico se distingue del fantástico en que no hay vacilación ni necesariamente miedo, elementos que Todorov consideraba fundamentales en todo relato fantástico. Posiblemente “La metamorfosis” de Kafka sería el relato inaugural de esta clase de fantasía moderna.
Pero yo creo que el slipstream da un paso más allá del neo-fantástico, que lo acerca más a la literatura posmoderna o post-posmoderna pero que también retoma la esencia del fantástico puro, que como dice David Roas, es el conflicto.
Lo que diferencia la literatura posmoderna de la fantástica es que en la primera no se produce un conflicto entre realidad y fantasía, porque el conjunto de la realidad e incluso la propia identidad están bajo sospecha desde la perspectiva posmoderna.
Mi tesis es que, si existe tal cosa como el slipstream, se encontraría en un hipotético punto intermedio, un equilibrio inestable, donde sí hay conflicto, pero ese conflicto es asimilado y superado de alguna forma, en lugar de convertirse en el asunto central.
Autores como Lethem o Palahniuk cuentan historias donde lo fantástico irrumpe de forma conflictiva, pero las herramientas estilísticas y la perspectiva con que nos muestran ese conflicto se parecen más a la literatura posmoderna que al relato fantástico clásico. Lo que consiguen así es ir más allá del conflicto fantástico, pero sin perderlo, apoyarse en él para contar una historia que en el fondo trate de asuntos muy mundanos, y al mismo tiempo posmodernos, como la identidad, el significado o la representación.
La fortaleza de la soledad cuenta la historia de dos chicos de Brooklyn que un día se encuentran un anillo que les concede superpoderes. Y son auténticos superpoderes, no metafóricos: pueden volar, pueden hacerse invisibles de verdad. Pero la novela no trata sobre eso. Lethem consigue que nuestro interés siga centrado en la vida cotidiana de los chicos, en sus conflictos humanos; el elemento fantástico lo que hace es arrojar una luz extraña sobre esos conflictos, dándoles más relieve.
La barrera que separa el slipstream, tal como yo lo entiendo, de la literatura posmoderna es la ironía. El slipstream necesita una base fiable, un pacto de lectura mínimo, porque necesita emocionar, y es muy difícil emocionar cuando el lector pierde toda referencia y todo es susceptible de revelarse como una broma. El escritor slipstream necesita que te creas que lo que estás leyendo es real, no es una representación o un juego.
LA LÓGICA EMOCIONAL
La clave del slipstream está en lograr ese equilibrio entre el lado fantástico y el lado realista sin que uno venza al otro. ¿Cómo se consigue? En mi opinión, mediante las emociones. Llevándolo todo no tanto al terreno de la psicología o de las percepciones, sino al terreno emocional. Buscar que los acontecimientos, tanto los reales como los fantásticos, se acomoden a una misma lógica emocional, una premisa emocional que tenga sentido para los dos mundos.
Al contrario que en la fantasía pura o en la ciencia ficción, donde el hecho fantástico se explica por una lógica externa o alternativa, en el slipstream la lógica se encuentra en el interior de los personajes, en sus emociones.
El mejor ejemplo de esto para mí no se encuentra en una novela, sino en una película: El sexto sentido.
Este es el famoso diálogo entre Malcolm y Cole, el niño. La frase que nos ha quedado a todos es la de “en ocasiones veo muertos”. Pero en realidad, la frase sobre la que se sustenta toda la película, la piedra lógica angular de esta historia es otra, que está ahí en medio, escondida: “Sólo ven lo que quieren ver”. Aceptamos esta premisa sin cuestionarla porque nos la dice un niño llorando, pero en realidad, aquí Shyamalan (fiel discípulo de Spielberg) nos está haciendo comulgar con una rueda de molino increíble. ¿Cómo que “solo ven lo que quieren ver”? ¿Desde cuándo los fantasmas sólo ven lo que quieren ver? Es una ocurrencia original de Shyamalan, pero nos la creemos sin cuestionarla porque 1º no va en contra de lo que creemos saber sobre los fantasmas y 2º de alguna forma parece responder a una lógica emocional; es aceptable que, si ni siquiera sabes que has muerto, tampoco seas consciente de otras cosas, por ejemplo, de que hay otros fantasmas en tu misma situación, o de que la gente se comporta contigo de una forma extraña. Esta frase y no otra es la que permite a Shyamalan construir este guión en el que el protagonista está muerto y no lo sabe. Porque si el personaje de Bruce Willis pudiera ver a los otros fantasmas o fuera consciente de que nadie más que el niño le ve a él se desmoronaría toda la película. De modo que Shyamalan emplea una técnica slipstream que consiste en justificar emocionalmente una lógica inventada y fantástica; y le funciona muy bien.
Extendiendo un poco más este planteamiento, se podría decir que el drama, en general, hace buenas migas con el slipstream o con el fantástico posposmoderno. Esto es así porque cuando le ponemos al lector en un escenario dramático le estamos bajando las defensas, lo estamos desarmando. Y si somos lo suficientemente sutiles podemos aprovechar esa vulnerabilidad para convencerle de lo que queramos: de que hay fantasmas, de que existen los peces conceptuales, de que un hombre se puede transformar en moscas, de que vivimos rodeados de caníbales en una sociedad postnuclear…
Por lo tanto, la prueba del nueve para saber cuándo estamos ante un buen o un mal libro slipstream no sería preguntarnos cuánto nos ha asombrado (como en el fantástico clásico) o desconcertado (como la escritura posmoderna), sino cuánto nos ha conmovido.
Volviendo a la pregunta: ¿qué hace mejor La carretera que todos los libros fantásticos y de terror publicados en los últimos años? Por supuesto, el estilo literario de McCarthy es inseparable del efecto que logra el libro; sobra decir que esta novela no habría ganado el Pulitzer ni habría tenido la repercusión que tuvo de haber estado escrita en una prosa convencional y complaciente como, pongamos por ejemplo, la de Stephen King. Pero más allá del estilo personal de McCarthy, que puede no agradar a muchos, lo que hace superior a este libro sobre todos los libros de género publicados en su época es que La carretera no sólo te hace pasar una insoportable angustia y un verdadero miedo, sino que también te hace llorar. Te emociona y te deja tocado tan profundamente que luego ya no te lo puedes quitar de la cabeza. Esa es la diferencia. Podemos llamarlo slipstream, o simplemente, buena literatura.
Te felicito. Ahora estoy lamentándome terriblemente haberme perdido esta charla, que seguramente fue de las mejores, leyendo lo leído.
ResponderEliminarEnhorabuena, tu conferencia está muy bien estructurada, es delirante, irónica e incluso esclarecedora en torno a la literatura (sin adjetivos) que quizá no tiene muchas oportunidades (celebro el compromiso y comparto algunos de tus gustos). Al igual que tú, pienso en la desaparición de los géneros o en su "hibridación", en las amalgamas literarias que evoquen sensaciones, cómo no con placer estético, éste es un fin del arte, pero, y en esto difiero, creo que nos preocupamos demasiado en nombrar, en que todo tenga una palabra que lo esclarezca, como si esto consiguiera superar nuestros vacíos o darnos más seguridad a la hora de afrontar nuestra actividad o simplemente destacarnos de la estulticia, antes más bien pienso que la literatura debe revertir su camino y tender hacia lo no-nombrado, hacia su esencia misma como actividad artística, hacia la búsqueda del verdadero significado de las palabras, el que se ha ido perdiendo con el tiempo. Obviamente, no tengo ni mucho menos la fórmula mágica pero sí sé que ésta no tiene tampoco ningún nombre concreto, porque seguramente sería contribuir a dicha corrupción. Un saludo, y un placer haber conocido tu blog, a través del de J.Bilbao.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Guybrush. Seguro que viste otras conferencias mucho mejores que la mía.
ResponderEliminarY estoy de acuerdo contigo, CA. Lo que me gusta del término slipstream es precisamente su ambigüedad, no tiene traducción precisa ni sirve para catalogar. Se trataba de reflexionar sobre una de las posibles tendencias de la fantasía que se escribe ahora, si es que existen tendencias. Pero para mí el ideal sería la eliminación de toda etiqueta y que las librerías catalogasen los libros por simple orden alfabético de autores. Que cada libro se defienda por sí mismo, sin coartadas de género que justifiquen una prosa descuidada o la repetición de clichés. Competir en igualdad de condiciones (y de exigencia) con la literatura que siempre se ha considerado más culta, la realista.
Ese es el espíritu de lo que yo llamo slipstream, por utilizar un nombre ya inventado.
Un saludo,
Ismael
Yo no sé si entendí muy bien lo que es el "slipstream", la verdad, pero me gustan muchos autores que nombras: Lethem, Chabon, Pynchon, Palahniuk... Son fantásticos, devoro todos sus libros. Sin embargo, me pareció revelador cuando dices que para saber si es un buen o mal libro slipstream nos preguntamos si nos ha conmovido. A mí, personalmente, "La carretera" no me gustó por eso, porque no me emocionó, me dejó frío, a pesar de su buen estilo, y es un libro que busca emocionar. Por el contrario, Joe Hill, que tiene el dudoso honor de compartir un Premio Nocte con nosotros (momento autobombo), tiene varios cuentos slipstream en "Fantasmas". "La ley de la gravedad" y "Bobby Conroy regresa de entre los muertos", por ejemplo, son relatos muy emotivos (no son de terror realmente) que te dejan con el corazón en un puño.
ResponderEliminarBueno, para mí el mérito de La carretera es precisamente que logra emocionar a través de esa frialdad extrema. Pero a cada uno nos emocionan cosas distintas, está claro. No existen fórmulas generales. Por eso la etiqueta "slipstream", como dijo Sterling al inventarla, no sirve para hacer clasificaciones, simplemente es una herramienta de discusión, un palabro de usar y tirar.
ResponderEliminarDe esa lista de libros (los de la portada) había leído La Carretera y el de Chabon, precisamente ahora estoy con El Hermano de las Moscas y puedo decir que aunque no me quedase clara la definición de Slipstream ,ahora con un texto delante lo voy viendo más claro.
ResponderEliminarDe nuevo Fernando (cené en la misma mesa que dos ganadores de Premios ;))