Sí, es él, no sintáis lástima ni os dejéis engañar por el brillo inocente de su naricita.
El culpable de todo.
Por fin, gracias a las intensas lluvias de las últimas semanas, he logrado comprender dónde está el origen de la crisis mundial que nos azota: los perros con chubasquero.
O me estoy volviendo loco, o este es un principio palmario e incontrovertible sobre el que la humanidad podría llegar a un consenso universal:
LOS PERROS NO NECESITAN CHUBASQUERO.
Indiscutible, ¿verdad? Sin embargo, ahí están, correteando alegres y tratando de reproducirse a nuestro alrededor. Perritos con chubasquero. Perritos con jersey. Mil clases de juguetes y chucherías para perritos. Estupidez humana sobre indignidad canina.
En realidad me da igual lo que la gente haga con sus perros, por supuesto. Lo que me inquieta de verdad es la sospecha de que mi mente funciona exactamente igual que la de los propietarios de esos chuchos abrigados. Solo que yo no tengo perro. Pero tengo otras aficiones, otras manías, y probablemente algunos de mis hábitos consumistas resulten igual de imbéciles vistos desde fuera. Seré honesto: una buena parte de las cosas que adquiero y uso diariamente son tan inútiles y estúpidas como los chubasqueros para perros. Galletas dietéticas con chocolate. El último disco de Nashville Pussy. Heineken embotellada al doble de precio que la misma Heineken enlatada. Mi último modelo de iPod.
Entras en El Corte Inglés a comprarte un sencillo reproductor de DVD y te encuentras con veinte o treinta modelos "básicos". Pensabas que ibas a hacer la compra en cinco minutos —lo único que quieres es volver a casa y ver alguna de las cien pelis piratas que alguien te ha pasado pero nunca sacas tiempo para ver—, y encuentras planteándote dudas existenciales como si deberías apostar por la tecnología Blue-Ray o si cometes un gravísimo error al comprarte un DVD-RW sin puerto USB.
La Oferta en toda clase de productos es tan masiva y apabullante que no nos deja pensar. Pensar está prohibido. Dejémonos llevar por nuestras emociones. Porque nos lo merecemos. Comprar lo que nos salga de las narices es nuestro derecho. O eso creíamos.
Nos dijeron: tienes derecho a un todoterreno. Y nos lo compramos. Nos dijeron: tienes derecho a un ático con vistas. Y nos lo compramos. Nos dijeron: tienes derecho a unas tetas grandes. Y nos las compramos. Ahora resulta que no era un derecho, sino una obligación. Ahora resulta que si no nos compramos todas esas cosas inútiles, el sistema se va al garete.
En efecto: nos lo tenemos merecido.
Si la única manera de que nuestro sistema se sostenga en pie es fabricando y comprando aberraciones como chubasqueros para perros, entonces merecemos morir. Debemos extinguirnos, por el bien del planeta y de la futura humanidad.
Todo este tinglado se está yendo al carajo porque, sencillamente, no somos capaces de adquirir todas las cosas que se nos obliga a adquirir. La oferta es ilimitada y obligatoria, la demanda es un reflejo nervioso. No existe perspectiva, no hay criterio de elección. Para triunfar basta con tener buenos publicistas y canales de distribución. El problema es que mucha gente los tiene. La competencia es síntoma de fortaleza económica, se nos dijo. Pero por muchos trozos que se quieran cortar, la tarta sigue siendo la misma. Por eso al final hemos acabado comprando aire, y pagando con aire.
Todo era mentira. No necesitábamos ni el 10% de lo que nos merecíamos. Las estanterías estaban demasiado llenas y las cabezas demasiado vacías.
Esto también sucede con la oferta de libros, por supuesto. En España se publican 40.000 novedades literarias al año. ¿A alguien le extraña que el sistema haya llegado a un tope y necesite un reajuste? Los escritores novatos estábamos muy contentos porque publicar era más fácil que nunca. Quien más, quien menos, colocaba sus quinientos ejemplares en alguna estantería. Publicar un libro estaba a punto de convertirse en un derecho constitucional de cualquier ciudadano. ¿Para qué? El número de lectores no se ha multiplicado, ni el dinero en sus carteras. Las devoluciones son masivas. Nadie gana. El pastel ha sido cortado en tantísimos trozos que ya no llega ni para un diente.
Seamos razonables. Los perros no necesitan chubasquero. Y no se escriben 40.000 libros al año que merezcan ser publicados.
Demoledor...
ResponderEliminarGenial manera de enfocar el problema, estoy de acuerdo.
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