Daba muy mala espina que M. Night Shyamalan, a estas alturas, hubiera tenido problemas para encontrar quien le produjera su nueva película, y que sólo consiguiera cerrar el trato con la Fox después de una reescritura intensa del guión. Está claro que Shyamalan ha logrado dilapidar con sus últimas películas el crédito que acumulaba de sus primeras. Ya casi nadie está muy seguro de que su nombre sea una garantía de éxito o de excelencia, y después de ver El incidente debo admitir que cada vez más se trata de un autor al que hay que "perdonarle" demasiadas cosas para poder entrar en su juego.
Yo todavía se las perdono, todavía veo el vaso medio lleno. Pero sospecho que las críticas y las recaudaciones van a dar la espalda a la última película de Shyamalan.
A ver, no voy a contar de qué trata la película, pero pertenece al género de supervivencia apocalíptica, es decir, que sigue la peripecia de un grupito de personas escapando de una amenaza global y misteriosa.
Shyamalan nunca se ha caracterizado por la densidad y el rigor lógico de sus planteamientos sobrenaturales. Todo lo contrario, siempre busca los arquetipos narrativos y los elementos naturales más simples, porque no son más que un escenario o una plataforma para elevar a categoría épica conflictos internos de los personajes que pertenecen a la pura cotidianidad: en este caso, la incomunicación de una pareja.
Muchos espectadores no perdonan la aparente ingenuidad o puerilidad de las premisas fantásticas en sus películas. Viene sucediendo desde El protegido y volverá a suceder con El incidente. Esos espectadores no se conforman con la elegancia de la metáfora, quieren más chicha, quieren explicaciones convincentes. Y en El incidente no las van a tener.
Eso sí, para alivio de muchos, El incidente se encuentra en las antípodas La joven del agua en cuanto a tono y estilo visual. Aquí Shyamalan no escatima un poco de carnaza en forma de sustos, sangre, buenas secuencias de suspense e imágenes impactantes (sólo por un par de ellas merece la pena ver El incidente), pero se mantiene fiel a su esquema de apostar por una sola idea y mantenerla hasta el final con todas las consecuencias. En este caso, la idea vectora sirve para conducir a los personajes a un grado progresivamente mayor de aislamiento, hasta que se encuentren al fin solos y tengan esa experiencia íntima que debe resolverlo todo.
Silly.
Ese es el adjetivo que más veces he contado al bucear un poco por los foros de internet donde se discute sobre Shyamalan. Dicen que sus películas son una tontería. En gran medida él mismo se lo ha buscado con sus decisiones, sus planteamientos minimalistas y sus resoluciones sacadas de la manga, pero son decisiones que no provienen de su incompetencia sino de su osadía, y por eso mismo yo no sólo le perdono sino que me quito el sombrero.
Tal vez el problema es que Shyamalan le reclama al espectador una ingenuidad propia de otros tiempos, los tiempos de Hitchcock. Alguien ha dicho que El incidente es como Los pájaros pero sin los pájaros. Y si Los pájaros se hubiera estrenado en 2008, en vez de 1963, estoy seguro de que el director británico hubiera recibido las mismas críticas que recibirá Shyamalan.
Lo que yo le critico a Shyamalan no es su naïveté, sino su empecinamiento en algunos vicios que no le ayudan nada a conectar con el espectador medio. ¿Por qué todos sus protagonistas masculinos actúan como si estuvieran parcialmente lobotomizados? Eso tenía sentido en El sexto sentido, valga la redundancia. Pero alguien debería llamarle por teléfono a Shyamalan y gritarle: "¡Eh, tío, que el prota de aquella película estaba muerto, pero los demás están vivos!"
La interpretación de Mark Wahlberg es tan neutra y fría que me ha hecho replantearme mi opinión sobre el modesto trabajo de Thomas Jane en La niebla de Stephen King. Y lo peor de todo es que la plana interpretación de Wahlberg, sin ninguna duda, venía impuesta por el director. A su lado, John Leguizamo parece un histriónico fuera de sus cabales. Sospecho que lo que pretende Shyamalan es dotar a sus protagonistas de un aura mítica, o mística, como si realmente caminaran un palmo por encima del resto de los mortales. ¿Con qué propósito? No lo sé.
Por otra parte, Shyamalan vuelve a repetir el error de El protegido que consistía en presentar a una pareja con problemas de distanciamiento y frialdad, pero sin ningún punto de conflicto concreto y palpable entre ellos. El personaje de Zooey Deschanel se presenta como una mujer extraña y problemática, pero luego no la vemos hacer nada extraño ni problemático; su papel en el grupo de supervivientes no es diferente al de cualquier otro, prácticamente hasta el final.
Y si la relación entre los dos protagonistas no nos emociona, ni siquiera nos interesa, entonces toda la película fracasa. Shyamalan, como otras veces, hace coincidir el clímax personal con el sobrenatural, asociando explícitamente las dos cuestiones, e incluso sugiriendo una especie de explicación afectivo-espiritual para todo el apocalipsis. La naturaleza se venga de los hombres porque no hay suficiente amor en el mundo, o que no hablamos lo suficiente con las plantas, o algo así.
Eso es lo malo y lo bueno que tiene Shyamalan. Pero yo lo prefiero así, pretencioso y honesto. Me interesan mucho más sus historias, aunque a veces provoquen un sonrojo de vergüenza ajena, que el trabajo que pueda hacer como realizador, por ejemplo, de la última entrega de Harry Potter.
Lo que quiero decir es que M. Night Shyamalan es un autor.
Autor.
Y de esos bichos no abundan.
nice blog
ResponderEliminarI wish good luck to you
Come to my blog