viernes, 28 de noviembre de 2008

El rock de las edades



He aquí el primer single no-villancico que apareció por mi casa, allá por el año 1984. Lo compró mi hermano, muy audazmente, creo que recomendado por nuestro primo mayor, que venía de Londres o algo así. En realidad ninguno de nosotros sabíamos quiénes eran Def Leppard. Y ni siquiera nos gustaba la canción. Pero sonaba cañero, moderno y transgresor a más no poder. Yo tenía once años. Lo pusimos cinco o seis veces seguidas y luego, con secreto alivio, volvimos a nuestras cintas grabadas de Modern Talking, que eran mucho mejores, dónde va a parar.

El último disco de Def Leppard lo compré hace poco a través de iTunes y no lo puedo escanear porque no tiene presencia física, es sólo un montoncito invisible (y despreciable, todo hay que decirlo) de bytes. Pero no me voy a poner nostálgico y llorar por los vinilos; yo hubiera asesinado por tener una tienda virtual como iTunes en aquellos tiempos, donde pudiera picotear aquí y allá antes de sacar la cartera, y saber exactamente lo que compraba en lugar de pagar por el misterioso cartapacio de un LP del que sólo hubiera oído una canción por la radio, con suerte.

Aunque aquel misterio tenía su cosa. La incertidumbre, la compra arriesgada, la intuición fundada sobre una portada espectacular o un nombre con resonancias artúricas. El primer disco no-banda-sonora-cinematográfica que compré fue Seventh son of a seventh son, de Iron Maiden. Jamás lo hubiera comprado a través del iTunes. Recuerdo perfectamente el gran esfuerzo que tuve que hacer para que me gustara. Qué dolor. Pero me llegó a encantar, por supuesto. Todavía recuerdo las letras, de tanto empollármelas. Oh, sí, porque aquellos discos eran tan obscenamente grandes que cabía toda la letra de sus canciones en la funda de papel, con fotos y demás. No era necesario teclear en el Google: "Iron Maiden Can I play with madness lyrics".

Me lo temía, al final me he puesto melancólico. Pero no soy el único. Y la culpa es de esos dichosos grupos de sesentones con barriga y pantalones ajustados, que se empeñan en seguir sacando material: Metallica, AC/DC, Guns'n'roses, Motorhead, Megadeth Def Leppard han sacado disco nuevo en 2008, ¡y han tenido un gran recibimiento comercial! ¿En qué cabeza cabe eso? ¿Se trata de otro efecto de la crisis, en este caso materializado en una crisis de ideas y de creatividad? Nunca el riesgo y la incertidumbre tuvieron tan mala prensa como hoy, desde luego.

Los videoclips de antes tenían más gracia, también. ¿Que no?



martes, 25 de noviembre de 2008

Llega "Día de perros"


Como para demostrar mi anterior post, Hegemón saca a la venta la próxima semana la nueva novela de David Jasso,  Día de perros , que supone el regreso al suspense más psicológico y realista de La silla después del devaneo con el género más oscuro y fantaterrorífico que fue Cazador de mentiras (a cuatro manos con Santiago Eximeno).

Día de perros se lee de un tirón, y nos cuenta cómo las cosas pueden llegar a complicarse hasta el punto de convertir un juego de chavales en una cuestión de vida o muerte.

David Jasso es un grandísimo escritor de suspense, y también un buen realizador televisivo, como demuestra el siguiente trailer. De su futuro profesional como actor mejor no hablamos.

(Véase en pantalla grande)



El género fantástico sí existe en España



El domingo pasado se publicó en El Mundo un pequeño artículo, fruto de la conversación que tuve con el redactor de cultura Álvaro Cortina hace unas cuantas semanas, que venía titulado con la siguiente frase mía: "El género fantástico no existe en España". Lógicamente de lo que yo hablaba era de la tradición y no del presente de la literatura nacional, como se explica más adelante en el artículo y como resulta evidente por mi propia adscripción dentro del género. Sé que sobra explicarlo, no soy sospechoso de querer dar por muerto lo que más amo. Pero me gustaría decir alguna cosa más:

El género fantástico no sólo está vivo en España, sino que se le puede augurar una modesta edad dorada en un futuro inmediato. Laura Gallego y Care Santos son quizá la punta de lanza de toda una generación de autores nacidos en los setenta que están (estamos) dispuestos a situar la fantasía bien escrita en las mesas de novedades para competir en igualdad de condiciones con el resto de literatura: David Mateo, Emilio Bueso, José Miguel Vilar-Bou, Marc R. Soto, Santiago Eximeno, Alfredo Álamo, etc, etc, etc. Estamos empezando, nadie nos conoce. Pero contamos con el respaldo de tres o cuatro editoriales, pequeñas pero serias, capaces de dar batalla en la medida de sus posibilidades, y cada vez con más editoriales generalistas dispuestas a quitarse de encima los prejuicios sobre el género nacional, gracias al éxito de gente como Somoza, Gallego o Santos.

Y sobre todo contamos con el público, con los lectores. Yo estoy convencido de que el género fantástico es el género más popular y a la vez literario por antonomasia. Porque leer es evadirse, siempre. No existe tal cosa como la ficción realista. Una historia puede hacernos reír o hacernos sufrir, pero siempre tiene que llevarnos a otro lugar, y desde la distancia contarnos algo que tenga sentido, una vivencia que nos podamos traer de regreso al mundo real. Por eso es estúpido ponerle fronteras a la ficción, decir cuál es el límite de la buena literatura en función de su realismo.

En España la fantasía ha sido siempre monopolio de la Santa Iglesia Católica y en consecuencia ha tenido mala fama entre los intelectuales, qué le vamos a hacer, es así. Pero estamos en 2008. El capitalismo se desinfla a toda prisa a nuestro alrededor y es un momento perfecto para imaginar otros mundos posibles, para evadirse en busca de respuestas. Démonos prisa ahora, hagamos correr ese creciente run run, antes de que vuelva la Inquisición literaria y nos amontone otra vez en los rincones oscuros de las librerías, como ensayos de piras fantásticas.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Ellas leen más



Hoy en Público vienen los datos de una encuesta sobre hábitos y gustos de lectura que concluye algo increíble, asombroso, jamás imaginado: a los lectores les gustan más los libros que más compran. Inexplicable, ¿verdad? Me pregunto si el encuestador esperaría otra cosa. Alguna paradoja estadística, quizá. Porque normalmente la comparación se establece entre las ventas y la crítica, donde siempre hay discrepancias y se podrían sacar ciertas conclusiones, pero preguntarle al comprador si le gusta lo que compra...

Eso sí, la encuesta apunta otro dato que a mí me parece mucho más revelador: el peso de las lectoras a la hora de convertir un libro en best-seller. Ya sabíamos que el porcentaje general de lectoras es ligeramente mayor que el de lectores (alrededor de seis puntos), pero resulta llamativo cómo se inclina la balanza en los primeros títulos de la lista de best-sellers: El niño con el pijama de rayas, La catedral del mar, Un mundo sin fin, La sombra del viento...

En realidad yo creo que los hombres mentimos en las encuestas y leemos mucho menos de lo que decimos. Porque, venga ya, todos hemos ido en metro y conocemos bien la imagen: ellos hojeando el Marca con ojos soñolientos, ellas intensamente sumergidas en sus novelones. Puede que no sea muy científico, pero la diferencia salta a la vista.

Otra buena pregunta sería: si hay más lectoras de best-sellers, ¿por qué apenas hay autoras de best-sellers? No tengo ni idea. ¿Qué porcentaje de los manuscritos que llegan a las editoriales son escritos por mujeres y cuál es el porcentaje entre los que se publican finalmente? Ese sí sería un dato interesante. O no. Porque los editores también son editoras, y no cabe sospechar ningún tipo de discriminación. El misterio permanece.

Una dato es seguro, al margen de los sexos: cuanto más se lee, mejor se escribe.


(Fotografía: Marilyn leyendo el Ulises de Joyce, por Eve Arnold)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cumpleaños con alien


ESCENAS QUE VALEN UNA PELÍCULA (III)

Para mí, Señales es una película magistral desde el primer fotograma hasta el último. Sé que tiene muchos detractores, que no le perdonan la falta de lógica de la invasión extraterrestre ni el desenlace con bate de béisbol incluido. Vale. Pero incluso los más enconados enemigos de Shyamalan reconocerán que tiene al menos una escena indiscutiblemente genial, escalofriante e inolvidable, a pesar de que apenas dura minuto y medio.

Se trata de la primera (y penúltima) vez que vemos a los alienígenas invasores en la película, y lo hacemos a través de un informativo de televisión, encerrados en un armario en compañía de Joaquin Phoenix.

Esta escena demuestra por qué Shyamalan es un genio y por qué, en el género de terror, menos siempre es más.

What you are about to see... might disturb you.

Autor/Director: M. Night Shyamalan.
Intérprete: Joaquin Phoenix.



domingo, 16 de noviembre de 2008

La memoria del tiburón, de Steven Hall



Me pone de los nervios. Sale un libro bien escrito, increíblemente original, que roza la genialidad como La memoria del tiburón (Salamandra) y empiezan a caerle pedradas (las más gordas desde el fandom) sólo por el hecho de que viene acompañado por una gran campaña publicitaria y una poderosa maquinaria de distribución. Porque es un best-seller, vamos. ¿Detecto algo de envidia picajosilla, quizá?

No sabía qué demonios era eso de la literatura ergódica hasta que he leído alguna crítica de este libro. Consiste en que el lector participe interactivamente y tal; como aquello de Elige tu aventura, pero dicho en griego. Bueno, pues es verdad que La memoria del tiburón incluye algunos juegos visuales (dibujos hechos con la tipografía, una pequeña animación página-página) que seguro que entusiasmaron al editor en su momento y que potencian esa imagen de literatura lúdica que tanto detestan los críticos (y yo). Pero el libro es mucho más que eso, y quien no quiera verlo, sencillamente demuestra que no es capaz de saltar por encima de sus propios prejuicios.

Eso sí: se puede reprochar al editor su gran desfachatez a la hora de mencionar referencias ilustres y popularísimas en la cubierta del libro: Murakami, Auster, Moby Dick, Palahniuk, Carver, Calvino, Matrix, Tiburón... Cuando lees el libro entiendes por qué se menciona cada uno de esos nombres, pero la sensación inicial es de eslógan pastiche y vocinglero. Yo compré el libro a pesar de su contraportada, no gracias a ella precisamente.

Steven Hall ha sido muy pretencioso con su primera novela, las cosas como son. Pero, ¿qué puedo decir? Me encanta la gente pretenciosa con talento. Ha construido una novela de cuatrocientas páginas sobre una idea que a priori parece anecdótica, insostenible: la existencia de los llamados peces conceptuales, y en concreto de uno que anda detrás de nuestro protagonista para robarle los pocos recuerdos que le quedan. Toda la aventura funciona como historia fantástica, a caballo entre la ciencia ficción y el terror, pero también como metáfora o correlato de un trauma de pérdida completamente real. Para mí, ahí es donde radica la genialidad del libro: conseguir que la aventura física y la interpretación psicológica avancen y funcionen simultáneamente, se refuercen en lugar de debilitarse.

Lo admito, he sentido envidia leyendo este libro. Me da igual que me cuenten que se trata de un libro "de laboratorio", "de equipo", "marketizado", bla, bla, bla. Las ideas buenas son ideas buenas vengan de donde vengan. Y yo no había leído un libro tan deslumbrante desde hace tiempo. Salamandra o no salamandra.

Se le pueden reprochar muchas cosas, vale. Ambigüedad, cabos sueltos, incoherencias, falta de definición de personajes, homenaje-plagio descarado de cierta película de Steven Spielberg, el que mucho abarca poco aprieta, etcétera. Pero todas esas sombras está recompensadas con creces por las luces de la novela. Que son, lo repito: 

El libro está muy bien escrito. Parece una obviedad, ¿no? Pues no lo es.

El argumento es muy original. Ídem.

Es emocionante y emotiva, al menos para quien esté dispuesto a despojarse de su escudo mental de "nomecreonada" y entrar con la guardia baja en la historia.

Recomendar un best-seller es una tontería, ya lo sé. Así que no lo recomiendo. Lo único que digo es que últimamente me despierto más contento por las mañanas, sabiendo que la buena fantasía para adultos existe y algunos editores están dispuestos a apostar por ella.


jueves, 13 de noviembre de 2008

Murakami en la piscina



Y yo me tenía por madrugador. Ja. Haruki Murakami se levanta todos los días a las 4:00 y se va al polideportivo a hacerse unos largos de piscina antes de ponerse a escribir. Para las 11:00 ya tiene toda la faena del día terminada. Pero esta no es la más increíble de las declaraciones que le saca Antonio Lozano en una entrevista publicada por la revista Qué leer.

Cuando el entrevistador le pregunta el secreto de su conexión con millones de lectores en todo el mundo, Murakami responde: "Honestamente, ignoro los motivos. Pero, si he de aventurar una teoría, creo que no hay más secreto que este: si entre manos tienes una buena historia, cargada de fuerza, acabará por encontrar su público. Aprecio la prosa bella y una trama inteligente, pero al final lo que cuenta es tener al lector pendiente de lo que ocurrirá a continuación. Que este no pueda parar de preguntarse por el próximo movimiento; eso es una buena historia".

Es de sentido común, ¿verdad? Pero el misterio del asunto viene cuando Murakami explica su manera de escribir, a partir de imágenes y escenas, y donde él nunca sabe cuál va a ser el desarrollo de su historia más allá del siguiente movimiento: "Puesto que yo soy mi primer lector, necesito desconocer lo que va a ocurrir, si no resultaría aburridísimo".

Suena a acertijo, en su caso a haiku o a sudoku: la clave de todo es que el lector se pregunte qué va a ocurrir a continuación, y la forma de escribirlo es... que el autor se pregunte qué va a ocurrir a continuación.

Eso ya ni siquiera es escribir "con brújula"; es escribir sin brújula, sin mapa, sin linterna, sin mochila y sin botas; hacer trapecismo sin red e improvisando las evoluciones en el aire. Pero a Murakami le funciona, eso está claro.

A mí me estaba entusiasmando Kafka en la orilla hasta que los gatos empezaron a hablar. Manías personales. Pero prometo intentarlo con otro libro. Me cae bien este hombre que dice y hace cosas tan sencillas como imposibles. ¿Levantarse a las cuatro de la madrugada para nadar? Por todos los samurais, ¿pero qué horarios tienen los polideportivos en Japón?


domingo, 9 de noviembre de 2008

Liter Imaginarius



Segundo año del Liter Imaginarius y segundo año que acepto encantado la invitación de Diego y Abigail para subir a Huesca a juntarme con otro grupo de escritores de literatura fantástica y charlar un rato de lo nuestro. Esta vez la excusa tenía un nombre: Howard Philips Lovecraft. Entre unos cuantos cogimos al genio de Providence y le hicimos una autopsia a fondo, sin concesiones. Me perdí las conferencias de David Mateo, Sergio Mars y José Miguel Vilar (una verdadera lástima, a juzgar por lo que comentaron quienes asistieron) pero disfruté del implacable aireado de trapos sucios familiares que hizo Emilio Bueso y del meticuloso desmenuzamiento de Herber West, reanimador que practicó Óscar Bribián. Yo solté el rollo que he colgado en la entrada de abajo y, no satisfecho con eso, volví a subir al entarimado para pegarme a David Jasso y Roberto Malo en la presentación conjunta que testifica esta fotografía (del Diario del Alto Aragón).

Roberto Malo es un escritor zaragozano increíblemente generoso y locuaz que se ofreció a hacer de presentador de Teletienda (en sus mismas palabras) para las últimas novelas de David Jasso y yo mismo: Un día de perros y Rojo alma... etc. Próximamente colgaré en este blog el alucinante trailer con que Jasso nos anticipó la salida a la venta de su criatura...

En fin, gracias a Roberto, Abigail y Diego. Y saludos a toda la tropa de Nocte que por fin empezamos a conocernos personalmente. Aquí hay madera, y de la buena.

Lovecraft y el horror materialista


Los libros son un producto como cualquier otro. Se venden en tiendas, se ponen en las estanterías con una etiqueta en la que dice cuál es el precio y otra en la que explica cuál es el contenido del envase. De qué trata el libro. A qué género pertenece. A los que escribimos nos gustaría que no hubiera etiquetas, o que la etiqueta simplemente dijera: “Aquí hay una buena historia”. Pero así no los venderíamos nunca y nos moriríamos de hambre.

Howard Phillips Lovecraft no se murió de hambre, pero casi. Fue muy mal vendedor de sí mismo durante toda su vida: cuando estuvo en Nueva York, recién casado, ni siquiera fue capaz de encontrar trabajo a pesar de que tenía una grandísima cultura y modales exquisitos. Y la única etiqueta que eligió para sí mismo fue la que aparece en su lápida: “Yo soy Providence”. Que es como decir: Yo soy nadie. En resumen: un desastre total como publicista.

Pero como suele suceder con algunos genios incomprendidos, los sucesores de Lovecraft tuvieron mejor ojo para el marketing y consiguieron crear todo un culto a su alrededor, sobre la premisa de que Lovecraft había inventado algo llamado el “cuento materialista de terror”, o el “terror cósmico”. No está muy claro a quién se debe la creación de la etiqueta; a August Derleth, seguramente. Lo que sí está claro es que Lovecraft tuvo al menos un precursor reconocido por él mismo en ese terreno: William Hope Hodgson.

La casa en el confín de la tierra cuenta la historia de un hombre asediado por extrañas criaturas cerdo surgidas del fondo de la tierra, y casi la mitad del libro consiste en una especie de viaje alucinante por el universo y por el tiempo hasta vislumbrar el final de los siglos y la muerte de todas las galaxias. Lo de terror cósmico se entiende muy fácil en el caso de esta novela, aunque casi sería más apropiado hablar de terror lisérgico; si no fuera porque fue escrita en 1908 uno pensaría que esta novela fue inspirada directamente por algún ácido psicodélico.

Lovecraft no era tan lisérgico, pero los monstruos de su mitología inventada provienen del espacio, son extraterrestres; en ese sentido sus historias encajan perfectamente en la etiqueta del terror cósmico.

Lo que no se entiende tan bien es lo de cuento materialista de terror. ¿Qué es el horror materialista? Pienso que hay dos formas de verlo:

Primero, el atributo de “materialista” sirve para diferenciarlo del terror espiritualista. En los cuentos de Lovecraft no hay almas en pena, fantasmas etéreos y de dudosa existencia, sino monstruos de carne y hueso, con una realidad física presente y perceptible por los sentidos.

El terror en los cuentos de Lovecraft es casi siempre una cuestión de escala: los monstruos y los escenarios lovecraftianos son o bien increíblemente gigantes, o increíblemente antiguos, o están invadidos de olores inefables, de colores que nunca antes han sido vistos por el ojo humano, o de notas musicales que jamás han sido ni podrán ser representadas en un pentagrama.

Lovecraft era ateo y pensaba que la religión era perniciosa para el orden social e incluso para la política. Sin embargo en sus cuentos se detecta un fuerte determinismo: el hombre está predestinado, no hay nada que pueda hacer para salvarse o condenarse, es sólo el capricho de Dios el que decide. En cierta forma es como un calvinismo ateo o extraterrestre, donde Dios se sustituye por Cthulhu o el primigenio de turno.

Indirectamente, Lovecraft hace una gran defensa del pensamiento religioso: las comunidades “primitivas” que presenta en sus cuentos (La llamada de Cthulhu, El susurrador de la oscuridad) y que el llama abominables, tienen un sistema para tratar con los dioses arquetípicos, disponen de rituales y sacrificios para aplacarlos, mientras que el hombre de ciencia se encuentra completamente desarmado, y por tanto muere o enloquece irremediablemente.

Pero incluso los supuestos hombres de ciencia de Lovecraft flaquean en sus convicciones: Armitage, el científico protagonista de Dunwich, consigue acabar con el monstruo, o al menos despacharlo de este plano de la existencia, pero no lo hace sirviéndose de ningún ingenio mecánico ni fórmula química, sino recurriendo a un conjuro.

Michel Houellebecq llega más lejos al destacar el paralelismo del monstruo de El horror de Dunwich con el mismo Jesucristo. El monstruo del cuento muere o se entrega a su padre en lo alto de una colina, gritando: “Padre, padre, socorro, yog sothoth”, y cuando asciende a los cielos, Armitage comenta:
Ha vuelto al seno de lo que era en un principio y ya no puede volver a existir. Era una monstruosidad en un mundo normal. Sólo en una mínima parte estaba compuesto de materia. Era igual que su padre, y una gran parte de su ser ha vuelto a fundirse con aquél en algún reino o dimensión desconocido.
En El susurrador en la oscuridad también se nos cuenta cómo los celtas, los indios, las tribus primitivas se defendían de las criaturas mediante fórmulas mágicas. Y la conclusión es que a ellos les iba mucho mejor que a los científicos.

Por tanto, lo que está proclamando Lovecraft es el fracaso o la derrota del pensamiento y el método científicos ante ciertas realidades cósmicas o sobrenaturales.
Además, toda la imaginería de Lovecraft está construida sobre una iconogía religiosa evidente: para empezar, el elenco de monstruos está presentado como un panteón de dioses antiguos, que aunque sean extraterrestres tienen una relación de superioridad absoluta con los hombres equivalente a la de los dioses; las arquiteturas colosales que se describen en sus cuentos siempre hacen referencia a las construcciones religiosas, catedrales, pináculos, criptas; y el conocimiento hermético de sus historias se transmite a través de libros pseudomísticos o cabalísticos como el Necronomicon.
Lovecraft no era un especulador científico, Lovecraft era un ateo que jugaba en el campo de los miedos espirituales y las estructuras mentales religiosas.
Las descripciones de Lovecraft son imposibles, están más cerca de la poesía que de la ciencia ficción, y aunque a veces sean precisas como un libro de anatomía o de arquitectura marcianas están llenas de connotaciones sobrenaturales; Lovecraft no era un escritor contenido precisamente en su forma de describir. Lovecraft era un poeta antes que un científico.

Por tanto, esta interpretación del materialismo de Lovecraft como una clase de anti-espiritualismo no es creíble. O en todo caso, a mí no me interesa. El sentido que yo le doy al horror materialista de Lovecraft es otro muy distinto.

Para mí, lo que distingue a Lovecraft es la amoralidad de sus cuentos. Los monstruos no son castigadores, no hay pecado ni redención, todo sucede de una manera mecánica que no tiene nada que ver con la moral ni con la virtud de las personas. Por eso no se puede hablar de merecimiento, las víctimas no merecen ni dejan de merecer su destino.

En otras palabras: estaríamos hablando del horror materialista en oposición al terror psicológico. O a la novela psicológica.

La literatura de L. es un puro deleite estético, que salta del nivel más superficial de la descripción anatómica a los miedos más profundos o arquetípicos, casi al bulbo raquídeo donde están los miedos animales, (miedo a lo desconocido, a las amputaciones, a ser devorados), pero se deja por el camino toda la psicología y toda la emotividad; por eso Lovecraft no conmueve, deja muy frío al lector. La literatura de Lovecraft es inhumana. Sus héroes se despojan de cualquier signo de vida, renuncian a cualquier alegría humana, se convierten en meros intelectos, espíritus puros que aspiran a una única meta: la búsqueda del conocimiento. Son además absolutamente ingenuos, planos, de una sola pieza. Y como son absolutamente ingenuos, en estas historias no cabe la culpa, y tampoco funcionan como chivos expiatorios ni víctimas propiciatorias. Su muerte no produce ningún consuelo ni otorga sentido a nada.

Los relatos de Lovecraft producen un gran desasosiego porque en ellos no hay ningún tipo de catarsis. Para que haya catarsis, según Aristóteles, debe estar presente el terror y también la piedad. Pero en Lovecraft falta la piedad, no hay ningún tipo de empatía ni compasión por el personaje. La única catarsis posible se produce al cerrar el libro, o porque sabemos que se trata de un libro. Y en ese sentido Lovecraft nunca nos engaña: su estilo es tan anacrónico (incluso para su época) y tan enfático, que nunca podemos olvidar que se trata de un cuento mientras lo leemos.

Además, Lovecraft era tan cobarde, tenía tanto miedo de mostrar sus propios sentimientos que no le bastaba con disfrazarse de científico aséptico y anodino para encarnarse en sus protagonistas; es que encima, los sucesos fantásticos en sus cuentos siempre les suceden a otro personaje que no es el protagonista, con quien éste se cartea o a quien entrevista.

Esto es para mí lo más característico y lo peor del horror materialista, el alejamiento de las verdaderas emociones, que son donde realmente un cuento deja de ser un ejercicio estético y se convierte en algo más.

En la época en que Lovecraft escribió, en Europa ya se había inventado la novela psicológica: Dosotievsky, Stendhal. Y en América, Henry James ya la había trasladado incluso al terreno sobrenatural con Otra vuelta de tuerca.

Pero lo más chocante, al mirar los libros de historia, es que Lovecraft fue coetáneo de otro escritor europeo que trastocó la perspectiva del hombre moderno sobre su realidad cotidiana y sobre su forma de relacionarse con las pesadillas. Este hombre también murió joven, pobre y desconocido, y en su lápida bien podría figurar un epitafio muy parecido al de Lovecraft, pero con el nombre de otra ciudad. Me refiero a Kafka y a Praga.

¿Qué tiene que ver el terror cósmico materialista de Lovecraft con la ficción del absurdo de Kafka? Al menos una cosa fundamental: ambos plantean la derrota momentánea de la razón y de la lógica como instrumentos para comprender la realidad. Pero a diferencia de Lovecraft, Kafka contaba historias radicalmente humanas.

No puede haber dos relatos más opuestos que La metamorfosis y El color que cayó del cielo, ambos escritos con una diferencia de sólo quince años, y que tienen en común el tema: la irrupción de la monstruosidad dentro del ámbito familiar.

Kafka no necesitó escribir La metamorfosis en primera persona para meternos en la piel de Gregorio Samsa. Lovecraft utilizaba muchas veces la primera persona, pero no servía para nada, porque de inmediato quedaba anulada por el juego de desdoblamientos. Sin embargo, el horror de La metamorfosis no es ver o descubrir al monstruo, sino ser el monstruo. Y lo más horrible de todo es ser un monstruo sin ningún poder, que no es capaz de matar, ni atacar, ni siquiera de asustar; la reacción que provoca en los huéspedes de la casa cuando lo descubren finalmente no es el grito despavorido, como en los cuentos de Lovecraft, sino la burla, el desprecio absoluto. Lógicamente, entendemos que Kafka nos está hablando de algo más que de cucarachas gigantes.
Nos habla de complejos de inferioridad y de tentaciones incestuosas. El mayor sufrimiento de Gregorio Samsa es quedarse sin trabajo, porque eso significa que no podrá pagarle los estudios de violín a su hermana, a quien tanto ama. La novela trata de algo tan humano como eso y trata también de una cucaracha gigante, de lo que pasaría si realmente algo así sucediera: esa es la genialidad de Kafka.

Pero Lovecraft tenía un problema para atreverse con la novela psicológica, o mejor dicho, dos. Tenía fobia a dos cosas de las que nunca habla en sus cuentos: el sexo y el dinero. Como dice Houellebecq, justo los dos temas de los que más habla la narrativa contemporánea.

La metamorfosis está escrita con un estilo contenido, muy poco dramático, pero resulta increíblemente cálida y emotiva en comparación con la forma de escribir de Lovecraft:

Este es un fragmento de El color que cayó del cielo:

Toda la familia estaba decayendo tanto física como mentalmente, y nadie se sorprendió cuando se supo que la señora Gardner se había vuelto loca. Nahum no quiso enviarla al manicomio de la región, y dejó que vagara por la casa mientras era inofensiva para sí misma y para los demás. Aun cuando el rostro de la mujer comenzó a cambiar, no hizo nada. Pero cuando los muchachos empezaron a tenerle miedo, y Thaddeus casi se desmayó al ver los gestos que ella le hacía, decidió encerrarla en el altillo. En julio la señora Gardner había dejado de hablar y comenzó a caminar a cuatro patas; y antes de que terminase el mes, Nahum concibió la insensata idea de que su mujer brillaba ligeramente en la oscuridad, como ocurría con la vegetación a su alrededor.

Cuando Lovecraft dice que "la mujer brillaba ligeramente en la oscuridad” lo dice con toda seriedad, igual que cuando Kafka nos dice que Gregorio se ha despertado convertido en insecto. Pero son diferentes en algo esencial: la solemnidad de Lovecraft se queda en eso, está totalmente hueca de sentimientos y de implicaciones psicológicas o emocionales. Este es uno de los poquísimos cuentos en los que Lovecraft se atreve a meterse en un universo familiar, pero no tiene las agallas o los recursos para entrar de verdad en los sentimientos, y lo que hace es telegrafiarnos la desgracia de los Gardner, como en un informe forense.

Sin embargo, los dos relatos tienen algo en común: la resignación. Las dos familias se resignan a la convivencia con lo monstruoso; sólo al final la familia de Gregorio Samsa empieza a conspirar para matarlo, pero no hace falta, se muere él solo. Como en El color que cayó del cielo, el protagonista de La metamorfosis está condenado desde el principio, no hay nada que pueda hacer para evitar su tragedia, pero, a diferencia de los Gardner, la muerte de Gregorio Samsa está cargada de significado y de culpa, y por eso resulta emocionante y perturbadora.

Pero hay algo más: la tragedia de Lovecraft, el fracaso del cuento materialista de terror no proviene de la elección de sus temas, sus protagonistas o su punto de vista, sino de su incapacidad para la expresividad, para reflejar sentimientos o emociones intensas de una forma que no sean balbuceos incomprensibles o gritos de espanto.

Estoy convencido de que Lovecraft era consciente de estas limitaciones y seguramente consideraba un fracaso su literatura en ese sentido. Hay un cuento suyo que nos da algunas pistas: El modelo de Pickman. Estos son algunos fragmentos:

El fuerte de Pickman era la expresión de la cara. No creo que desde Goya nadie haya puesto tal carga de intensidad diabólica en una serie de rasgos o en una expresión.

Eran los rostros, Eliot, aquellos endiablados rostros que miraban de soslayo y parecían querer salir del lienzo como si se les hubiese inspirado un aliento vital.

Lovecraft admiraba a Goya, hasta el punto de que los cuadros pintados por Pickman están directamente inspirados en las Pinturas Negras. Dice:

Había uno llamado ‘La lección’… ¡Santo cielo, en mala hora lo vería! Escucha, ¿te imaginas un círculo de inefables seres de aspecto canino agazapados en un cementerio enseñando a un niño a comer según su usanza?

Lovecraft nos habla en el cuento de un mito según el cual esos seres caninos dejan a sus vástagos en las cunas de los hombres suplantando a sus verdaderos bebés, de modo que esas crías crecen en familias humanas sin que nadie se dé cuenta de su verdadero origen.

La idea más escalofriante del relato viene cuando el protagonista mira el siguiente cuadro. Para mí este es uno de los fragmentos más importantes y reveladores de Lovecraft:

Se trataba de un antiguo interior puritano: una estancia de gruesas vigas con ventanas de celosía, un largo banco y un mobiliario del siglo XVII de estilo bastante tosco, con la familia sentada en torno al padre mientras éste leía las Escrituras. Todos los rostros, salvo uno, mostraban nobleza y veneración, pero ese uno reflejaba la burla del averno. Era el rostro de un varón de edad juvenil, sin duda pertenecía a un supuesto hijo de aquel piadoso padre, pero en realidad era de la parentela de los seres impuros. Era el niño suplantado… y, en un rasgo de suprema ironía, Pickman había pintado las facciones de aquel adolescente de forma que guardaban un extraordinario parecido con las suyas.

Pickman se dibuja a sí mismo como un monstruo infiltrado en su propia familia cristiana. Pickman es el monstruo del cuento. Las criaturas caninas realizaron el intercambio cuando era un bebé y ahora sus verdaderos “padres” vienen a buscarle. Por si fuera poco, el siguiente cuadro que describe es así:

El cuadro representaba un colosal e indescriptible monstruo de centelleantes ojos rojos, que tenía entre sus huesudas garras algo que debió haber sido un hombre, y le roía la cabeza como un chiquillo chupa un pirulí. Estaba en cuclillas, y al mirarle parecía como si en cualquier momento fuera a soltar su presa en busca de un bocado jugoso.

Obviamente, está describiendo Saturno devorando a su hijo. Según el psicoanálisis, el acto de comerse a su hijo se interpreta como una figuración de la impotencia sexual.
Teniendo en cuenta que Lovecraft se quedó huérfano muy pronto, creció sin figura paterna y probablemente murió sin haber mantenido relaciones sexuales de ningún tipo, es muy tentador sacar conclusiones de tipo psicoanalítico sobre los cuentos de Lovecraft. Pero yo no pienso hacerlo, aunque sólo sea por respeto al desprecio que él sentía por Freud.

¿Cómo va a haber expresividad si no hay culpa, si no hay sexo, si no hay familia, si no hay dinero? La búsqueda del conocimiento científico es una motivación muy fría, gélida en comparación con todo lo anterior. La única expresividad, el único drama humano que se encuentra en los relatos de Lovecraft es el del miedo a la muerte. A la muerte como vacío absoluto, no como infierno.

El modo de escribir de Lovecraft (el terror cósmico materialista) ha quedado tan desfasado que se ha convertido en atemporal, y por eso las reediciones de sus libros se siguen vendiendo hoy igual que hace veinte años, igual que se venderán dentro de veinte años. Al negarse a entrar en el corazón de sus personajes, tal vez Lovecraft haya logrado entrar en un lugar más profundo, una especie de inconsciente mítico colectivo, y de ahí es de donde emana su poder.

Pero se trata de un poder demasiado estéril.

Houellebecq definió a Lovecraft como el hombre que no consiguió vivir, y yo añadiría que tampoco consiguió que sus personajes vivieran.

Al no haber sentimientos ni personajes auténticos, la literatura de Lovecraft carece de mensaje, pero no mensaje en el sentido de moraleja, sino en el sentido de contenido. La literatura de Lovecraft carece de contenido, no nos dice nada sobre lo que significa ser humano, es una gran carcasa vacía. ¿Qué nos quiere decir con la lenta y horrible agonía de la familia Gardner? Nada, no nos dice nada. La literatura de Lovecraft es como un gigantesco encogimiento de hombros ante el horror.

Pero lo más triste es que a Lovecraft seguro que le hubiera gustado decirnos algo; es impensable que alguien se ponga a escribir sin intención de comunicar algo, de convencernos de algo o de conmovernos. No sólo comenzó escribiendo poesías, sino que en sus primeros cuentos Lovecraft intentó cierto grado de penetración psicológica en sus personajes. Pero por la razón que fuera, no se sintió satisfecho de lo que escribía, y por eso su manera de escribir se fue destilando hacia eso que se ha llamado el terror materialista.

Yo sospecho que Lovecraft lo pasó mal con esa renuncia, y que lo que nosotros consideramos el gran logro de su carrera seguramente él lo experimentó como un profundo fracaso. No por casualidad, los dos cuentos favoritos del propio Lovecraft eran El color que cayó del cielo y La música de Erich Zann. El primero trata de una familia en descomposición y el segundo de un anciano que se niega a aceptar la llegada de su muerte. No puede haber temas más humanos, más conmovedores y más poderosos que esos. De hecho, la descripción del viejo músico Erich Zann está lo más cerca de la compasión que jamás ha escrito Lovecraft; excepcionalmente, el relato es estremecedor por la simple tragedia humana y no por la irrupción del elemento monstruoso. Incluso la culpa tiene cabida. En los momentos previos a su muerte, Erich Zann redacta a toda prisa una confesión en la que le cuenta al protagonista toda la verdad sobre su sufrimiento, pero la ventana se abre y las hojas de su confesión se van volando hacia el infinito antes de que nadie pueda leerlas.

Mi conclusión es que, igual que le sucede al protagonista del cuento de Erich Zann, nosotros los lectores de Lovecraft nos hemos quedado sin leer su verdadera confesión, sin saber lo que había dentro de él, y nos tenemos que conformar con escuchar su música, la música que interpretaba para mantener alejados a sus demonios.

Kafka decía:

Pienso que deberíamos leer solamente los libros que nos hieren, los que nos apuñalan. Necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos depriman profundamente, como la muerte de alguien a quien queremos más que a nosotros mismos, como ser exiliados a selvas alejadas de todo el mundo, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha con el que romper nuestro mar de hielo interior.

Lovecraft tenía el hacha, tenía el talento literario y la imaginación, pero no logró romper su mar de hielo. Y esa es la única pena que nos queda.


sábado, 1 de noviembre de 2008

Salsa tártara


ESCENAS QUE VALEN UNA PELÍCULA (II)

The weather man (El hombre del tiempo, 2005) es una película de Gore Verbinski que se quedó unos cuantos escalones por debajo de la perfección pero que cada vez que la recuerdo me hace sonreír. Nicholas Cage es el protagonista, un tipo mediocre y patético, que además de trabajar en la profesión que anuncia el título lucha por hacerse una carrera como escritor (¿cómo no iba a caerme simpático?). Además de ser un desastre como marido y padre, sufre un bochornoso complejo de inferioridad respecto a su padre, un brillante y laureado autor interpretado con implacable dureza por Michael Caine.  

Esta es la escena en la que David Spritz (Cage) se plantea qué es lo que ha hecho mal en su vida, en qué momento comenzaron las cosas a torcerse... o qué habría sido diferente si aquel día no se hubiera olvidado de la salsa tártara.

Me encanta esta escena por dos razones: por el monólogo interior del protagonista mientras espera el semáforo, y porque refleja cómo un suceso absolutamente tonto y minúsculo puede convertirse en la gota que colma el vaso de una situación insostenible, o dicho con otras palabras: cómo podemos perder el control de nuestras vidas por una acción irreflexiva, un pequeño error que de pronto se convierte en decisivo sin que entendamos muy bien cuál ha sido el proceso. No sé, creo que es todo un tema. La anti-épica de la vida real.

Debería introducir algo de espionaje o plutonio robado en mi novela. Para darle más sabor.

Guión: Steven Conrad.
Actores: Nicholas Cage (actor de doblaje: Jordi Brau) y Hope Davis (actriz de doblaje: Alicia Laorden)
Director: Gore Verbinski