Los libros son un producto como cualquier otro. Se venden en tiendas, se ponen en las estanterías con una etiqueta en la que dice cuál es el precio y otra en la que explica cuál es el contenido del envase. De qué trata el libro. A qué género pertenece. A los que escribimos nos gustaría que no hubiera etiquetas, o que la etiqueta simplemente dijera: “Aquí hay una buena historia”. Pero así no los venderíamos nunca y nos moriríamos de hambre.
Howard Phillips Lovecraft no se murió de hambre, pero casi. Fue muy mal vendedor de sí mismo durante toda su vida: cuando estuvo en Nueva York, recién casado, ni siquiera fue capaz de encontrar trabajo a pesar de que tenía una grandísima cultura y modales exquisitos. Y la única etiqueta que eligió para sí mismo fue la que aparece en su lápida: “Yo soy Providence”. Que es como decir: Yo soy nadie. En resumen: un desastre total como publicista.
Pero como suele suceder con algunos genios incomprendidos, los sucesores de Lovecraft tuvieron mejor ojo para el marketing y consiguieron crear todo un culto a su alrededor, sobre la premisa de que Lovecraft había inventado algo llamado el “cuento materialista de terror”, o el “terror cósmico”. No está muy claro a quién se debe la creación de la etiqueta; a August Derleth, seguramente. Lo que sí está claro es que Lovecraft tuvo al menos un precursor reconocido por él mismo en ese terreno: William Hope Hodgson.
cuenta la historia de un hombre asediado por extrañas criaturas cerdo surgidas del fondo de la tierra, y casi la mitad del libro consiste en una especie de viaje alucinante por el universo y por el tiempo hasta vislumbrar el final de los siglos y la muerte de todas las galaxias. Lo de terror cósmico se entiende muy fácil en el caso de esta novela, aunque casi sería más apropiado hablar de terror lisérgico; si no fuera porque fue escrita en 1908 uno pensaría que esta novela fue inspirada directamente por algún ácido psicodélico.
Lovecraft no era tan lisérgico, pero los monstruos de su mitología inventada provienen del espacio, son extraterrestres; en ese sentido sus historias encajan perfectamente en la etiqueta del terror cósmico.
Lo que no se entiende tan bien es lo de cuento materialista de terror. ¿Qué es el horror materialista? Pienso que hay dos formas de verlo:
Primero, el atributo de “materialista” sirve para diferenciarlo del terror espiritualista. En los cuentos de Lovecraft no hay almas en pena, fantasmas etéreos y de dudosa existencia, sino monstruos de carne y hueso, con una realidad física presente y perceptible por los sentidos.
El terror en los cuentos de Lovecraft es casi siempre una cuestión de escala: los monstruos y los escenarios lovecraftianos son o bien increíblemente gigantes, o increíblemente antiguos, o están invadidos de olores inefables, de colores que nunca antes han sido vistos por el ojo humano, o de notas musicales que jamás han sido ni podrán ser representadas en un pentagrama.
Lovecraft era ateo y pensaba que la religión era perniciosa para el orden social e incluso para la política. Sin embargo en sus cuentos se detecta un fuerte determinismo: el hombre está predestinado, no hay nada que pueda hacer para salvarse o condenarse, es sólo el capricho de Dios el que decide. En cierta forma es como un calvinismo ateo o extraterrestre, donde Dios se sustituye por Cthulhu o el primigenio de turno.
Indirectamente, Lovecraft hace una gran defensa del pensamiento religioso: las comunidades “primitivas” que presenta en sus cuentos (
) y que el llama abominables, tienen un sistema para tratar con los dioses arquetípicos, disponen de rituales y sacrificios para aplacarlos, mientras que el hombre de ciencia se encuentra completamente desarmado, y por tanto muere o enloquece irremediablemente.
Pero incluso los supuestos hombres de ciencia de Lovecraft flaquean en sus convicciones: Armitage, el científico protagonista de Dunwich, consigue acabar con el monstruo, o al menos despacharlo de este plano de la existencia, pero no lo hace sirviéndose de ningún ingenio mecánico ni fórmula química, sino recurriendo a un conjuro.
con el mismo Jesucristo. El monstruo del cuento muere o se entrega a su padre en lo alto de una colina, gritando: “Padre, padre, socorro, yog sothoth”, y cuando asciende a los cielos, Armitage comenta:
En
El susurrador en la oscuridad también se nos cuenta cómo los celtas, los indios, las tribus primitivas se defendían de las criaturas mediante fórmulas mágicas. Y la conclusión es que a ellos les iba mucho mejor que a los científicos.
Por tanto, lo que está proclamando Lovecraft es el fracaso o la derrota del pensamiento y el método científicos ante ciertas realidades cósmicas o sobrenaturales.
Además, toda la imaginería de Lovecraft está construida sobre una iconogía religiosa evidente: para empezar, el elenco de monstruos está presentado como un panteón de dioses antiguos, que aunque sean extraterrestres tienen una relación de superioridad absoluta con los hombres equivalente a la de los dioses; las arquiteturas colosales que se describen en sus cuentos siempre hacen referencia a las construcciones religiosas, catedrales, pináculos, criptas; y el conocimiento hermético de sus historias se transmite a través de libros pseudomísticos o cabalísticos como el Necronomicon.
Lovecraft no era un especulador científico, Lovecraft era un ateo que jugaba en el campo de los miedos espirituales y las estructuras mentales religiosas.
Las descripciones de Lovecraft son imposibles, están más cerca de la poesía que de la ciencia ficción, y aunque a veces sean precisas como un libro de anatomía o de arquitectura marcianas están llenas de connotaciones sobrenaturales; Lovecraft no era un escritor contenido precisamente en su forma de describir. Lovecraft era un poeta antes que un científico.
Por tanto, esta interpretación del materialismo de Lovecraft como una clase de anti-espiritualismo no es creíble. O en todo caso, a mí no me interesa. El sentido que yo le doy al horror materialista de Lovecraft es otro muy distinto.
Para mí, lo que distingue a Lovecraft es la amoralidad de sus cuentos. Los monstruos no son castigadores, no hay pecado ni redención, todo sucede de una manera mecánica que no tiene nada que ver con la moral ni con la virtud de las personas. Por eso no se puede hablar de merecimiento, las víctimas no merecen ni dejan de merecer su destino.
En otras palabras: estaríamos hablando del horror materialista en oposición al terror psicológico. O a la novela psicológica.
La literatura de L. es un puro deleite estético, que salta del nivel más superficial de la descripción anatómica a los miedos más profundos o arquetípicos, casi al bulbo raquídeo donde están los miedos animales, (miedo a lo desconocido, a las amputaciones, a ser devorados), pero se deja por el camino toda la psicología y toda la emotividad; por eso Lovecraft no conmueve, deja muy frío al lector. La literatura de Lovecraft es inhumana. Sus héroes se despojan de cualquier signo de vida, renuncian a cualquier alegría humana, se convierten en meros intelectos, espíritus puros que aspiran a una única meta: la búsqueda del conocimiento. Son además absolutamente ingenuos, planos, de una sola pieza. Y como son absolutamente ingenuos, en estas historias no cabe la culpa, y tampoco funcionan como chivos expiatorios ni víctimas propiciatorias. Su muerte no produce ningún consuelo ni otorga sentido a nada.
Los relatos de Lovecraft producen un gran desasosiego porque en ellos no hay ningún tipo de catarsis. Para que haya catarsis, según Aristóteles, debe estar presente el terror y también la piedad. Pero en Lovecraft falta la piedad, no hay ningún tipo de empatía ni compasión por el personaje. La única catarsis posible se produce al cerrar el libro, o porque sabemos que se trata de un libro. Y en ese sentido Lovecraft nunca nos engaña: su estilo es tan anacrónico (incluso para su época) y tan enfático, que nunca podemos olvidar que se trata de un cuento mientras lo leemos.
Además, Lovecraft era tan cobarde, tenía tanto miedo de mostrar sus propios sentimientos que no le bastaba con disfrazarse de científico aséptico y anodino para encarnarse en sus protagonistas; es que encima, los sucesos fantásticos en sus cuentos siempre les suceden a otro personaje que no es el protagonista, con quien éste se cartea o a quien entrevista.
Esto es para mí lo más característico y lo peor del horror materialista, el alejamiento de las verdaderas emociones, que son donde realmente un cuento deja de ser un ejercicio estético y se convierte en algo más.
En la época en que Lovecraft escribió, en Europa ya se había inventado la novela psicológica: Dosotievsky, Stendhal. Y en América, Henry James ya la había trasladado incluso al terreno sobrenatural con
Otra vuelta de tuerca.
Pero lo más chocante, al mirar los libros de historia, es que Lovecraft fue coetáneo de otro escritor europeo que trastocó la perspectiva del hombre moderno sobre su realidad cotidiana y sobre su forma de relacionarse con las pesadillas. Este hombre también murió joven, pobre y desconocido, y en su lápida bien podría figurar un epitafio muy parecido al de Lovecraft, pero con el nombre de otra ciudad. Me refiero a Kafka y a Praga.
¿Qué tiene que ver el terror cósmico materialista de Lovecraft con la ficción del absurdo de Kafka? Al menos una cosa fundamental: ambos plantean la derrota momentánea de la razón y de la lógica como instrumentos para comprender la realidad. Pero a diferencia de Lovecraft, Kafka contaba historias radicalmente humanas.
No puede haber dos relatos más opuestos que
La metamorfosis y
El color que cayó del cielo, ambos escritos con una diferencia de sólo quince años, y que tienen en común el tema: la irrupción de la monstruosidad dentro del ámbito familiar.
Kafka no necesitó escribir
La metamorfosis en primera persona para meternos en la piel de Gregorio Samsa. Lovecraft utilizaba muchas veces la primera persona, pero no servía para nada, porque de inmediato quedaba anulada por el juego de desdoblamientos. Sin embargo, el horror de
La metamorfosis no es ver o descubrir al monstruo, sino ser el monstruo. Y lo más horrible de todo es ser un monstruo sin ningún poder, que no es capaz de matar, ni atacar, ni siquiera de asustar; la reacción que provoca en los huéspedes de la casa cuando lo descubren finalmente no es el grito despavorido, como en los cuentos de Lovecraft, sino la burla, el desprecio absoluto. Lógicamente, entendemos que Kafka nos está hablando de algo más que de cucarachas gigantes.
Nos habla de complejos de inferioridad y de tentaciones incestuosas. El mayor sufrimiento de Gregorio Samsa es quedarse sin trabajo, porque eso significa que no podrá pagarle los estudios de violín a su hermana, a quien tanto ama. La novela trata de algo tan humano como eso y trata también de una cucaracha gigante, de lo que pasaría si realmente algo así sucediera: esa es la genialidad de Kafka.
Pero Lovecraft tenía un problema para atreverse con la novela psicológica, o mejor dicho, dos. Tenía fobia a dos cosas de las que nunca habla en sus cuentos: el sexo y el dinero. Como dice Houellebecq, justo los dos temas de los que más habla la narrativa contemporánea.
La metamorfosis está escrita con un estilo contenido, muy poco dramático, pero resulta increíblemente cálida y emotiva en comparación con la forma de escribir de Lovecraft:
Este es un fragmento de
El color que cayó del cielo:
Toda la familia estaba decayendo tanto física como mentalmente, y nadie se sorprendió cuando se supo que la señora Gardner se había vuelto loca. Nahum no quiso enviarla al manicomio de la región, y dejó que vagara por la casa mientras era inofensiva para sí misma y para los demás. Aun cuando el rostro de la mujer comenzó a cambiar, no hizo nada. Pero cuando los muchachos empezaron a tenerle miedo, y Thaddeus casi se desmayó al ver los gestos que ella le hacía, decidió encerrarla en el altillo. En julio la señora Gardner había dejado de hablar y comenzó a caminar a cuatro patas; y antes de que terminase el mes, Nahum concibió la insensata idea de que su mujer brillaba ligeramente en la oscuridad, como ocurría con la vegetación a su alrededor.
Cuando Lovecraft dice que "la mujer brillaba ligeramente en la oscuridad” lo dice con toda seriedad, igual que cuando Kafka nos dice que Gregorio se ha despertado convertido en insecto. Pero son diferentes en algo esencial: la solemnidad de Lovecraft se queda en eso, está totalmente hueca de sentimientos y de implicaciones psicológicas o emocionales. Este es uno de los poquísimos cuentos en los que Lovecraft se atreve a meterse en un universo familiar, pero no tiene las agallas o los recursos para entrar de verdad en los sentimientos, y lo que hace es telegrafiarnos la desgracia de los Gardner, como en un informe forense.
Sin embargo, los dos relatos tienen algo en común: la resignación. Las dos familias se resignan a la convivencia con lo monstruoso; sólo al final la familia de Gregorio Samsa empieza a conspirar para matarlo, pero no hace falta, se muere él solo. Como en
El color que cayó del cielo, el protagonista de
La metamorfosis está condenado desde el principio, no hay nada que pueda hacer para evitar su tragedia, pero, a diferencia de los Gardner, la muerte de Gregorio Samsa está cargada de significado y de culpa, y por eso resulta emocionante y perturbadora.
Pero hay algo más: la tragedia de Lovecraft, el fracaso del cuento materialista de terror no proviene de la elección de sus temas, sus protagonistas o su punto de vista, sino de su incapacidad para la expresividad, para reflejar sentimientos o emociones intensas de una forma que no sean balbuceos incomprensibles o gritos de espanto.
Estoy convencido de que Lovecraft era consciente de estas limitaciones y seguramente consideraba un fracaso su literatura en ese sentido. Hay un cuento suyo que nos da algunas pistas:
El modelo de Pickman. Estos son algunos fragmentos:
El fuerte de Pickman era la expresión de la cara. No creo que desde Goya nadie haya puesto tal carga de intensidad diabólica en una serie de rasgos o en una expresión.
Eran los rostros, Eliot, aquellos endiablados rostros que miraban de soslayo y parecían querer salir del lienzo como si se les hubiese inspirado un aliento vital.
Lovecraft admiraba a Goya, hasta el punto de que los cuadros pintados por Pickman están directamente inspirados en las Pinturas Negras. Dice:
Había uno llamado ‘La lección’… ¡Santo cielo, en mala hora lo vería! Escucha, ¿te imaginas un círculo de inefables seres de aspecto canino agazapados en un cementerio enseñando a un niño a comer según su usanza?
Lovecraft nos habla en el cuento de un mito según el cual esos seres caninos dejan a sus vástagos en las cunas de los hombres suplantando a sus verdaderos bebés, de modo que esas crías crecen en familias humanas sin que nadie se dé cuenta de su verdadero origen.
La idea más escalofriante del relato viene cuando el protagonista mira el siguiente cuadro. Para mí este es uno de los fragmentos más importantes y reveladores de Lovecraft:
Se trataba de un antiguo interior puritano: una estancia de gruesas vigas con ventanas de celosía, un largo banco y un mobiliario del siglo XVII de estilo bastante tosco, con la familia sentada en torno al padre mientras éste leía las Escrituras. Todos los rostros, salvo uno, mostraban nobleza y veneración, pero ese uno reflejaba la burla del averno. Era el rostro de un varón de edad juvenil, sin duda pertenecía a un supuesto hijo de aquel piadoso padre, pero en realidad era de la parentela de los seres impuros. Era el niño suplantado… y, en un rasgo de suprema ironía, Pickman había pintado las facciones de aquel adolescente de forma que guardaban un extraordinario parecido con las suyas.
Pickman se dibuja a sí mismo como un monstruo infiltrado en su propia familia cristiana. Pickman es el monstruo del cuento. Las criaturas caninas realizaron el intercambio cuando era un bebé y ahora sus verdaderos “padres” vienen a buscarle. Por si fuera poco, el siguiente cuadro que describe es así:
El cuadro representaba un colosal e indescriptible monstruo de centelleantes ojos rojos, que tenía entre sus huesudas garras algo que debió haber sido un hombre, y le roía la cabeza como un chiquillo chupa un pirulí. Estaba en cuclillas, y al mirarle parecía como si en cualquier momento fuera a soltar su presa en busca de un bocado jugoso.
Obviamente, está describiendo
Saturno devorando a su hijo. Según el psicoanálisis, el acto de comerse a su hijo se interpreta como una figuración de la impotencia sexual.
Teniendo en cuenta que Lovecraft se quedó huérfano muy pronto, creció sin figura paterna y probablemente murió sin haber mantenido relaciones sexuales de ningún tipo, es muy tentador sacar conclusiones de tipo psicoanalítico sobre los cuentos de Lovecraft. Pero yo no pienso hacerlo, aunque sólo sea por respeto al desprecio que él sentía por Freud.
¿Cómo va a haber expresividad si no hay culpa, si no hay sexo, si no hay familia, si no hay dinero? La búsqueda del conocimiento científico es una motivación muy fría, gélida en comparación con todo lo anterior. La única expresividad, el único drama humano que se encuentra en los relatos de Lovecraft es el del miedo a la muerte. A la muerte como vacío absoluto, no como infierno.
El modo de escribir de Lovecraft (el terror cósmico materialista) ha quedado tan desfasado que se ha convertido en atemporal, y por eso las reediciones de sus libros se siguen vendiendo hoy igual que hace veinte años, igual que se venderán dentro de veinte años. Al negarse a entrar en el corazón de sus personajes, tal vez Lovecraft haya logrado entrar en un lugar más profundo, una especie de inconsciente mítico colectivo, y de ahí es de donde emana su poder.
Pero se trata de un poder demasiado estéril.
Houellebecq definió a Lovecraft como el hombre que no consiguió vivir, y yo añadiría que tampoco consiguió que sus personajes vivieran.
Al no haber sentimientos ni personajes auténticos, la literatura de Lovecraft carece de mensaje, pero no mensaje en el sentido de moraleja, sino en el sentido de contenido. La literatura de Lovecraft carece de contenido, no nos dice nada sobre lo que significa ser humano, es una gran carcasa vacía. ¿Qué nos quiere decir con la lenta y horrible agonía de la familia Gardner? Nada, no nos dice nada. La literatura de Lovecraft es como un gigantesco encogimiento de hombros ante el horror.
Pero lo más triste es que a Lovecraft seguro que le hubiera gustado decirnos algo; es impensable que alguien se ponga a escribir sin intención de comunicar algo, de convencernos de algo o de conmovernos. No sólo comenzó escribiendo poesías, sino que en sus primeros cuentos Lovecraft intentó cierto grado de penetración psicológica en sus personajes. Pero por la razón que fuera, no se sintió satisfecho de lo que escribía, y por eso su manera de escribir se fue destilando hacia eso que se ha llamado el terror materialista.
Yo sospecho que Lovecraft lo pasó mal con esa renuncia, y que lo que nosotros consideramos el gran logro de su carrera seguramente él lo experimentó como un profundo fracaso. No por casualidad, los dos cuentos favoritos del propio Lovecraft eran
El color que cayó del cielo y
La música de Erich Zann. El primero trata de una familia en descomposición y el segundo de un anciano que se niega a aceptar la llegada de su muerte. No puede haber temas más humanos, más conmovedores y más poderosos que esos. De hecho, la descripción del viejo músico Erich Zann está lo más cerca de la compasión que jamás ha escrito Lovecraft; excepcionalmente, el relato es estremecedor por la simple tragedia humana y no por la irrupción del elemento monstruoso. Incluso la culpa tiene cabida. En los momentos previos a su muerte, Erich Zann redacta a toda prisa una confesión en la que le cuenta al protagonista toda la verdad sobre su sufrimiento, pero la ventana se abre y las hojas de su confesión se van volando hacia el infinito antes de que nadie pueda leerlas.
Mi conclusión es que, igual que le sucede al protagonista del cuento de Erich Zann, nosotros los lectores de Lovecraft nos hemos quedado sin leer su verdadera confesión, sin saber lo que había dentro de él, y nos tenemos que conformar con escuchar su música, la música que interpretaba para mantener alejados a sus demonios.
Kafka decía:
Pienso que deberíamos leer solamente los libros que nos hieren, los que nos apuñalan. Necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos depriman profundamente, como la muerte de alguien a quien queremos más que a nosotros mismos, como ser exiliados a selvas alejadas de todo el mundo, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha con el que romper nuestro mar de hielo interior.
Lovecraft tenía el hacha, tenía el talento literario y la imaginación, pero no logró romper su mar de hielo. Y esa es la única pena que nos queda.