Animado por el éxito que había tenido con La Historia Interminable de Ende, hace unos meses comencé a leerle Harry Potter a mi hijo de cinco años, pensando que el libraco funcionaría perfectamente como somnífero. A fecha de hoy ya vamos por la página 528 del cuarto volumen, El cáliz de fuego, y ni que decir tiene que los ojos del crío permanecen abiertos como platos hasta la última palabra de cada capítulo. Incluso, cuando soy yo el que se queda dormido en mitad de un terrible hechizo, es mi hijo quien me arrebata el libro y se pone a leerlo con el esfuerzo titánico de un recién licenciado en Infantil.
El fenómeno de Harry Potter es tan brutal e incontestable que no merece la pena gastar teclas en criticar el estilo zafio, repetitivo, confuso y a trompicones de J. K. Rowling. A mí los libros no me gustan, me marea dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo, y creo que jamás leería las aventuras de Harry Potter por iniciativa propia. Pero hay un antes y un después de Harry Potter, eso está fuera de discusión. Ha creado millones de lectores, y solo por eso se merece un monumento, o al menos un respeto.
Respeto como el que le tiene Stephen King, que públicamente se ha declarado fan y ha pedido la continuación indefinida de la saga. A mí me fascina mucho esta imagen de King y Rowling juntos porque estoy empeñado en ver un relevo generacional, no solo de autores sino de lectores. Por supuesto, los libros de Stephen King van dirigidos a un público (ligeramente) más adulto que los de la escritora inglesa, pero el componente fantástico y el éxito masivo son dos nexos suficientes para considerarlos parientes de sangre, primos quizá, o mejor tío y sobrina.
Lo interesante de este juego de relevos, para mí, es que quienes nos educamos con un libro de King debajo del brazo y ahora nos dedicamos a escribir, ejem, tenemos la oportunidad de tomar en herencia toda esa millonaria audiencia de lectores fantásticos de Harry Potter y llevarles de la mano hasta nuestro territorio de fantasía para adultos, si es que tal cosa existe.
Teóricamente, las cuentas podrían salirnos.
Teóricamente.
En la práctica, algunos de los niños que acaban de terminar de zamparse la saga de Harry Potter entera tal vez no vuelvan a abrir un libro en su vida (salvo que vuelva el mago de las gafitas, cosa que hará a más no tardar). Otros serán para siempre lectores de bestsellers (lo que toque en cada momento: novela histórica, thriller religioso, detectives del FBI). Y por supuesto, está el grupo de los que mirarán hacia atrás (hacia su estantería de lomos coloreados) con media sonrisa irónica, abjurarán del espejismo buenista e inmaduro de la fantasía y entregarán toda su desengañada alma lectora a la narrativa realista y postmoderna. Alea iacta est.
Pero algunos, quiero pensar que un buen puñado de ellos, seguirán buscando en la sección de "Fantasía" cuando acudan a una librería o abran un portal de internet, al menos durante unos pocos años, empujados por la inercia ensoñadora de Rowling. Seguirán buscando un libro que les hable de lugares inexistentes y de seres imposibles, aunque los protagonistas de esas historias ya no sean niños magos sino jóvenes informáticos o empleados de supermercado, luego abogados, policías o profesores, y finalmente escritores alcohólicos. Sus fantasías serán cada vez más híbridas y mutantes, como decíamos ayer, pero seguirán siendo historias que desafíen a la gris realidad de una u otra manera.
Así que podemos lamentarnos cuanto queramos de la falta de atención de las editoriales (con toda la razón del mundo), pero si queremos pillar cacho y cautivar a ese teórico batallón de lectores más vale que pongamos manos a la obra porque nuestra hora ha llegado. Como decía la niña de aquella película, ya están aquí...
Harry Potter ha muerto, ¡larga vida a la literatura fantástica!
P.D: Y al que se atreva a tirar la toalla, de pasarse al realismo cínico y postmoderno, que sepa que cuando se haya quedado abajo, en el fango del costumbrismo tristón, y mire hacia arriba con nostalgia, echará de menos un Snape que le susurre al oído, con voz pastosa: "Mil puntos menos para Gryffindor, gilipollas".
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