No se trata de ponerse nostálgico. La mayoría de aquellos libros eran realmente espantosos, y no me refiero a su capacidad de estremecer al lector. Eran malos y sin embargo ejercían un poder irresistible sobre nuestra alma juvenil. Éramos de mantequilla y aquellos libros nos cortaban como cuchillos calientes, con sus cubiertas chillonas y afiladas. Qué portadas. Sólo podían ser fruto de los primeros años ochenta.
En el origen, cuando la tierra era algo caótico y vacío y las tinieblas cubrían la superficie de las aguas, el Adolescente dijo: "Haya terror", y hubo terror: primero fueron los bolsilibros Selección Terror de Bruguera, luego la colección Super Terror de Martínez Roca (no confundir con la posterior colección Gran Super Terror, con portadas que huían del pulp para caer en lo cutre) y junto a ellos vinieron los comics Zona 84, 1984, Creepy, Cimoc o Totem, donde la fantasía se mezclaba con el sexo en un electrizante cóctel de hormonas en ebullición. Los ojos como platos. La imaginación echando humo.
Recuerdo dos títulos en concreto de la colección Super Terror: Fiebre de sangre, de Shelley Hyde (pseudónimo inverosímil donde los haya) y La devoradora de almas, de R. Alexander. Malos libros, ambos. Pero los recuerdo bien. O quizá no tan bien como creo...
Quizás el problema, precisamente, es que no soy consciente cada vez que me pongo a escribir y tomo una idea prestada de aquellas lecturas primigenias. No sólo de estas colecciones, sino de todos los libros y comics que pasaron por mis manos entre los diez y los dieciséis años, hasta que me instalé temporalmente en el nirvana literario de Stephen King. La mala memoria suele desembocar en el plagio involuntario, y yo tengo muy mala memoria.
Por eso de vez en cuando me impongo la tarea, aunque parezca un ejercicio de nostalgia freak, de abrir de par en par el viejo armario de la vieja casa y pasar el dedo por esos lomos —no tan viejos— de los libros que me sirvieron de banda sonora impresa durante aquellos años cruciales. Cogerlos, hojearlos, leer párrafos sueltos y recordar qué historia contaban. No se trata de enorgullecerse ni de avergonzarse. Simplemente se trata de recordar de dónde venimos. Quiénes somos. No sea que luego venga un crítico y nos arroje nuestro pasado encima igual que se vuelca un cubo de agua sucia. Haciéndose el listo. Mirando por encima del hombro.
Lo que todos aquellos librejos pulp tenían en común era una enseñanza que sigue siendo válida para mí y que debería serlo para cualquiera que quiera dedicarse a escribir, independientemente de géneros y de excelencias literarias: la regla número uno, o mejor dicho, el objetivo principal del juego es atrapar al lector. Cogerle bien fuerte desde la primera página. Agarrarle como se agarraban al tobillo de la chica aquellas manos huesudas y llenas de gusanos que surgían súbita e inexplicablemente de la tierra.
Yo también tengo toda la colección y la guardo con especial cariño.
ResponderEliminarPara mí supuso un auténtico descubrimiento la novela de Richard Laymon "El sótano". Me encantó, y eso que sé que es muy "limitada" (por no decir mala), pero disfruté cada una de sus sangrientas páginas llenas de desmembramientos y violencia gratuita.
Se convirtió en una de mis favoritas. Para mí fue algo totalmente nuevo. Absolutamente contrario a los sucedáneos de Lovecraft tan en boga esos días.