En palabras de Stephen King:
Doubleday publicó mi primera novela, y tenía una oferta para la segunda. La completé al mismo tiempo que otra, la cual me parecía una novela “seria”; se titulaba Carretera maldita. Se las mostré a mi editor de aquella época, Bill Thompson. Le gustaron ambas. Mientras almorzamos no se tomó ninguna decisión, luego volvimos caminando hacia Doubleday. En el cruce de Park Avenue con la calle 54 –o algún lugar parecido– nos detuvimos ante la luz roja de un semáforo. Finalmente rompí el silencio y le pregunté a Bill cuál de las dos novelas debía publicarse.
–Carretera maldita probablemente obtendría una atención más seria –dijo él. Pero Second Coming es como Peyton Place pero con vampiros. Es un gran libro y podría llegar a ser un best seller. Pero hay un problema.
–¿Cuál? –pregunté mientras la luz se ponía en verde y la gente comenzaba a moverse a nuestro lado. Bill se apartó del bordillo de la acera. En Nueva York no puedes desperdiciar una luz verde ni siquiera en momentos en que estás tomando una decisión crucial, y esta –podía sentirlo incluso en ese instante– era una que afectaría al resto de mi vida.
–Te encasillarás como escritor de terror –dijo. Me sentí tan aliviado que solté una carcajada.
–No me preocupa cómo me llamen mientras las facturas no se queden sin pagar –dije–. Publiquemos Second Coming. Y eso es lo que hicimos, aunque el título se cambió por Jerusalem’s Lot (mi esposa dijo que Second Coming sonaba como un manual de sexo) y más tarde terminó siendo Salem’s Lot (los cerebros de Doubleday dijeron que Jerusalem’s Lot parecía el título de un libro religioso). Finalmente, me encasillaron como un escritor de terror; una etiqueta que nunca he llegado a confirmar o denegar, simplemente porque pienso que es irrelevante para lo que hago. Sin embargo, sí resulta útil a las librerías para colocar mis libros en las estanterías.
Conclusión: las etiquetas son maravillosas.
Pero esta anécdota tiene trampa. Dos trampas.
1º: El éxito de Stephen King ha sido tan grande y su carrera tan prolífica que a estas alturas las estanterías dedicadas al terror en las librerías están casi completamente ocupadas por sus libros. Tiene el monopolio. Terror es sinónimo de King. Es como tener una estantería con tu nombre y apellido en todas las librerías del mundo.
2º: Cuando Stephen King saca un libro nuevo, los libreros no lo colocan en la estantería de literatura de terror, sino en la de novedades y literatura mainstream. (Como en una profecía autocumplida, los libreros nos dicen cuáles son los best sellers del momento para que nosotros los compremos y así, abracadabra, se conviertan en best sellers.)
Mi opinión es que las etiquetas genéricas no ayudan a nadie; ni al librero, ni al lector, ni al escritor. No existen diferentes públicos, sino uno solo; y publicar significa presentarse ante todo ese público, no solo ante un sector marcado y limitado a priori. Por eso yo (aquí fanfarria épica) propugno la abolición de las estanterías dedicadas al género, la Estantería Única, la emancipación de los libros como creaciones independientes, con su derecho a competir de igual a igual con los demás libros generalistas, la eliminación de fronteras argumentales y la elevación de toda la literatura a un mismo nivel de dignidad y de oportunidad ante los ojos del lector. He dicho.
La única étiqueta que encuentro lógica es la que distingue a la literatura infantil y juvenil. Lo mires como lo mires, no es recomendable que un niño de siete años lea El club de la lucha. Pero sé que incluso esta etiqueta es discutible, y que las fronteras entre la literatura juvenil y la literatura de adultos (especialmente en el terreno fantástico) son muy tenues, casi invisibles.
La prueba del nueve para demostrar que tengo razón en mi cruzada contra las etiquetas es la siguiente: ¿A qué aspira cualquier escritor? A convertirse él mismo en su propia etiqueta: a que el público compre y lea sus libros sólo por su nombre. O lo que es lo mismo: a librarse de toda etiqueta externa, pertenencia a grupo, generación o familia. Igual que en la vida misma, lo que el escritor busca es que le quieran, y que le quieran a él por sí mismo, con sus virtudes y sus defectos. Porque escribir es una búsqueda de identidad. Y eso es exactamente lo que no nos puede proporcionar una etiqueta.
De todas formas, es posible que este rollo sólo sea una forma de autojustificarme por publicar una novela con elementos fantásticos dentro de un sello editorial generalista. Lo admito. Soy un gusano egocéntrico. ¿Es que alguien lo dudaba?
Rojo alma, negro sombra (451 Editores), a partir de septiembre en las mejores librerías. No lo busquen en la sección de literatura fantástica. O tal vez sí. Ya veremos.
Yo creo que esas etiquetas sí hacen su papel: sirven a la mayor parte de los libreros para conectar oferta con demanda cuando ambas están claramente definidas, porque la mayor parte de los lectores buscan las novelas de terror en la estantería de las novelas de terror.
ResponderEliminarOtra cosa es que eso, que tiene su innegable impacto en las ventas, os guste a algunos autores. Y otra cosa es la gracia que le pueda hacer a determinados editores. Entiendo que puede ser una putada, lo de ver tu libro en la estantería freakie, pero todos nos debemos una buena dosis de honestidad a nosotros mismos y hay que reconocer que las etiquetas tienen el efecto que tienen. Seguro que tú te has valido de ellas muchas veces, porque no te imagino tratando de localizar mi novela en la FNAC del Callao si no es yendo derechito al rincón chungo.
La solución al ninguneo del género, señoras, no es renegar de él. Eso es amariconarse, romper la baraja. Eso es querer cambiar las reglas de la partida sólo porque en España nos lo ponen difícil.
Hubo un tiempo en que los hombres eran hombres y afrontaban las adversidades del mercado dando lo mejor de sí mismos hasta sobreponerse a las inclemencias. El tiempo y el buen hacer terminaba poniendo a cada uno en su sitio por sus propios méritos y pese a las injusticias.
Eso es lo que hay que aplicarse si vamos a someternos al juicio de los mercados: ganar la partida tal y como nos viene dada, acatando todas las reglas. Eso es lo que debemos de hacer, y no ejercer el derecho al pataleo. Otra alternativa es abandonar.
Como sabrás, Thomas M. Disch se suicidó hace unos días.
Había dejado de escribir.
No se trata de que las estanterías de género sean más o menos freakies.
ResponderEliminarNo creo que nadie se avergüence de verse junto a Edgar Allan Poe o Lovecraft. Yo me encontré Infierno Nevado junto a un libro de Richard Matheson, en la Fnac de Barcelona, y casi me da un infarto de la emoción. Adoro las secciones de literatura de terror, siempre busco en ellas (sí, también Noche cerrada) y no se trata de que me considere más guay que nadie para merecer otro lugar.
Yo voy por otro lado. (Obviamente, todo el rollo de la estantería única es una utopía, por no decir una boutade, por no decir una chorrada fruto de los calores de agosto) Para mí, las etiquetas de género están tan pringadas de prejuicios, vicios, limitaciones, tópicos, plagios, tics, y falta de frescura que es mucho mayor el daño que causan que el beneficio que aportan (más logístico que otra cosa).
Amariconarse sería renunciar a escribir lo que uno quiere, en este caso fantasía. El que te coloquen en una u otra estantería no es más que una cuestión de marketing, que por tanto podría (teóricamente) cambiarse sin que nadie se sienta como un vendido o algo por el estilo.
Por supuesto que hay que cambiar las reglas del juego cuando son reglas viciadas. ¿Crees que eso es más fácil o más cómodo que seguir apegado a las viejas categorías? ¿Me estás diciendo que es más fácil publicar fantasía con una gran editorial generalista que con una pequeña especializada? Creo que no.
Competir con un millón siempre es más difícil que competir con cien, me parece que es una obviedad. Así que, ¿dónde está el amariconamiento?
En definitiva, lo que a mí me importa es quitar a la literatura fantástica de todos los clichés y tópicos estilísticos y argumentales que nos mantienen encerrados y condenados en nuestras estanterías con olor a murciélago y alcanfor. Lo demás sólo lo digo por discutir, que también es muy divertido.
Hala, qué cosa más rara, estoy de acuerdo con ambos y eso que afirmais cosas diferentes...
ResponderEliminarLo cierto es que las etiquetas son necesarias:
-He escrito una novela
-¿Ah, sí? y ¿de qué va?
-De terror. (O lo que sea)
Ya está, etiqueta puesta.
Lo malo es cuando no está muy claro qué etiqueta poner. Y probablemente el nuevo trabajo de Ismael sea uno de esos.
Y es que hay muchas cosas inclasificables. Mi próxima novela saldrá con la etiqueta de Thriller (sobre todo para ayudar al librero y a algún posible lector despistado) Pero ha estado a punto de salir con la de "Jovenes adultos" o "Sociothriller" (esta me la inventé yo). Lo peor de todo es que ninguna de las etiquetas se ajusta al contenido. Es como decir que "La lista de Schindler" es una película bélica.
Espero que la novela de Ismael entre por la puerta de la literatura generalista, tendrá muchas más posibilidades.Eh, Ismael, lo de Thriller, mola. Míratelo.
Lo que está claro es que si las etiquetas no le hicieran ningún papel a la industria ya no estarían ahí. Por tanto, esa conclusión tuya de que no ayudan a nadie, es errónea.
ResponderEliminarA mí lo que me pasa con este rollo de culpar a las etiquetas (o cargar las tintas con ellas) es que ya lo he oído demasiadas veces. Lo dices tú y lo dicen David Mateo, Elia Barceló, Juan Miguel Aguilera... Todo el mundo dice que hay que terminar con la catalogación del género, con el arriconamiento que conlleva. Y yo lo que pienso es que eso es un cabreo -perfectamente comprensible- de los autores, que a menudo preferirían no tener que cargar con el estigma que es esto de hacer FCFT en el mercado editorial local.
Encuentro mucho más osado y valiente lo que hace Jose Carlos Somoza: "I'm just right here, so bring it on".
Por eso no me tiembla el pulso al enviar mis cartas de presentación a los sellos diciendo alto y claro que lo que yo hago últimamente es narrativa de terror de corte vanguardista. Luego ellos me responden con cartas de rechazo en las que pone alto y claro que me vaya a Topocu, y de ahí que mi mala hostia vaya en aumento de un tiempo a esta parte. Je.
Pretender cambiar las cosas en beneficio propio, colar lo que se hace como lo que no es, o dedicarse a escribir otra cosa es bastante cobarde, desde donde yo veo todo esto. Antes dejar de escribir que tener que hacerlo en otro planeta, de tapadillo o en arameo.
Pero es sólo una opinión más, supongo.
Mola lo del thriller, David. Pero creo que a mi novela tampoco le pega.
ResponderEliminarEmilio, cuando dices "una novela de terror de corte vanguardista" ya te estás saliendo de las etiquetas preestablecidas. El paso siguiente es que el editor te pregunte: "¿vanguardista en qué sentido?" Y entonces a lo mejor tú le tienes que hablar de Bukowski y ya puedes mandar a la mierda la maquinita de poner etiquetas.
Yo creo que a lo que todo autor aspira honradamente es a ser clasificado algún día como un "autor inclasificable", osea, la antítesis de una etiqueta.
Lo que le jode a Emilio, creo, y con toda la razón, es que en otros países la literatura de género no tenga ninguna connotación negativa y en España sí, y qué decir de la literatura de género escrita por españoles... Ahí sólo puedo darte la razón; y en ese sentido entiendo que califiques de cobardía la actitud de decir "ah, yo no escribo fantasía, qué va, yo escribo realismo ectoplásmico".
Pero en el sentido de cómodo o de ir a lo fácil, ni de coña: buscar el apoyo de una editorial generalista es el camino largo y difícil.
De todas formas, como dice Somoza y también King, cada uno está donde está, escribiendo lo que le sale, y luego son otros los que se encargan de poner las etiquetas. Así que en definitiva, a los escritores todo este tema nos debería traer al pairo; lo malo es cuando tenemos que escribir cartas de presentación y resumir en un par de líneas de qué palo vamos.