jueves, 21 de agosto de 2008

¡Tchak, tchak, tchak!



Se suele decir que una novela es cinematográfica cuando tiene muchos y largos diálogos, pero se trata de un tópico totalmente erróneo. El cine es pura síntesis, y los diálogos se miden siempre con cuentagotas. No existe nada más anticinematográfico que esas conversaciones de ciertas novelas que se extienden a lo largo de docenas y docenas de páginas: bla, bla, bla, bla...

Esto viene a cuento de Harry Potter y sus adaptaciones al cine.  El sistema que empleo con mis hijos es el de ver la versión cinematográfica después de leer el libro, por supuesto. Así ellos lo disfrutan dos veces y yo aprendo cantidad de técnica de guión. Mi nuevo ídolo es Steve Kloves.

Steve Kloves es el guionista que ha adaptado hasta ahora todas las novelas de Harry Potter con excepción de La Orden del Fénix, incluidas las dos partes de la última novela publicada que se encuentran en preproducción. 

Pues bien, me lo paso bomba viendo el trabajo de Kloves con los novelones de Rowling. ¡Qué manera de meter la tijera! ¡Tchak, tchak, tchak! Resulta una auténtica gozada ver cómo van cayendo los trozos inservibles, las ramas largas y retorcidas, las ideas tontas, los rollos interminables... Puede que las películas resultantes tampoco sean ninguna maravilla, pero mi sensación al verlas es la de asistir a un virtuoso trabajo de poda y jardinería: lo que era un arbusto hipertrofiado y amorfo termina convertido en un seto perfectamente cuadradito y decorativo. Chapó.

Kloves no sólo reduce a su esencia las conversaciones repetitivas e sobreexplicativas de los libros, sino que se carga de un hachazo a los personajes y las tramas secundarias cuando no le parecen necesarios, sin derramar una sola lágrima. Aún así, las películas son demasiado largas. Pero es imposible pedirle más a Kloves.

De las adaptaciones que he visto hasta ahora, mi favorita es El prisionero de Azkabán, dirigida por Alfonso Cuarón. En ella, Kloves se luce sobre todo en el desenlace, donde la novela patinaba estrepitosamente con una insufrible charla de cuarenta páginas, absolutamente anticlimática (error en el que reincidirá una y otra vez Rowling, inasequible al desaliento). Cuarón, por su parte, pone su saber hacer al servicio de la belleza estética y así nos presenta una de las imágenes más hermosas de toda la saga: la de Harry Potter sobrevolando el lago a lomos del hipogrifo Buckbeak.

Lo siento, J.K., pero hay ciertos lugares donde la letra impresa simplemente no puede llegar. No es culpa tuya. Es que la gente del cine hace trampas. Por ejemplo, tienen a John Williams.




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