No puede haber autobiografía más íntima que la dibujada por uno mismo. Incluso cuando el autor se parapeta tras un estilo frío y distante, como es el caso de Alison Bechdel, lo que nos enseña con dibujos siempre desprende más verdad y emoción que lo que nos dice con palabras. A veces, como en Fun Home, el texto contradice a las imágenes y nos deja atisbar una tercera dimensión de connotaciones, secretos y falsedades. Toda biografía honesta tiene como misión explorar esa tercera dimensión oculta, la que trasciende a la simple enumeración de los hechos, y más aún si se trata de un slice of life, o relato de un fragmento de vida, donde no se pretende abarcarlo todo sino contar del modo más crudo posible un determinado episodio o trance de la propia vida. En este caso, Aliso Bechdel nos habla de su relación con su padre, del secreto inconfesable que ambos compartían y de las extrañas circunstancias de su muerte. En lugar de extenderme aquí sobre el contenido de este libro, lo mejor que puedo hacer es recomendaros la lectura de una reseña realmente buena.
Lo que ha sucedido con la novela gráfica tal vez debería hacernos reflexionar a los autores de literatura fantástica. El terreno del cómic, tan exclusivo de superhéroes y ciencia ficción hasta hace poco, se ha abierto a un nuevo e inmenso público gracias a la incorporación de estos narradores de historias pintadas en clave realista, costumbristas, a veces minimalistas y preferiblemente autobiográficas. Yo mismo soy un ávido lector de novela gráfica desde que cayó en mis manos Blankets, de Craig Thompson. Luego vino Alex Robinson con sus Malas Ventas, etc.
No digo que haya que renunciar a la fantasía. Antes la muerte. Pero sí conviene estar atentos a las sensibilidades de cada momento. Es posible que estemos viviendo un regreso a cierta emotividad sincera y desprovista de cinismo, tal vez dejando atrás los años de ironía galopante. Podría ser. La respuesta está dentro de cada uno de nosotros, por supuesto: qué nos apetece leer, qué necesitamos escribir.
Incluso la fantasía más descabellada, es mi conclusión, nos entra mejor cuando viene servida con una buena porción de realidad en el plato. En otras palabras: el narrador que quiera emocionar de verdad más vale que esté dispuesto a amputarse un trozo de su propia carne.
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