Además de escribir novelas de fantasmas y cuentos de hombres lobo, ejerzo cuando puedo de guionista y trato de ser útil en un taller de guión online a través del Portal del Escritor. Como soy algo escéptico respecto a los cursos de escritura creativa que se anuncian con extensos temarios y grandes pretensiones, me parece que la manera más honesta de comenzarlos siempre es recurriendo a la famosa máxima de William Goldman: "Nadie sabe nada". (William Goldman -el señor de la fotografía- no sólo es un gran escritor y uno de los mejores guionistas americanos de la historia, sino que tiene un par de libros divertidísimos sobre sus experiencias profesionales y que nunca me canso de recomendar por encima de cualquier manual al uso: Aventuras de un guionista en Hollywood y -más recomendable, por más reciente- Nuevas aventuras de un guionista en Hollywood, de Plot Ediciones)
Nadie sabe nada. Es decir, no hay garantías, no existen trucos ni fórmulas infalibles. Lo que te puede enseñar un profesor se resume en muy poquitas cosas (eso sí, tan fundamentales como aprender a usar el cuchillo y el tenedor); lo demás lo tienes que poner tú. Ya sabéis: 99 % transpiración, 1 % inspiración.
Pero, ¿realmente nadie sabe nada sobre cómo se construyen las buenas historias? ¿Y los críticos? ¿Y los académicos? Bueno, sí, ellos saben algunas cosas; saben reconocer virtudes y defectos, saben comparar, saben interpretar, y sobre todo saben poner nombres a conceptos abstractos: corrientes, escuelas, figuras literarias. Es importante que alguien ponga nombres, que ordene, que recopile, que interprete, que critique. Desde luego. Pero a la hora de sentarse ante una hoja en blanco y pensar una historia... no, ahí nadie sabe nada. El autor está más solo que la una. Está tan solo y perdido que le dan escalofríos; mira por la ventana, bebe un sorbo de café, se mira el reloj, está amaneciendo. Y tiene toda una estantería a su espalda llena de libros; muchos de teoría, muchos subrayados a cuatro colores. Pero no le sirven de nada. En realidad, su colección de CDs le ayuda mucho más: si escoge la música adecuada para escribir, puede que las ideas comiencen a fluir lentamente. O en tromba, nunca se sabe.
Ante esa soledad, el único papel útil que puede representar el profesor (o el colega, o la pareja) es el de pared. William Goldman dice que él es el mejor del mundo "haciendo de pared" con otros guionistas, es decir, ayudándoles a sacar adelante historias que se han quedado atascadas, o haciéndoles ver cuáles son las ideas más valiosas y las más peregrinas de sus proyectos, en resumidas cuentas devolviéndoles sus propias ideas pero con una perspectiva distinta, externa y muchas veces cruel (no se trata de engordar egos, sino de lograr un buen guión).
Claro que eso es más fácil con los guiones de cine, siempre delimitados por un buen puñado de reglas y convenciones obligatorias, que con la escritura de novelas, donde la libertad del autor (y por tanto su vértigo y su soledad) no conoce fronteras. Para las novelas podría valer mejor la figura del Lector Ideal que acuñó Stephen King: escribir pensando en satisfacer a un hipotético (o real, con nombre y apellidos) lector idóneo de tus historias, el público perfecto al que te gustaría llegar, que no es igual que escribir para uno mismo, sino en todo caso para una versión idealizada de uno mismo, una especie de superyó literario.
Nadie sabe nada, es verdad. Pero escribir es un trabajo demasiado solitario, así que hagamos como que no nos hemos dado cuenta. Apuntémonos a cursillos, escuchemos a los expertos, leamos muchos libros, tomemos muchas cervezas con los colegas. Cualquier excusa es buena para salir del agujero. Y aprender algo, con suerte.
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