martes, 28 de octubre de 2008

Respuesta desde el fondo del mar



Venía pensando que escribir es siempre escribir a ciegas. Te levantas cada mañana cuando aún no ha amanecido y retomas el hilo del último párrafo de una novela que quizás jamás se publique, que tal vez no le guste ni le interese lo más mínimo a nadie, nunca. No puedes saberlo. Sólo puedes cerrar los ojos y continuar escribiendo.

Me temía que alguien se hubiera hecho esta reflexión antes y mejor que yo, y efectivamente no he tardado en encontrar este increíble texto de Juan José Millás. Esperad a que me quite el sombrero. Ahora sí, corto y pego:

"13.15. Todos los tripulantes de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas." Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. Él mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación, pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres. En situaciones extremas, la literatura sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario. Mientras la muerte trepaba por sus piernas, ese hombre se entregó con fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.
Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que lo fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.
Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración. Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimiento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.

Nada que añadir.

viernes, 24 de octubre de 2008

Escenas que valen una película (I)


Como ando metido en mi nuevo curso de guión, estos días tengo la cabeza llena de películas y escenas. Mi obsesión particular son las escenas geniales dentro de películas mediocres; esas secuencias que son como una pepita de oro encontrada en medio del fango, apenas dos o tres minutos que hacen buenos los otros ochenta y ocho, esas ideas brillantes y bien resueltas que se elevan sobre el mar de vulgaridad circundante como faros en la noche. La escena que se comenta al salir del cine, y que tarde o temprano alguien termina colgando en el YouTube.

Por ejemplo, esta escena de Amor a quemarropa. No me gustan las películas de mafiosos, pero este caso es excepcional. El malvado capo anda tras los pasos de Christian Slater, que le ha robado algo valioso, y trata de persuadir al padre de su perseguido para que le revele su paradero. Estamos hablando de una situación de vida o muerte, y de lo que un padre puede hacer por su hijo. No se trata solo de que los diálogos sean graciosos.

Así que dime: ¿Crees que estoy mintiendo?

Autor: Quentin Tarantino.
Intérpretes: Christopher Walken (actor de doblaje: Manuel García) y Dennis Hopper (actor de doblaje: Camilo García).
Director: Tony Scott.


domingo, 19 de octubre de 2008

Niños magos, novios vampiros... ¿y luego?



El guapo y gigantesco rostro de Stephenie Meyer me ha hecho detenerme esta mañana ante el escaparate de una librería Crisol, cerca de mi casa. Había oído hablar de ella y de su exitosa saga de vampiros para adolescentes, así que no me ha pillado del todo por sorpresa, pero aún así... El cartel ocupaba todo el escaparate: ¡que todo el mundo se entere, ya está a la venta Amanecer, el esperado desenlace de la apasionante historia de amor entre la joven Bella y el vampiro Edward, que comenzó con Crepúsculo (Alfaguara)!

Jesús Rocamora explica tan bien el fenómeno en su artículo de Público que mejor copio y pego:

Lo de Meyer y Crepúsculo no es un caso aislado. Ahora no hacen sino sembrar y recoger lo que marca la temporada, al igual que el resto de la industria de libro. Si hace unos años se pusieron de moda las novelas de niños magos y la fantasía épica a partir del éxito de Harry Potter y Señor de los Anillos, ahora es el turno de las historias de amor y adolescencia con vampiro. Por que en el fondo hablamos de una combinación peligrosa: romances adolescentes en el instituto y el siempre atractivo mito del vampiro, hermoso y terrorífico a la vez; algo así como mezclar a Drácula con las novelas de Jane Austen en la era de los teléfonos móviles.

Por su parte Marta Vilagut, Directora Editorial de Destino (que tiene en su catálogo la tetralogía de las Crónicas Vampíricas), psicoanaliza el éxito de estas historias de un plumazo: 

Conjugan muy bien con toda la idiosincrasia del joven de hoy que, como el de siempre, se enamora y busca identificarse y diferenciarse. El vampiro es el raro, tiene que contener su deseo, tiene un aura aparte, y si además es físicamente maravilloso, pálido, moreno y viste a la italiana, tenemos una imagen que se ajusta a la erótica adolescente. Estamos ante el mito de Romeo y Julieta actualizado al siglo XXI, y que ahora no resulta cursi.

Jesús Rocamora ha titulado su artículo Los chupasangres que mataron a Harry Potter, que suena un poco dramático, pero que viene a confirmar una idea que me ronda por la cabeza desde hace tiempo, y que puede ser tomada como una advertencia o como una oportunidad, según se mire: existe un público nuevo de millones de lectores que se han criado leyendo fantasía, primero de magos y luego de vampiros, y están a punto de desembocar en la edad adulta, es decir, en la sección de literatura general de las librerías, donde les espera un yermo absolutamente desierto de oferta fantástica para adultos. ¿Qué va a ser de esos lectores? ¿O es que cuando cumplan dieciocho años van a sufrir una transformación integral, sus gustos van a darse la vuelta como un calcetín, van a convertirse en ávidos lectores de realismo y novela histórica de la noche a la mañana?

Yo creo que no. Y ahora es cuando debería reivindicar un hueco digno para la literatura fantástica de adultos, la salida del ghetto del género, y bla, bla, bla, pero hoy no tengo ganas.

Sólo digo que hay un tren que se acerca a toda velocidad, un AVE proveniente de Hogwarts repleto de millones de lectores, y que algunos despistados todavía están sentados en mitad de la vía mirando a las nubes.


sábado, 18 de octubre de 2008

Mísera humanidad, la culpa es tuya


Este es el título que estuve a punto de ponerle a mi relato para el libro del Hombre Lobo, que finalmente aparece como Guerrilla. La frase proviene de este grabado de Los Desastres de la Guerra de Francisco de Goya, y es lo que está escribiendo el lobo ante los atónitos ojos de los hombres a su alrededor: "Mísera humanidad, la culpa es tuya". Sigo pensando que era un gran título, pero sonaba demasiado pretencioso para un relato tan corto. Guerrilla se adapta mejor a la sencillez y al significado de la historia, y también anticipa la ambientación en la guerra de la Independencia, puesto que fue entonces cuando se inventó la palabra, ese diminutivo tan humilde y al mismo tiempo tan lleno de sangrientas connotaciones.

Ambientar una historia fantástica o de terror en un escenario bélico se ha hecho muchas veces (empezando por Goya), la originalidad en ese sentido vale poco, pero el efecto de mezclar estas dos emociones de supervivencia sigue cautivándome sin remedio. Unos dirán que no es necesario añadir nada más al horror de una guerra, que ya resulta suficientemente estremecedor el puro relato realista, y estoy de acuerdo. No es necesario, pero gracias a Dios la literatura universal se ha levantado sobre otros pilares que no son la necesidad o la pura lógica, sino todo lo contrario, sobre la búsqueda de la belleza y del sentido en lo extraño, en lo feo, en lo incorrecto, en lo que parece carecer de toda coherencia.

La idea para Guerrilla no se me ocurrió a rebufo de la conmemoración de 1808, aunque no os lo creáis, sino tras una visita al pueblo Sos del Rey Católico, en la provincia de Zaragoza. Allí existe un callejón llamado "del Mudo", en memoria de un muchacho del pueblo que fue arrestado y torturado por los franceses hasta la muerte, durante la guerra, sin que consiguieran sonsacarle ni una sola palabra. (Si queréis saber cómo encaja esta historia con el mito del hombre lobo, tendréis que compraros el libro.)

Por cierto, después de escribir mi relato leí El síndrome de Ambras, de Pilar Pedraza, que también cuenta una extraña historia de licantropía ambientada poco después de la guerra de Independencia, y me di cuenta de dos cosas: de lo que cuesta explorar un terreno narrativo que no haya sido explorado ya, y de lo mucho que tenemos que aprender los recién llegados de quienes llevan un tiempo dándose vueltas por aquí, y se las saben todas.


jueves, 16 de octubre de 2008

Metallica goes to eleven


Es que no me resisto. Hay una película genial de Rob Reiner titulada This is Spinal Tap que cuenta a modo de falso documental las vicisitudes de un grupo heavy de los ochenta. La película no fue estrenada aquí, pero tuvo tanto éxito en Estados Unidos que el grupo inventado con el nombre de Spinal Tap llegó a dar auténticas giras de conciertos. Es conveniente advertir de que se trata de una comedia, una parodia bastante cruel de todos los grupos heavies de aquella década, a pesar de que la realidad supera muchas veces a la ficción y ya resulta imposible distinguir entre la parodia y el original.

Por ejemplo, lo de Metallica con su último disco, Death Magnetic. Resulta que la banda americana ha entrado en el juego que se traen algunas discográficas de rock duro para competir a ver quién suena más alto, con la consiguiente pérdida de calidad de la grabación, y el resultado de un sonido más empastado y tosco.

La tontería es de una magnitud tan grande que me ha recordado a una escena concreta de This is Spinal Tap, en la que el guitarrista enseña con orgullo sus amplificadores "que suben hasta el once" de volumen, es decir, un punto más cañeros que el resto de los altavoces del mundo, según su lógica, porque sólo llegan hasta el diez.

Por cierto, el nuevo disco de Metallica está muy bien.

Pero la película es todavía mejor.




domingo, 12 de octubre de 2008

Epílogo



Hora de pasar página. Rojo alma, negro sombra está en la calle y ya no hace falta que vaya de la mano de su papá. He hablado tanto del libro, lo he explicado y esloganizado de tantas formas que empiezo a sentirme como un vendedor más que como un creador, y la sensación no mola.

Lo mejor de todo, como siempre, ha sido la gente. Los amigos, dispuestos a tomarte en serio por un rato y a comprarse el libro. La familia, imprescindible para ponerte los pies en la tierra. Manuel Hidalgo en Madrid y David Jasso en Pamplona, dos mohtruos. (Y los sospechosos habituales de la editorial, Azpeitia en Madrid y Gerardo Gonzalo en el norte, como no podía ser de otra manera).

Hace dos años, secuestré a David Jasso para que presentara mi anterior novela Infierno nevado en Ejea de los Caballeros. Lo hizo tan bien que cualquiera habría pensado que se la había leído y todo. Esta vez sí se había leído Rojo alma, y además le parecía presentable, así que inmediatamente le propuse que me acompañara en Pamplona. Sabía que me haría sentir tranquilo y contento: es el efecto que provoca David Jasso en todo el mundo de una forma osmótica, no me preguntéis cómo lo hace.

Han sido unos días intensos, flipantes y raros. Sobre todo para alguien acostumbrado a escribir más que a hablar. Me muero de ganas de abrir el documento de mi nueva novela y encerrarme allí, olvidarme de todo durante un rato y regresar a esa vida paralela y clandestina del autor de ficción. Es lo que voy a hacer ahora mismo.

Con un poco de suerte volverán a hacerme preguntas sobre Rojo alma y tendré que asomar la cabeza de mi cueva, pero pienso volver a esconderla rápidamente. Incluso es posible que me olvide de este blog durante una temporada. Sólo me apetece novela, novela, novela. Creo que eso es buena señal, en realidad. No tengo futuro en el mundo del marketing ni el show business. Y mi futuro literario se fabrica dentro de la cueva, donde más me gusta estar. Esa es mi ventaja.

Gracias a todos, ojalá disfrutéis el libro, y abrigaos ahí fuera que hace frío.


domingo, 5 de octubre de 2008

Tema: el infierno familiar


No se le ocurre otra cosa a Manuel Hidalgo que poner por escrito que el tema de Rojo alma, negro sombra es "el infierno familiar". A ver cómo se lo explico yo ahora a mi madre.

Pero tiene razón, claro. ¿Es que hay alguna forma de evitar el tema de la familia cuando escribes una historia de emociones intensas? Mucho de lo que somos corre por dentro de nuestras venas, como dice Amanda Palmer, y no hay forma de escapar de eso.



viernes, 3 de octubre de 2008

Manuel Hidalgo y los viajes astrales



Ayer me presentaron a Manuel Hidalgo un minuto antes de sentarme junto a él delante de un micrófono y medio centenar de personas de la mejor calidad del mundo (de mi mundo, para el caso). Se trataba de presentar Rojo alma, negro sombra, mi segunda novela, y el lugar elegido fue la Casa del Libro de la calle Fuencarral en Madrid. Subrayo que conocí a Manuel Hidalgo un minuto antes para dar idea de lo perdido que andaba yo respecto a lo que podía decir o cuál podía ser la opinión de alguien como Manuel Hidalgo sobre una novela del pelaje de la mía.

A ver si me explico: Manuel Hidalgo es un maestro del realismo. Pero realismo a lo bestia, sin concesiones. (Con una posible excepción: La infanta baila, mi próxima lectura). Rojo alma, negro sombra no sólo está habitada por ciertos fantasmas escurridizos, sino que su estilo y su tono merodean descaradamente por los géneros del suspense y el terror. Rebobinemos: faltan cinco minutos para que empiece la presentación de mi novela y todavía no he podido intercambiar una sola palabra con Manuel Hidalgo, mi realista presentador. Sonrisas nerviosas, el corazón al galope. Lo bueno de ser tímido y torpe es que nadie espera grandes cosas de ti en el terreno del espectáculo; todos tus amigos dan por sentado que en algún momento vas a tropezarte, o vas a quedarte trabado en una palabra, o vas a pifiarla de cualquier manera. El listón de las espectativas suele estar bastante bajo, digamos. Pero el caso es que yo mismo había propuesto el nombre de Manuel Hidalgo para la presentación y empezaba a preguntarme si aquello no habría sido una terrible, terrible idea. Me acababa de leer Lo que el aire mueve. Esa novela es un prodigio de diálogos y caracterización de personajes, por algo le dieron el premio que le dieron, pero, a ver si me entendéis... el acontecimiento central de la novela es una primera comunión. Y el tío consigue que la tensión se mantenga y funcione perfectamente durante el relato minucioso de una primera comunión. Entonces llego yo con mi novela de fantasmas, psicópatas, historias truculentas y tormentas de rayos. (De los helicópteros hablaré otro día). Para echarse a temblar, ¿no?

Javier Azpeitia comenzó el acto hablando de Julio César y de la Guerra de las Galias. De movimientos de cuerpos y de movimientos de almas. Sólo con sus palabras yo ya podría haberme elevado hasta el techo, hinchado como un globo, y salir volando por la ventana. (Qué puedo decir de Chavi sin que parezca peloteo, él fue quien confió en mi novela en primer lugar). Pero entonces tomó el micrófono Manuel Hidalgo. Se le veía cómodo, tranquilo, muy en paz con su conciencia. Todo lo contrario que yo. Y se puso a hablar.

Es entonces cuando comencé a vivir una experiencia extra-corpórea, al más puro estilo Jiménez del Oso. Me veía a mí mismo desde arriba, junto a Hidalgo y a Azpeitia, veía a toda la gente que escuchaba atentamente, amigos, empleados, veía incluso a los camareros vestidos de negro preparando el cátering en unas mesas recónditas. Creo que hubiera podido abandonar por completo la escena y marcharme por la calle Fuencarral a dar un garbeo astral sin ningún problema. Eso, en realidad, habría sido mucho más fácil que quedarme dentro de aquel cuerpo sentado y pasmado y coger el micrófono para hablar después de que terminara la intervención de Manuel Hidalgo.

Lo que dijo Hidalgo, además de superlativo y escandalosamente inmerecido, demostraba con qué insolente facilidad puede un tipo listo coger una novela como esta, radiografiarla en un solo vistazo, desplumarla y darle la vuelta como un calcetín sin despeinarse una cana. Vio los defectos con la misma nitidez que los aciertos y los subtextos pretendidamente herméticos, por supuesto, pero aquellos se los reservó para nuestra charla posterior, en privado. Todo lo que dijo fue bueno, mejor, bárbaro. Pero por debajo de las bellas y sesudas palabras, lo que me tranquilizó de verdad, el bálsamo que me hizo meterme otra vez en mi piel, retomar los mandos de mi sistema nervioso y tratar de no hacer demasiado el ridículo en mi turno de réplica, fue notar que la novela le había gustado. Mucho o poco, pero le había gustado. Contra todo pronóstico, incluso. Y confieso una cosa: encuentro un regocijo extra en el hecho de haber engatusado con mi historia de sombras susurrantes a un autor (y lector) tan puramente realista como Hidalgo. Sólo espero que por el camino no me haya dejado a los lectores más afines al género, los que no necesitan más metáforas ni más metafísicas que las de un buen relato de suspense. Ojalá esté sumando y no restando o cambiando.

En fin, siento haber escrito una entrada tan egocéntrica, pero qué queréis, ayer fue mi día, y sigo con resaca. Dejadme que me lo crea un poquito, luego prometo volver a la cruda realidad.

Gracias a toda la buena gente que asistió, preparó y me acompañó en la presentación. Y a Manuel, que ya es un amiguete mal que le pese.