jueves, 31 de diciembre de 2009

"La puerta de los infiernos", de Laurent Gaudé




"¡Devuélveme a mi hijo, Matteo! ¡Devuélvemelo o, si no puedes, dame al menos a quien lo mató!".

No existe un argumento más dramático, ni cabe una motivación más poderosa para un personaje que los que presenta esta novela de Laurent Gaudé: vengar el asesinato de un hijo, descender a los infiernos para recuperarlo si es necesario. ¿Qué no estaría dispuesto a hacer Matteo De Nittis, un humilde taxista de Nápoles, por mitigar su dolor y el de su mujer, por borrar el momento en que su pequeño Pippo cayó fortuitamente abatido en medio de un tiroteo callejero? La puerta de los infiernos cuenta la historia de un duelo, el de la pérdida de un hijo, que es posiblemente el duelo más insufrible que puede imaginarse, y quizá por eso Gaudé ha decidido facilitar el trago al lector con una prosa esquemática, martilleante y limpia, tan segmentada en breves capítulos que la mano nunca abandona la esquina de la página.

Además de la pérdida, los temas que laten en este drama orfeico son tan poderosos como la justificación de la venganza o la determinación de dónde se encuentra la auténtica valentía. Matteo se ve cuestionado como hombre y como padre por partida triple: por no haber podido evitar la muerte de su hijo, por no ser capaz de vengarlo y por no hacer todo lo posible para traerlo de vuelta. Pero será Giuliana, su mujer, quien ceda la mayor derrota en esta historia, primero ante el odio indiscriminado y después ante el olvido.

La novela está contada en dos niveles temporales, el de la muerte de Pippo en 1980 y el momento de la venganza en 2002. Si digo que el ejecutor de esta venganza es el propio Pippo no estoy desvelando nada, puesto que la narración arranca en primera persona y con todas las cartas boca arriba. Desde el primer momento se nos avisa de que tenemos por delante una historia que romperá las barreras entre la vida y la muerte.

Pero, ¿estamos ante una novela fantástica? Efectivamente, el descenso de Matteo a los infiernos es un descenso literal y explícito, con sus criptas, sus puertas de bronce, sus almas en pena, sus paisajes devastados y sus sombras aulladoras. Pero hay algo radicalmente teatral en todo el viaje y su ambientación, una premeditada sensación de cartón piedra, de atrezzo, casi nos parece ver las cuerdas de las que cuelgan los espectros, la tramoya detrás del texto. Y no solo sucede con la puesta en escena sino también con los personajes secundarios (una autentica galería de arquetipos) y con los diálogos. Este es un libro donde los protagonistas (particularmente Giuliana, en su sarta de maldiciones, y el propio Pippo, al final) se plantan para soltar largos monólogos y casi se puede escuchar el resonar de sus voces por el anfiteatro. La inspiración de tragedia clásica es evidente en todo momento del relato, y no sorprende descubrir la condición de dramaturgo en la solapa biográfica del autor.

A pesar del esquematismo narrativo y de esta sensación constante de tramoya, la historia de Matteo y Pippo ha llegado a conmoverme. Uno termina con la sensación de que el lenguaje empleado por Gaudé era exactamente el adecuado para contar esta historia, de que hubiera sido imposible hacerlo desde un estilo hiperrealista, de que cualquier otro autor se habría perdido en estos infiernos de dolor y fantasmas y que Gaudé es capaz de estremecernos con solo mostrarnos el mapa de su ubicación.

En todo caso, una lectura recomendable.


jueves, 10 de diciembre de 2009

3 días





Seguimos con el género apocalíptico hecho aquí. En este caso, una recomendación para el alquiler en DVD.

3 días es una pequeña película realizada en 2008 que pasó discretamente por las carteleras pero obtuvo cierto respaldo de premios y crítica. Fue dirigida y co-escrita por F. Javier Gutiérrez, producida por Antonio Banderas y Antonio Pérez, y protagonizada por Víctor Clavijo y Eduard Fernández.

La premisa es sencilla: la televisión informa de que un asteroide va a impactar en la Tierra al cabo de tres días y no existe ninguna esperanza de supervivencia. En un pueblo remoto de Andalucía, Ale y su anciana madre comparten la alarma y la desesperación generales, pero añaden además una preocupación particular: temen que cierto personaje oscuro del pasado, el Soro, regrese al pueblo aprovechando el caos, para cumplir una vieja amenaza y acabar con toda la familia. Desde ese momento, Ale se convierte a regañadientes en el único protector de los niños, con los que se refugia en una casa del campo. La llegada de un desconocido que afirma llamarse Lucio desencadenará los acontecimientos...

A diferencia del libro de mi última reseña, donde el hecho fantástico estaba íntimamente entrelazado con el desarrollo de los personajes y la acción, aquí la premisa fantástica (catastrófica, en todo caso) sólo es un marco narrativo, casi un paréntesis que permite sacar a este reducido grupo de personajes de su vida ordinaria durante tres días para enfrentarlos con una siniestra figura de su pasado. Es decir, el meteorito podría ser sustituido por una bomba nuclear, un apagón o una invasión extraterrestre.

La idea del bandido/asesino que está a punto de llegar al pueblo alude directamente al género del western, sensación reforzada además por la ambientación y la fotografía. La narración es estrictamente lineal, previsible en demasiados momentos. De hecho uno de los principales reproches que se puede hacer a este guión es la ausencia de intriga en uno de sus principales giros: la llegada de Lucio. No se juega al misterio sobre la identidad de este personaje y, quizá por culpa de esa inspiración en el esquema del western, el duelo entre los dos protagonistas se reduce a un enfrentamiento netamente físico, apenas psicológico, por más que Clavijo haga lo posible por dotar al personaje de profundas angustias y resonancias dolorosas.

Aunque visualmente el film es atractivo e impactante, cansa un poco la obsesión por dejar claro que estamos en los años setenta, recurriendo a todo tipo de props, canciones e iconos de la época: ¿realmente es necesario mostrar a Eduard Fernández rebobinando casetes Basf con un boli Bic? (Sí, ya sé que es una tontería de crítica, pero no me resisto)

No voy a decir cómo termina, por supuesto. Pero este es un tema que me fascina; sería muy interesante hacer un listado con todos los finales de historias apocalípticas de los últimos años, tanto literarias como cinematográficas, y ver cuántas de ellas han dado con una solución satisfactoria para el lector/espectador. Porque me parece casi imposible. Está claro que, en un contexto en el que el mundo se ve abocado al final, la única epifanía que cabe se encuentra en la cabeza de los personajes: hacer las paces con su pasado, con su familia, con sus demonios, etc, etc. Eso, o montamos a Bruce Willis en una nave espacial y salvamos al planeta en el último segundo.

En fin, me temo que en esta película no tenemos a Bruce Willis. Pero tenemos a un puñado de actores nacionales que no están nada mal, un guión no brillante pero con buen pulso, y un director con buenas ideas al que habrá que seguir la pista.

Recomendable para sufrir/disfrutar un rato y ver que existe más cine español del que pensábamos. Podéis ver el trailer aquí.


domingo, 29 de noviembre de 2009

"Fin", de David Monteagudo




Varias personas me habían recomendado efusivamente este libro, pero confieso que comencé a leerlo con las cejas arqueadas de escepticismo; la premisa inicial me sonaba familiar, material trillado del género de suspense fantástico: un grupo de amigos se reúne después de 25 años en un refugio de montaña, para recordar viejos tiempos, cuando a medianoche comienzan a suceder cosas extrañas...

No sólo me venía a la cabeza El cazador de sueños (que certeramente apunta Manu González en su crítica para Qué Leer), sino también —conforme avanzaba el relato— otras obras de Stephen King y también la reciente película de Shyamalan El incidente. Se trata en definitiva de un relato fantástico apoyado fundamentalmente sobre la psicología y las emociones de los personajes, un puñado de gente muy normal en el trance de asumir quiénes son y cuál es el balance de su vida en la crítica frontera de los cuarenta.

La otra referencia que he visto utilizada para comparar esta novela es La carretera, de Cormac McCarthy. Mi recelo inicial (adoro la novela de McCarthy y no concedo fácilmente el privilegio de la equiparación) pronto se diluyó y, si bien el estilo del norteamericano es infinitamente más adusto y distinguible, entendí que un mismo espíritu de destino trágico flota sobre los dos libros, apuntando quizá a una clave fundamental de la narración fantástica contemporánea (clave destapada por autores paradójicamente no fantásticos) y que tiene que ver con la derrota del pensamiento racional, pero al mismo tiempo la necesidad todavía más imperiosa de mantener ciertos códigos humanos en medio de este regreso al barbarismo; no se trata sólo de sobrevivir, sino de encontrarle (devolverle) un sentido moral a nuestra supervivencia.

Monteagudo nos presenta un paisaje en las antípodas del ceniciento mundo devastado de McCarthy; de hecho, uno tiene la impresión al leer Fin de que se trata tanto de un asunto profundamente humano como de una reivindicación de la naturaleza, una restauración repentina y justiciera de su estado de esplendor primigenio, epatante en su belleza pero también estremecedor, porque certifica el fracaso del mundo erigido por el hombre y nos presenta como un objetivo a eliminar, o peor aún, simple pasto para carnívoros.

El narrador se convierte a ratos en paisajista y se aleja para mostrarnos a los personajes en su pequeñez dentro del entorno, para a continuación acercarnos en un zoom asombroso hasta lo más profundo de su psique, pero sin abusar de la abstracción y la omnisciencia, sino recurriendo a los diálogos, en los que Monteagudo se maneja con una naturalidad maestra.
El hecho fantástico puede adquirir categoría apocalíptica, pero el narrador consigue mantener bien atado el nexo entre el todo imposible, la derrota global de la humanidad, con las pequeñas batallas del individuo contra sus miedos y sus demonios particulares.

He aquí un libro importante, además de apasionante. Otra demostración (y aquí sí me atrevo a compararlo con La carretera) de que la calidad literaria y la solvencia psicológica no están reñidas con el pulso y el suspense de best seller, ni mucho menos con la fantasía. Un libro revelador y asombroso. ¡Compradlo! ¡Leedlo! ¡No esperéis a la película!

jueves, 12 de noviembre de 2009

¿El regreso de King?


No es que se hubiera ido, de hecho no ha dejado de presentar novelas y colecciones de cuentos en todo este tiempo, pero quienes seguimos de cerca a Stephen King teníamos la sensación desde hace un puñado de años de que ya no le quedaba nada interesante que decir. De que era hora de retirarse y ceder el testigo a... Joe Hill, pongamos por ejemplo. Pues bien, tal vez nos hayamos precipitado.

Esta semana ha sido publicada en Estados Unidos su nueva novela, Under the Dome (Bajo la cúpula), un tocho de mil páginas que, mira por dónde, encaja perfectamente con mi paranoia personal del slipstream a juzgar por lo que dice Janet Maslin en su artículo del New York Times.



En lugar de fusilar el artículo os voy a recomendar que lo leáis en su sitio original, porque está muy bien escrito y da gusto asistir al reencuentro del viejo rey del terror con la crítica a estas alturas de su carrera. También es imprescindible la lectura de la exhaustiva entrada colgada en wikipedia para conocer cuál es el origen de este libro, además de otros datos tan enjundiosos como que el manuscrito original pesaba 8,6 kilogramos.

El libro trata de un pueblo, Chester's Mill, que un buen día amanece atrapado bajo una inmensa cúpula de origen desconocido, transparente e indestructible. ¿Ciencia-ficción? ¿Terror? Hum, va a ser que no.

Me quedo con la última frase del artículo de Maslin: "En ningún otro lugar de la inmensa obra de King han colisionado el mundo real y el fantástico con una fuerza tan brutal".

lunes, 9 de noviembre de 2009

HispaCon 2009


Ya es el tercer noviembre que la gente de Oscafriki me proporciona una buena excusa para tirar millas y reunirme en Huesca con viejos amigos y autores de género. Y en esta convocatoria los amigos y autores han sido legión, porque Diego y Abigail se han liado la manta a la cabeza y han conseguido traerse a su tierra el mítico Hispacon. Por lo que yo puedo contar, la organización ha sido espectacular y perfecta en todos los sentidos. Enhorabuena otra vez.

El sábado tuve la oportunidad de dar una breve conferencia sobre el slipstream, que reproduzco aquí abajo por si alguno de los presentes no fue capaz de seguir mi lectura a 45 r.p.m. Algún día aprenderé a vocalizar, lo juro.
También pude asistir a la interesante mesa redonda en la que David Mateo, Juan Miguel Aguilera y Raúl Gonzálvez especulaban sobre el futuro del e-book, así como a la charla prospectiva de Emilio Bueso sobre la vanguardia del terror y a la desquiciante conferencia de Alfredo Álamo sobre sexo, drogas y rock en la literatura de terror. Me traigo dos nombres apuntados: China Miéville y Voltaire (no, no me refiero al filósofo).

Pero como todo el mundo sabe, aquí se trata de charlar con los amigos, comer bien y repartir premios. Allí estaban casi todos los miembros de Nocte: Jasso, Soto, Mars, Tamparillas, Mateo, Malo, Cerdán, Díaz Olmedo, Laguna Edroso, López Muñoz, Bueso, Bribián, Puente... Y mucha otra gente de la órbita de la AEFCFT que espero ir conociendo con más calma. Mi problema de todos los años es que dispongo de una sola tarde-noche y siempre me vuelvo con cara de haberme perdido lo mejor, pero es lo que hay.

El momento culminante de las jornadas fue la entrega de los premios, que los había muchos y variados. Yo recorrí muy feliz el comedor del hotel para recoger mi Nocte a la mejor novela de terror (gracias otra vez por la sorpresa, Mari Luz) y luego básicamente me dediqué a aplaudir. La lista completa la podéis ver aquí.

Un placer veros a todos. El año que viene más y mejor.

Así lo pagan quienes osan arrebatarme un Ignotus.
(¡Enhorabuena, David: Día de perros mejor novela nacional!)


Con el flamante ganador del Domingo Santos, Emilio Bueso.


Slipstream, o el fin de los géneros





Esta es la primera página de “La carretera”, de Cormac MacCarthy, el libro más terrorífico que he leído en los últimos años, puede que en toda mi vida. Solo que no es un libro de terror, ni de ciencia ficción, a pesar de que cuenta una fantasía postnuclear de auténtica pesadilla. ¿Por qué no podemos encontrar este libro en las estanterías de ciencia ficción o terror? ¿Por qué tiene el privilegio de ser colocado en las estanterías de literatura general? ¿Qué lo hace diferente? ¿Qué lo hace mejor que otros libros?

Luego daré mi respuesta personal.

Esta conferencia se titula “Slipstream, o el fin de los géneros”. La palabra “fin” quizá suena demasiado drástica, podría sustituirse por otras como “superación”, “hibridación”, “emancipación” o simplemente “cruce de géneros”, que es de lo que estamos hablando.

DEFINICIÓN DE SLIPSTREAM

La denominación “slipstream”, que literalmente significa “rebufo” o “estela”, ya tiene veinte años y fue una ocurrencia del escritor de ciencia ficción Bruce Sterling. Lo que dijo exactamente, en un artículo para la revista SF-Eye, fue:

Existe una clase de escritura contemporánea que se opone determinantemente a la realidad consensuada. Es una escritura fantástica, a veces surrealista, en otras especulativa, pero no necesariamente. Su objetivo no es provocar una sensación de asombro a la manera de la ciencia ficción clásica. En lugar de eso, se trata de una clase de escritura que simplemente te hace sentir muy extraño; del modo en que te hace sentir la vida cotidiana a finales del siglo veinte si eres una persona de cierta sensibilidad. Podríamos llamar a esta clase de ficción Novelas de Sensibilidad Postmoderna, pero eso quedaría muy mal en la estantería de una librería; así que, para manejarnos más comodamente en el debate, llamaremos a estos libros “slipstream”.

Lo primero que hay que decir es que el slipstream no es un género ni una etiqueta, sino más bien lo contrario, una anti-etiqueta, o un anti-género. No veréis jamás estanterías de slipstream, ni libros que lleven la palabra slipstream en la solapa.

De hecho, la mejor manera de reconocer un libro slipstream es cuando en el resumen de su solapa encontramos cosas raras como:

“Rompecabezas filosófico, thriller psicológico, innovadora mezcla de realismo y fantasía, apasionante aventura, éste es un libro que se resiste a ser etiquetado”. O “Si Haruki Murakami y Paul Auster crearan juntos un cruce de Moby Dick y El Mago de Oz, producirían algo parecido a esta novela”. (Frases promocionales de La memoria del tiburón, de Steven Hall)

Otra forma más sencilla de reconocer la literatura slipstream es decir que se trata de libros de fantasía escritos por autores no especializados en la fantasía y publicados por editoriales generalistas. Según esa descripción, estos serían algunos ejemplos de libros slipstream publicados en España en los últimos dos o tres años.



Como se puede ver, son libros que no tienen absolutamente nada que ver entre sí, salvo el recurso a la fantasía en mayor o menor grado.

El slipstream no es un género y por tanto ninguno de estos libros reúne unas características formales comunes; cada autor tiene su propio estilo y se sirve de las convenciones y de los recursos de los géneros sólo cuando le apetece y de la forma en que le conviene. En cierta forma es como un buffet libre donde el elemento fantástico es simplemente una bandeja más de la que puedes servirte a voluntad sin que nadie te pida explicaciones.

Por eso al hablar del slipstream hay quien piensa inmediatamente en la palabra intrusismo, hay quien lo considera una invasión del terreno fantástico por parte de autores realistas, como si la fantasía fuera el coto vedado de unos pocos.

Uno de los principales exponentes actuales del slipstream es Jonatham Lethem, autor de La fortaleza de la soledad.

Lethem escribió un artículo en 1998, titulado “La promesa perdida de la ciencia ficción”, que comenzaba especulando con la posibilidad de que Thomas Pynchon ganara el premio Nebula en 1973 con El arco iris de la gravedad. Pynchon llegó a ser finalista pero fue derrotado por Arthur C. Clarke, con la novela de ciencia ficción hard Cita con Rama. Lethem decía que la nominación de Pynchon quedaría para la historia como la lápida que señala la muerte de la esperanza de que la ciencia ficción se podía fusionar con el mainstream.

En aquel artículo, Lethem celebraba el intrusismo de autores posmodernos como Pynchon o DeLillo en la escena fantástica, porque eran casi los únicos que estaban aportando algo nuevo y la estaban haciendo avanzar. Reprochaba a los autores de género de los setenta y los ochenta que se habían dormido en los laureles o incluso que habían dado un paso atrás, antrincherando el género en sus planteamientos más clásicos. Lethem también arremetía contra Lucas, Spielberg y Tolkien porque con su éxito habían estancado el género en el infantilismo.

Yo no estoy de acuerdo con esto. Decir que Lucas, Spielberg y Tolkien contaban historias para niños es decir media verdad, que es como no decir nada. Sus películas y sus libros funcionaron porque producían una resonancia que iba mucho más allá de la parafernalia y el escenario fantásticos. De hecho Spielberg podría ser considerado el padre del slipstream por la forma de presentar lo fantástico como un acontecimiento emocional antes que ninguna otra cosa.

Lethem fue bastante criticado por este artículo, pero en resumidas cuentas él venía a reivindicar algo tan razonable como la eliminación de barreras entre la literatura de género y la alta cultura entre comillas. Se trata de un mensaje sobre todo dirigido a la crítica literaria que ignora o minusvalora sistemáticamente a la ficción fantástica. El problema es que esta especie de género “fantástico literario” es una tierra de nadie donde el autor se expone a sufrir la incomprensión de los dos lados, de los puristas del género y de los detractores del género, como le ocurre habitualmente a Lethem.

El slipstream ya tiene incluso su primera antología, titulada “Feeling very strange”. El editor de esta antología es James Patrick Kelly. Y a pesar del título, que hace referencia a ese efecto de extrañeza aludido por Sterling, es interesante que Kelly asocia el concepto slipstream no tanto al efecto causado en el lector como a la actitud del escritor a la hora de escribir. Lo que dice Kelly es:

“Sé lo que se siente cuando escribo ciencia ficción y fantasía, entiendo lo que cuesta construir los mundos y elaborar las tramas. Pero cuando escribo Slipstream, me encuentro a mí mismo adoptando estrategias distintas, cambiando mis expectativas. No lo entiendo todo, la escritura se siente diferente. Extraña.”

Esto tiene que ver con algo que decía Roger Caillois de la literatura fantástica en general:

“El arte de veras fantástico no nace de la deliberación de su creador sino escurriéndose entre sus intenciones. Lo fantástico no resulta de una técnica, no es un simulacro literario, sino un imponderable, una realidad que, sin premeditación, sucede de pronto en un texto literario”.


ENTRE LO FANTÁSTICO Y LO POSMODERNO

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el fantástico, el realismo mágico, el slipstream y la literatura posmoderna?

Podría decirse que toda la literatura posmoderna es fantástica, en cuanto que cuestiona la validez de la realidad, que ya no es vista como un valor absoluto sino como una construcción sociocultural. La literatura posmoderna hace que nos resulte extraño lo cotidiano, porque pone en cuestión nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos, pero no juega necesariamente con elementos fantásticos externos que irrumpan en lo cotidiano.

Quizá la clave se encuentre en otra etiqueta inventada por el escritor Jaime Alazraki: la de literatura Neo-fantástica.

Con la noción de “neofantástico” Alazraki trata de diferenciar el trabajo de Cortázar de la tradición fantástica del siglo XIX:

“En contraste con la narración fantástica del siglo XIX en que el texto se mueve de lo familiar y natural a lo no familiar y sobrenatural, como un viaje a través de un territorio conocido que gradualmente conduce a un territorio desconocido y espantoso, el escritor de lo neofantástico otorga igual validez y verosimilitud a los dos órdenes, y sin ninguna dificultad se mueve con igual libertad y sosiego en ambos”.

El neo-fantástico se distingue del fantástico en que no hay vacilación ni necesariamente miedo, elementos que Todorov consideraba fundamentales en todo relato fantástico. Posiblemente “La metamorfosis” de Kafka sería el relato inaugural de esta clase de fantasía moderna.

Pero yo creo que el slipstream da un paso más allá del neo-fantástico, que lo acerca más a la literatura posmoderna o post-posmoderna pero que también retoma la esencia del fantástico puro, que como dice David Roas, es el conflicto.

Lo que diferencia la literatura posmoderna de la fantástica es que en la primera no se produce un conflicto entre realidad y fantasía, porque el conjunto de la realidad e incluso la propia identidad están bajo sospecha desde la perspectiva posmoderna.

Mi tesis es que, si existe tal cosa como el slipstream, se encontraría en un hipotético punto intermedio, un equilibrio inestable, donde sí hay conflicto, pero ese conflicto es asimilado y superado de alguna forma, en lugar de convertirse en el asunto central.

Autores como Lethem o Palahniuk cuentan historias donde lo fantástico irrumpe de forma conflictiva, pero las herramientas estilísticas y la perspectiva con que nos muestran ese conflicto se parecen más a la literatura posmoderna que al relato fantástico clásico. Lo que consiguen así es ir más allá del conflicto fantástico, pero sin perderlo, apoyarse en él para contar una historia que en el fondo trate de asuntos muy mundanos, y al mismo tiempo posmodernos, como la identidad, el significado o la representación.

La fortaleza de la soledad cuenta la historia de dos chicos de Brooklyn que un día se encuentran un anillo que les concede superpoderes. Y son auténticos superpoderes, no metafóricos: pueden volar, pueden hacerse invisibles de verdad. Pero la novela no trata sobre eso. Lethem consigue que nuestro interés siga centrado en la vida cotidiana de los chicos, en sus conflictos humanos; el elemento fantástico lo que hace es arrojar una luz extraña sobre esos conflictos, dándoles más relieve.

La barrera que separa el slipstream, tal como yo lo entiendo, de la literatura posmoderna es la ironía. El slipstream necesita una base fiable, un pacto de lectura mínimo, porque necesita emocionar, y es muy difícil emocionar cuando el lector pierde toda referencia y todo es susceptible de revelarse como una broma. El escritor slipstream necesita que te creas que lo que estás leyendo es real, no es una representación o un juego.

LA LÓGICA EMOCIONAL

La clave del slipstream está en lograr ese equilibrio entre el lado fantástico y el lado realista sin que uno venza al otro. ¿Cómo se consigue? En mi opinión, mediante las emociones. Llevándolo todo no tanto al terreno de la psicología o de las percepciones, sino al terreno emocional. Buscar que los acontecimientos, tanto los reales como los fantásticos, se acomoden a una misma lógica emocional, una premisa emocional que tenga sentido para los dos mundos.

Al contrario que en la fantasía pura o en la ciencia ficción, donde el hecho fantástico se explica por una lógica externa o alternativa, en el slipstream la lógica se encuentra en el interior de los personajes, en sus emociones.

El mejor ejemplo de esto para mí no se encuentra en una novela, sino en una película: El sexto sentido.



Este es el famoso diálogo entre Malcolm y Cole, el niño. La frase que nos ha quedado a todos es la de “en ocasiones veo muertos”. Pero en realidad, la frase sobre la que se sustenta toda la película, la piedra lógica angular de esta historia es otra, que está ahí en medio, escondida: “Sólo ven lo que quieren ver”. Aceptamos esta premisa sin cuestionarla porque nos la dice un niño llorando, pero en realidad, aquí Shyamalan (fiel discípulo de Spielberg) nos está haciendo comulgar con una rueda de molino increíble. ¿Cómo que “solo ven lo que quieren ver”? ¿Desde cuándo los fantasmas sólo ven lo que quieren ver? Es una ocurrencia original de Shyamalan, pero nos la creemos sin cuestionarla porque 1º no va en contra de lo que creemos saber sobre los fantasmas y 2º de alguna forma parece responder a una lógica emocional; es aceptable que, si ni siquiera sabes que has muerto, tampoco seas consciente de otras cosas, por ejemplo, de que hay otros fantasmas en tu misma situación, o de que la gente se comporta contigo de una forma extraña. Esta frase y no otra es la que permite a Shyamalan construir este guión en el que el protagonista está muerto y no lo sabe. Porque si el personaje de Bruce Willis pudiera ver a los otros fantasmas o fuera consciente de que nadie más que el niño le ve a él se desmoronaría toda la película. De modo que Shyamalan emplea una técnica slipstream que consiste en justificar emocionalmente una lógica inventada y fantástica; y le funciona muy bien.

Extendiendo un poco más este planteamiento, se podría decir que el drama, en general, hace buenas migas con el slipstream o con el fantástico posposmoderno. Esto es así porque cuando le ponemos al lector en un escenario dramático le estamos bajando las defensas, lo estamos desarmando. Y si somos lo suficientemente sutiles podemos aprovechar esa vulnerabilidad para convencerle de lo que queramos: de que hay fantasmas, de que existen los peces conceptuales, de que un hombre se puede transformar en moscas, de que vivimos rodeados de caníbales en una sociedad postnuclear…

Por lo tanto, la prueba del nueve para saber cuándo estamos ante un buen o un mal libro slipstream no sería preguntarnos cuánto nos ha asombrado (como en el fantástico clásico) o desconcertado (como la escritura posmoderna), sino cuánto nos ha conmovido.

Volviendo a la pregunta: ¿qué hace mejor La carretera que todos los libros fantásticos y de terror publicados en los últimos años? Por supuesto, el estilo literario de McCarthy es inseparable del efecto que logra el libro; sobra decir que esta novela no habría ganado el Pulitzer ni habría tenido la repercusión que tuvo de haber estado escrita en una prosa convencional y complaciente como, pongamos por ejemplo, la de Stephen King. Pero más allá del estilo personal de McCarthy, que puede no agradar a muchos, lo que hace superior a este libro sobre todos los libros de género publicados en su época es que La carretera no sólo te hace pasar una insoportable angustia y un verdadero miedo, sino que también te hace llorar. Te emociona y te deja tocado tan profundamente que luego ya no te lo puedes quitar de la cabeza. Esa es la diferencia. Podemos llamarlo slipstream, o simplemente, buena literatura.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Tener o no tener


... agente literario, that is the question. Últimamente no hago otra cosa que recibir opiniones contrapuestas, como un fuego cruzado de pros y contras, sensaciones provenientes de autores que han tenido experiencias de lo más dispares.

El escritor X me recomienda que busque agente, porque a él le ha facilitado el trabajo a la hora de negociar con las editoriales y le ha servido para lograr que sus libros sean traducidos y se publiquen en otros mercados. Pero al mismo tiempo el escritor X me advierte de que un amigo suyo, el escritor Y, firmó con una importante agencia literaria, oh gran felicidad, que lo ignoró penosamente durante tres años hasta que finalmente no tuvo más remedio que abandonarla con gran frustración.

Desde otras latitudes, el escritor y periodista T me asegura que la clave está en buscar un agente que esté comenzando a hacer su cartera de representados, alguien que arranque con ganas y que apueste por ti desde el principio.

Por otra parte, el editor y escritor Z me recomienda que no acuda en busca de agente, sino que me siente a esperar que ellos vengan a mí. Parece una buena estrategia, ¿verdad? El problema es que no siempre funciona. Te puedes fosilizar esperando.

El exitoso escritor W, por su parte, me dice que es imprescindible tener agente si me tomo la escritura como una profesión. Simultáneamente, mi amigo el escritor K está convencido de que es un error tomarse la escritura como una profesión, y por tanto no tiene mucho sentido buscarse agente. Esta visión es compartida por la respetada escritora R, que vive muy cómoda sin agente y compaginando los libros con su trabajo docente.

Y mientras decido quién tiene razón yo sigo escribiendo, por si eso sirve de algo.

martes, 27 de octubre de 2009

Premio Nocte a la mejor novela nacional de terror



Pues sí, tengo el gran gusto de anunciar que Rojo alma, negro sombra ha sido elegida para completar el fantástico palmarés de los Premios Nocte, unos recién nacidos que aspiran a crecer y con buenos alimentos llegar a convertirse en referencia de lo mejor del género de terror publicado en nuestro país.

Copio el comunicado de la asociación:

La Asociación Española de Escritores de Terror (NOCTE), en su afán por premiar aquellas obras que por su calidad, temática y originalidad hayan destacado dentro del campo de la literatura de terror en 2008, han decidido convocar por primera vez los Premios Nocte de Terror.
Han sido muchos meses de propuestas y deliberaciones entre los miembros de Nocte. Había mucho material publicado y de gran calidad, algo que nos congratula y que esperamos que se repita en ediciones posteriores.
Aquí tenéis a los premiados:

Premio Nocte a la mejor novela Extranjera:
-“Déjame entrar” de John Ajvide Lindqvist (Espasa-Calpe, 2008)

Premio Nocte a la mejor novela Nacional:
-“Rojo alma, negro sombra” de Ismael Martínez Biurrun (451 editores, 2008)

Premio Nocte al mejor relato Extranjero:
-“El mejor cuento de terror” de Joe Hill (Fantasmas; Suma, 2008)

Premio Nocte al mejor relato Nacional:
-“Lluvia sangrienta” de Roberto Malo. (La luz del diablo; Mira editores, 2008)

Premio Nocte honorífico:
Se ha decidido por unanimidad ofrecer un galardón especial, como reconocimiento a toda su carrera, a Francisco Torres Oliver, traductor literario especializado en el género de terror. Se le brindará un homenaje especial y se le entregará una escultura de José Azul como trofeo personalizado.

Nuestra más sincera enhorabuena a los premiados. Sin duda, el reconocimiento a la labor es uno de los mayores premios a los que un escritor puede aspirar.

Asociación española de escritores de terror, Nocte

Aprovecho para invitar a todo el mundo al acto homenaje a Francisco Torres Oliver que se celebrará el jueves 29 en la carpa de la Semana Gótica de Madrid, a las 20:15. Junto con el homenajeado, participaremos en una mesa redonda José Carlos Somoza, José Manuel Fajardo, Juan Antonio Molina Foix y un servidor. David Jasso será el encargado de hacer la entrega del trofeo en representación de la Asociación Nocte.

Gracias a todos. Os esperamos.

martes, 13 de octubre de 2009

Chronic City, lo nuevo de Lethem



En inglés existe una hermosa palabra, whimsical, que hibrida los adjetivos de "caprichoso" y "fantástico", e incluso tienen una maravillosa expresión (según leo en mi diccionario Collins) que es to be in a whimsical mood, que se traduce literalmente como "estar de humor para dejar volar la fantasía".

Qué pena que Michiko Kakutani, a la sazón crítico literario del New York Times, haya utilizado una palabra tan bonita para algo tan feo como poner a caer de un burro el último trabajo de Jonathan Lethem, la novela Chronic City, que acaba de ser publicada al otro lado del océano.

Menudo palo le mete. "En el libro", dice Kakutani, "se presenta una versión caricaturizada e insípida de Manhattan, reconocible sólo en su bosquejo, aderezada con detalles extravagantes (nieve en pleno verano, un tigre merodeando las calles, un edificio de apartamentos para perros) que parecen más adornos caprichoso-fantásticos que invenciones humanas genuinamente deslumbrantes o interesantes".

Kakutani se rasga las vestiduras porque, con La fortaleza de la soledad, Lethem había demostrado que no necesitaba recurrir a "las pirotecnias postmodernas y los lindos efectos especiales" de sus obras anteriores, y que era capaz de "escribir vívidamente y con emotividad sobre gente normal, sobre padres e hijos, amigos que crecen juntos, sobre gente que tan solo trata de convivir con los espinosos problemas de la raza y la marginación". (Como es habitual en la crítica seria, Kakutani pasa por alto el importante componente fantástico de aquella aplaudida novela). Incluso aventura que Chronic City se trata de "un curioso paso atrás; lo que en La fortaleza era seriedad, aquí es timidez, lo que allí eran sentimientos profundos aquí son amaneramientos juveniles".

Las lindezas que suelta sobre la novela no terminan aquí. Tediosa, hinchada, insolvente, decepcionante... Cualquiera diría que Lethem le ha dejado a deber un par de cenas o tres a Kakutani, porque de lo contrario no se entiende tal enconamiento. Cuando dice que "los personajes terminan por ser molestos y agotadores", da la sensación de que está hablando del propio Lethem y del estrellato literario y mediático (colabora habitualmente con el propio New York Times) al que ha sido proyectado en los últimos años.

"Carece de la energía y de la consistencia de La fortaleza de la soledad, y del feroz y fascinante poder de los paisajes imaginarios conjurados por maestros del realismo mágico como García Márquez o Italo Calvino", culmina Kakutani, admitiendo implícitamente que Lethem juega en la misma liga que tales genios de la literatura, cosa que otros ni siquiera nos atrevemos a soñar.

Yo no sé si lo que escribe Jonathan Lethem es realismo mágico. No sé si Chronic City será la "larga pesadilla fantástica sobre el Upper East Side de Manhattan, una mezcla entre Saul Bellow y H. P. Lovecraft" que él anunciaba hace un año en su entrevista para Quimera (nº 301). No sé si la novela será buena (Todavía no me quieres fue un pinchazo lamentable) o un simple capricho-fantástico.

Pero sí se una cosa: la crítica furibunda de Kakutani no ha hecho más que disparar mi ansiedad por hacerme con el primer ejemplar que Mondadori tenga a bien traernos para España.

Si queréis saber más sobre Chronic City, esto es lo que cuenta su página web. La sinopsis no tiene pérdida:

El aclamado autor de Huérfanos de Brooklyn y La fortaleza de la soledad vuelve rugiendo con este brillante y mordaz retrato de los ciudadanos de Manhattan, envueltos en sus propias ilusiones, deseos y mentiras.

Chase Insteadman, un atractivo e inofensivo personaje de la farándula de Manhattan, vive de las rentas ganadas cuando era niño y participó en la querida teleserie Martyr & Pesty. Pero Chase debe su rampante popularidad a una tragedia que está ocupando estos días las portadas de los periódicos: su prometida, Janice Trumbull, ha quedado atrapada por un anillo de minas de baja órbita en la Estación Espacial Internacional; desde allí, ella le envía sus apasionadas y descorazonadoras cartas de amor. Igual que Janice, Chase vive a la deriva: ella en la estratosfera, él en una borrosa rutina de cenas y fiestas en el Upper East Side.

En la vida enclaustrada de Chase hace su irrupción Perkus Tooth, un crítico musical independiente y estrábico cuyos atronadores artículos funcionan con un carburante mezcla de marihuana, hamburguesas gigantes con queso, y una despesperada búsqueda de significado. El desparpajo contracultural de Perkus y su paranoia voraz conducen a Chase a otro Manhattan, donde preguntarse qué es real, qué es falso y quién es cómplice se convierte en una cuestión de vida o muerte. Junto con Oona Laszlo, una autodestructiva escritora de historias de fantasmas, y Richard Abneg, un héroe de los tumultos de Tompkins Square Park que ahora trabaja como matón para el multimillonario alcalde, Chase y Perkus intentan desenterrar las respuestas de varios misterios que parecen brindar el más preciado de los artefactos en una isla donde todo puede ser comprado: la Verdad.

Como el mismo Manhattan, Chronic City es un libro bello y engañoso, trágico y misericordioso, devastador y travieso, un reflejo del mundo entero y un lugar absolutamente incomparable.


jueves, 1 de octubre de 2009

Vuelve el Taller




Ha empezado el nuevo curso y ya tenemos nueva convocatoria del taller de Narraciones Extraordinarias para el 15 de octubre. Se trata de un taller on-line de seis semanas de duración en el que trataremos de indagar en las claves de la escritura fantástica en su sentido más cercano y perturbador: la literatura de la incertidumbre y de lo extraño.

Trabajaremos con textos de autores como Cortázar, Murakami o Bradbury, y cada uno de los participantes podrá llegar tan lejos como quiera con sus ejercicios, en un intercambio continuo de ideas y siempre bajo mi modesta supervisión.

Creo que si tuviera que sintetizar en unas pocas frases en qué consiste para mí la literatura fantástica, diría que es la clase de literatura que te hace mirar como si fueran extraños los objetos que tú siempre habías considerado ordinarios. La que te hace tener dudas de qué estás viendo realmente cuando te miras en un espejo. La que amenaza con convencerte de que todo lo que te han enseñado hasta ahora es falso, porque lo imposible en ocasiones es posible, y a veces es lo único que tiene sentido.

Será un viaje fascinante, seguro. Al interior de vuestra imaginación.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Distrito 9



No existe sensación más placentera en una sala de cine que la de quedarte con cara de bobo desde el primer minuto de proyección, pensando: "Caramba, esto es nuevo. Esta historia no me la han contado nunca. No tengo ni idea de qué demonios va a pasar aquí". Después del aburridísimo decenio que llevamos los que no sentimos un apasionamiento especial por los superhéroes, x-mutantes y demás saltimbanquis, por fin un rayo de luz (crepuscular, por supuesto) asoma por el horizonte de la ciencia-ficción, la fantasía, el terror, o simplemente, el cine de género o de géneros.

Neil Blomkamp ha conseguido demostrar con Distrito 9 que todavía existe un margen para la originalidad en este terreno, que un par de ideas frescas y una perspectiva distinta pueden convertir en obra maestra lo que de otra forma habría sido un refrito de viejos argumentos de ciencia ficción. En esta película hay huellas de clásicos B de los ochenta como RoboCop, 1997 Rescate en Nueva York, El día de los muertos y La mosca —o lo que es lo mismo, Verhoeven, Carpenter, Romero y Cronenberg—, pero Blomkamp los pone al día con tanta fuerza y tanto descaro que la película duele como una bofetada merecida, de las que nos recuerdan: ¿Qué te creías, que ya lo sabías todo?

Violencia. Distrito 9 despliega más violencia de la que yo soy capaz de disfrutar sin temer por mis salud mental, pero ¿qué otra cosa cabía esperar? La película nos lo advierte desde el principio, cada diálogo y cada gesto son un aviso de que la violencia no tardará en desatarse, porque el corazón de la historia es netamente violento: la forma en que nos relacionamos con el Otro. Cuando una comunidad entra en contacto con otra distinta y está en posición de someterla, el proceso es invariable: miedo, rechazo, discriminación, segregación, aniquilación. Desde que en el primer minuto oímos al protagonista emplear la palabra "gamba" para referirse a los extraterrestres sabemos que van a correr ríos de sangre. Y vaya si corren.

Con tanto músculo como ingenio, Blomkamp ha traído un producto de serie B a la primera división donde habitan las películas más respetables, sin dejarse por el camino toda la casquería y las triquiñuelas argumentales que nos sorprenderían por su ingenuidad si no fuera porque estamos rendidos y desarmados ante el vigor de la narración. La verosimilitud de la historia está recorrida de costurones por los que podemos deslizarnos en cualquier momento, y salirnos de la película si queremos. Pero hagamos la vista gorda, hombre, no seamos pejigueros. A fin de cuentas, si estamos dispuestos a creer que una gigantesca patera extraterrestre se ha detenido sobre Johanesburgo, ¿qué nos importan pequeñas inverosimilitudes en la lógica de los acontecimientos posteriores?

Pero esta película no valdría ni la mitad si no fuera por un funcionario bastante idiota y antipático llamado Wikus Van De Merwe, nuestro protagonista: el más patético e inolvidable personaje cinematográfico que recuerdo haber visto en muchos años. Su transformación a todos los niveles (no, esta no es una película sutil en sus metáforas ni en sus mensajes), supone el verdadero foco de interés de la película y también lo que la convierte en algo especial, superior a todas las producciones que la rodean, mucho más que el revestimiento de documento social que nos asombra en los primeros minutos y que tan bien ha funcionado en los teasers y en la cartelería promocional de la película. Distrito 9 no es una película de denuncia contra el racismo, sino un producto de entretenimiento que ha decidido tomarse en serio a su protagonista y aprovecharlo para diseccionar los mecanismos de la crueldad y el odio al extraño que nos caracteriza a los seres humanos.

Distrito 9 está lejos de ser una película perfecta, pero las películas perfectas sólo quedan bien en las enciclopedias de cine, mientras que las genialmente imperfectas como ésta se viven durante cien minutos como un auténtico viaje alucinógeno y luego ya qué importa si tal líquido podía provocar tal efecto o tal personaje ha tomado una decisión poco razonable en un momento dado. Menudencias. Chorradas.

Quien vaya a ver Distrito 9 tiene que estar preparado para sufrir. Y tiene que llegar dispuesto a firmar un pacto de lectura en blanco. Es un pacto nuevo: consiste en olvidarse de todo lo que crees saber sobre la películas de ciencia ficción y, por una vez, reconocer que ese capullo integral, ese tipo pusilánime y lleno de prejuicios de la pantalla se parece más a ti que cualquier otro héroe de película que hayas visto antes.



sábado, 19 de septiembre de 2009

Muse


¿Qué es un blog sin unas gotas de patética mitomanía? Vamos allá. En mi próximo avatar quiero ser Matt Bellamy, tener un grupo llamado Muse y hacer discos que se titulen Showbiz, Origin of Symmetry, Absolution, Black Holes and Revelations y The Resistance. Por ejemplo.




martes, 15 de septiembre de 2009

Mapa de los sonidos de Coixet




Cuando uno lee una novela no le da por pensar lo bien que se lo habrá pasado el escritor documentándose, los viajes que habrá hecho, los discos que se habrá comprado o las largas y creativas cenas que habrá compartido mientras planificaba la escritura. Sin embargo, mientras veía la película de Mapa de los sonidos de Tokio yo no podía dejar de imaginarme a Isabel Coixet haciendo exactamente esas cosas, es decir, pasándoselo en grande con sus amigos durante el proceso de preparación y realización de esta película. Particularmente obsesiva me resultaba la imagen de Coixet llenando una gran bolsa de discos por las tiendas de Tokio y luego eligiendo las canciones con deleite, recostada en su loft de lujo, acompañada de una copa de buen vino: ah, ya lo estoy viendo, aquí sonara ésta, aquí esta otra, y cuando se besan...

Es pura envidia, por supuesto. Isabel Coixet me cae genial. Y la película no está tan mal como dicen. Incluso tiene un puñado de buenos hallazgos, empezando por la desasosegante primera secuencia. Pero el hecho de que yo pudiera evadirme tan fácilmente de la historia contada y hurgar en mis frustraciones paranoicas debe de significar algo, me temo.

Supongo que se debe en parte a que la película tiene mucho de documento turístico, una sucesión de postales de Japón. Y a que la trama es tan poca e inverosímil que parece puesta como por obligación, como una excusa sobre la que montar el artefacto audiovisual.
Parece que Coixet estaba en definitiva mucho más preocupada por los tonos y texturas de la fotografía y del sonido (todo ello muy notable, es verdad) que por hacernos creer la historia del vinatero seductor de asesinas a sueldo. Con lo que a mí me gusta Sergi López...

En todo caso, creo que comprendo lo que le ha pasado a Coixet con este guión y no puedo evitar perdonarla, porque mi forma de parir historias sigue un mecanismo parecido. Se trata de juntar dos o tres ideas extrañas, situaciones improbables o personajes singulares, darle a la manivela y ver qué sucede. A veces el resultado es sorprendente y genial. En otras ocasiones, previsible y sin vida. Uno coloca a los personajes en el escenario y simplemente espera que surja la chispa en forma de grandes diálogos o fuertes emociones. Pero ocurre que esa chispa, por motivos inexcrutables, a veces no prende. Y lo que te queda entonces es un largo tren de mercancías caducadas que tienes que empujar hasta alguna estación donde probablemente ya no hay nadie esperando.

Vista la película, resulta muy fácil indicarle a Coixet en qué bifurcación tomó la vía equivocada (por ejemplo, no advirtiendo que la verdadera película estaba en los dos personajes japoneses de la escena inicial; o descarrilando en un epílogo barcelonés que hace daño a los oídos). Pero en el momento de escribir, por supuesto, uno no tiene tan claro hacia dónde conducen los caminos posibles. Las señales son siempre confusas, están torcidas y escritas en idiomas raros. Entonces uno tiene que jugársela, o refugiarse en los lugares comunes.

A pesar del título, está claro que Isabel Coixet escribe sin mapa, dejándose guiar por la brújula de sus intuiciones. Y que siga haciéndolo. Preferiremos siempre que se pierda en sus caprichos originales a que nos conduzca por adaptaciones de mapas ajenos.
Aunque no le den el Oscar.

sábado, 29 de agosto de 2009

Cuentos completos, de Amy Hempel



El corazón… creí que se me paraba. Así que me subí al coche y puse rumbo a Dios.

Así comienza el primer cuento de Amy Hempel en la antología publicada en 2009 por Seix Barral. Y sólo con esa línea ya comprendemos por qué esta escritora aficionada a los perros y a la psicología forense es la musa predilecta de Chuck Palahniuk, aunque por sus páginas no paseen monstruos invisibles ni se abran clubes de lucha.

El secreto está en las frases, contundentes como golpes.

Aunque Amy Hempel no te golpea, más bien te socava por dentro, te va haciendo agujeritos hasta que el vacío es tan grande que tambaleas de vértigo. Su estrategia consiste en ponernos ante un drama, la muerte a ser posible, y entonces hacernos mirar hacia otro lado. El truco funciona de tal forma que, con esa mirada tangente, Hempel consigue emocionarnos más y mejor de lo que nunca hubiéramos creído, aunque de una manera extraña e irracional. Igual que una llave de judo, la prosa de Hempel nos hace perder el equilibrio y luego nos deja tirados en el suelo, hechos un guiñapo.

Amy Hempel es una de las criaturas geniales surgidas del laboratorio del editor Gordon Lish, aunque es muy poco lo que tiene en común con autores como Raymond Carver. Tienen en común la atmósfera de cotidiana extrañeza, quizá, y la presentación de hechos triviales como si fueran decisivos aunque se nos escapen las verdaderas razones. Y las precisión de las frases, por supuesto. Sus frases suenan a veces más a poesía que a prosa, a haiku que a relato.

Como en Palahniuk, a veces sus párrafos parecen un catálogo de síntomas de la vida moderna expuestos en fotos coloristas y satinadas. Pero a diferencia de Palahniuk, todo lo que Hempel nos cuenta es la verdad, es una metódica recreación de los hechos. Casi siempre.

No hay nada de filosofía ni una gota de sermón en estos cuentos. Hempel busca las respuestas del alma en el cuerpo, especialmente en el cuerpo herido. Como una psicóloga forense, esto es.

Aunque se trata de un hiperrealismo tramposo, por supuesto. Con Amy Hempel puede suceder que te esté contando una historia y, de repente, haga una pausa y te diga que todo lo anterior no es cierto. Que ha omitido los datos fundamentales, y que por eso mismo la idea que tú tienes de lo que ha pasado es completamente errónea. Y a continuación, los datos reales. Este cuento se titula La cosecha, y yo lo he utilizado en algún taller literario, robándole la idea a Tom Spanbauer, porque me parece que refleja magníficamente en qué consiste el mecanismo de la ficción y cuál es el poder del narrador. Para quitarse el sombrero, como casi todos los cuentos que abultan este volumen.

Una de las frases promocionales de la cubierta dice: “Hempel te convierte en mejor lector”. Yo añadiría que, con un poco de suerte, también te puede convertir en mejor escritor.

¿Qué más puedo decir? Amy Hempel consigue hacerte llorar con una frase sobre chimpancés. Y eso merece un respeto.


miércoles, 29 de julio de 2009

"Rojo alma, negro sombra" en QuéLeer


Milo J. Krmpotic' firma hoy el artículo en la web de QuéLeer "Títulos que no deberíamos haber olvidado (2)", en el que se incluye este fragmento:

Rojo alma, negro sombra parte de un esquema bastante tradicional en el mundo de la novela de terror: un prólogo que quita el hipo y tres o cuatro personajes cuyas líneas argumentales están condenadas a encontrarse a fin de ofrecernos la explicación de lo sucedido en las primeras páginas. Tenemos a un hombre que ha regresado de la muerte con las facultades motrices mermadas pero con la capacidad de ver sombras del pasado. A una mujer separada que huye de su violento ex marido. A un adolescente extraordinariamente dotado para la pintura… Y entre ellos se va tejiendo una red de sucesos que van de lo inquietante a lo sencillamente perturbador, de atmósferas francamente bien definidas y un rigor narrativo que harían bien en conocer aquellos que tan a menudo denostan la novela de género.

La comparación con Elia Barceló que Krmpotic hace al final del artículo me ha dejado definitivamente sin palabras. Sólo una: gracias.