sábado, 10 de enero de 2009

Coraza (II)




En sus sueños aparecen fórmulas matemáticas incomprensibles, marcadas como guerrilla conceptual por las paredes y superficies de la ciudad virtual de su mente. Ahora está hablando con su padre muerto, y lloran, en mitad de algún solar vagamente devastado, pero no sabe lo que papá le dice porque toda su atención está puesta en el jeroglífico que trepa por las patillas de sus gafas de montura negra, como un hilo de plata retorcido en el esfuerzo de componer un mensaje codificado. F(c…0[-1]…)x365… El gusano matemático avanza hasta el final, se descuelga y quiere meterse por la oreja de su padre. Ya roza las puntas de los cabellos blancos que asoman del interior del cráneo…
Coraza se despierta con el sonido del timbre.
Nadie le visita los sábados. Y así debería continuar. Por eso no se mueve. Las grietas de la escayola en el techo se cruzan formando una X coja que le recuerda el sueño interrumpido, y de repente es capaz de retenerlo completo hasta en sus últimos matices. Busca su cuaderno bajo la pila de libros que hace las veces de mesilla de noche, desde el suelo hasta el borde de la cama, y resoplando anota la nueva fórmula al pie de una larguísima columna de algoritmos sin sentido.
El cuaderno tiene ochenta páginas, y está a punto de terminarlo.
Din-don. Din-don. Quien llama sabe que Coraza se encuentra allí, y no piensa marcharse sin verle.
Ya está, piensa Coraza. Ha llegado el día. Y se levanta para ir en calzoncillos hasta el cuarto de baño. Donde guarda la medicina. Dos cápsulas de un bote que lleva su nombre. Un trago de agua y no mirarse en el espejo, por si acaso.
Hay un hombre desconocido plantado en el rellano de la escalera. Grande, feo. Coraza lo examina a través de la mirilla el tiempo suficiente para que el otro sea consciente del escrutinio. Y luego más.
Din-don. Din-don.
—¿Andrés Coraza? Soy inspector de policía, abra por favor. —Una voz oxidada, hace pensar en heridas sucias y vacunas antitetánicas.
La puerta se abre y, bajo la bombilla desnuda del recibidor, Coraza descubre que el hombretón está temblando sutilmente dentro de su traje desconjuntado. De pies a cabeza.
—Si no le importa vestirse y acompañarme a comisaría —dice, mirando a ráfagas la mano vendada de Coraza—. Ha ocurrido un suceso grave y nos gustaría hacerle algunas preguntas.
—¿Un suceso grave?
—Un homicidio.
—¿De quién?
—Anita Pagaduan.
Anita. Muerta. Homicidio. Pero no un homicidio cualquiera. El temblor febril del inspector.
—¿Cómo ha sido? —pregunta Coraza, incapaz de sostenerse sin el contrafuerte de la pared.
—No puedo darle los detalles.
Claro que no puede. Sus palabras se desharían como ceniza si lo intentase. Por eso se han dado prisa en buscar al escritor, ha sido una bendición encontrar su nombre en la agenda de la muerta. Para que otorgue textura y solidez a las palabras. Para que el informe forense tenga algún sentido. 
—No estoy detenido, ¿verdad?
El inspector niega. Se muerde el labio inferior como si permanecer allí le infligiese un profundo dolor. Tal vez esté enfermo. Tal vez él también haya empezado a ver las cosas que ve Coraza, dentro y fuera de sus sueños.
Sus huellas dactilares están por todo el apartamento de Anita.
Fue la última persona que la vio con vida.
—¿Le importa que use el servicio? —dice el policía. Y Coraza advierte el vientre que le sube y le baja a toda velocidad, como un animal oculto bajo su camisa.
Tenía razón, piensa Coraza, y se estremece mientras nota el escozor palpitar de nuevo en su mano herida. Anita tenía razón en todo.
Ha llegado el día.

2 comentarios:

  1. Oye, esto de Coraza... ¿Qué es?
    ¿Una novela por capítulos? ¿relatos independientes relacionados? ¿desvaríos?
    Lo digo por curiosidad y porque me gusta saber qué estoy leyendo y qué puedo esperar. Tiene buena pinta.

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  2. Posiblemente una novela breve por capítulos.

    Un desvarío en forma de serial, también.

    Ya veremos a dónde va. Pero tengo la sensación de que van a suceder cosas horribles.

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