Me consta que Jon Bilbao tenía una dura competencia entre los finalistas del Premio Ojo Crítico de Narrativa 2008, así que habrá que suponerle una gran calidad a su colección de relatos Como una historia de terror, con la que se llevó el gato al agua. Lo que pasa es que yo soy muy mal lector de cuentos y por eso he preferido empezar a conocer a este autor asturiano por su primera (y única) novela, El hermano de las moscas (Salto de Página).
Cuenta la historia de un tipo que se transforma en moscas una vez al año. Tal cual. Y de cómo es acogido en la casa de su hermano, precisamente en el momento en que su esposa acaba de tener un bebé. Para más detalles del argumento, aquí.
El hermano de las moscas es un libro sombrío, gélido, aburrido y genial. Sombrío y gélido, porque el argumento, a medio camino entre La metamorfosis de Kafka y La mosca de Cronemberg, está tratado de forma seria y realista. El compromiso del autor con su premisa fantástica es íntegro, y consecuentemente, el tono para abordar semejante historia sólo puede ser dramático, oscuro, claustrofóbico. Imagináoslo. Vuestro hermano se transforma en asquerosos insectos una vez al año, como quien pasa una gripe, pero por supuesto no podéis buscar la ayuda de nadie, porque se trata de un fenómeno para el que ninguna ciencia médica ni de otro tipo tiene respuesta ni tratamiento posibles. Tenéis que ocuparos de él, aseguraros de que ninguna mosca salga volando por la ventana mientras dura la transformación, y mientras tanto, procurar que vuestra hija pequeña no presencie nunca algo que pueda dejarla traumatizada de por vida.
Pero es aburrido, sí, bastante plomo. La metamorfosis tenía cien páginas, éste tiene cuatrocientas. Aunque esa no es la cuestión, claro. La cuestión es que la trama no avanza porque, en realidad, no existe ninguna trama. La investigación del fenómeno nunca llega a consolidar una línea argumental; no hay misterio por resolver, no hay búsqueda de cura. Cuando vamos por la página ciento y pico ya asumimos que el libro no trata de eso, sino de la convivencia. De los personajes. Personajes que tienen una vida de lo más rutinaria, a parte de las moscas. Sus conflictos son internos: autoestima, carencias de afecto. Cine europeo, digamos. Más cerca de Haneke que de Cronemberg. De Cheever y Carver que de Stephen King. Pero no, tampoco ése es el problema; yo también adoro a Cheever y Carver (ejemplos de cómo un estilo puede ser gélido y al mismo tiempo emotivo, pero también ejemplos de lo difícil que es sostener un relato de muchas páginas con ese estilo). Mi problema es con la manera tediosa en que Bilbao nos cuenta el transcurso del tiempo. Lo siento, admito que se trata de una manía personal, pero no soporto los capítulos que arrancan con expresiones plúmbeas de calendario como: "Llegó el mes de junio..."; "A comienzos de primavera..."; "Con el transcurrir de las semanas..". Ya sé que es una tontería, en realidad se trata sólo del síntoma de algo más grave que es la falta de progresión dramática en todo el bloque medio de la novela. Exceptuando un par o tres de sucesos o episodios brillantes, no sentimos que la historia gana velocidad hasta los últimos momentos (eso sí, la intriga sobre el desenlace es poderosa), y da la sensación de que toda la parte central es un puzle montado con piezas que podrían cambiarse de lugar indistintamente, puesto que apenas les une un vínculo causa-efecto. A Bilbao le preocupa más conseguir un efecto descriptivo de slice of life, mostrar la vida cotidiana de los personajes de forma pausada y fragmentada, que componer un crescendo narrativo de los que te hacen preguntarte qué sucederá en el siguiente capítulo y volver las páginas cada vez con mayor ansiedad.
Genial, he dicho también. El hermano de las moscas es una novela genial, porque a pesar de la distancia escalofriante con la que el narrador cuenta la historia, se nota que Bilbao tiene una sensibilidad fuera de lo común para las distancias cortas, el gesto, los silencios, en definitiva para hacer visible el drama invisible. Y eso es muy muy difícil. El dominio de lo no dicho es lo que marca la diferencia entre un escritor correcto y uno excepcional, seguramente. Bilbao no sólo se toma en serio la premisa de las moscas sino que sobre todo se toma en serio a sus personajes, y me refiero a todos ellos, incluso a los que aparecen una sola vez y por casualidad; en cierta forma, al hilo narrativo le sucede a veces como al hermano, que se disgrega, no en moscas sino en correlatos y fotografías móviles de esos personajes fugaces, dando un relieve y una verosimilitud extraordinarias al conjunto del relato.
Otra palabra que me venía a la cabeza mientras lo leía: valiente. Es un libro muy valiente, o al menos me lo ha parecido desde mi butaca de autor que también tontea con lo fantástico. Jon Bilbao disponía de una carta buenísima por el lado efectista, pero ha decidido jugarse la partida a la carta más baja: los personajes y sus miserias cotidianas. Y al final, a pesar de que la lectura se hace larga y exige demasiado crédito al lector, creo que Bilbao ha ganado la partida. El libro es especial. Y a fin de cuentas eso es lo más valioso, opino, dar con una historia que nunca antes se haya escrito, al menos nunca de esa manera.
¿Qué más puedo decir? Alguien que es capaz de construir una novela tan sólida sobre una premisa tan inestable merece toda la atención y todo el reconocimiento que le caigan. Tendré que leerme su dichoso libro de cuentos, me temo. Y me gustará.
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