martes, 30 de diciembre de 2008

JONATHAN LETHEM, IMAGINACIÓN CON SALVOCONDUCTO



JONATHAN LETHEM, IMAGINACIÓN CON SALVOCONDUCTO

Por Ismael Martínez Biurrun.

Publicado en la revista Hélice, número 7.


Si abres la solapa de La Fortaleza de la Soledad (Mondadori, 2004) y tu curiosidad es lo suficientemente tenaz para arrastrate hasta el penúltimo párrafo de la sinopsis, descubrirás quizá con sobresalto que lo que tienes entre manos es una novela fantástica: “Y esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción”. Siendo justos con el editor y el solapista, hay que reconocer que la novela despliega muchas más dimensiones que la fantástica, que verdaderamente constituye un retrato social y generacional del Brooklyn de los setenta y bla, bla, bla. Pero resulta que también salen hombres que vuelan, anillos que producen invisibilidad; no es algo que pueda obviarse tan a la ligera en una sinopsis, ¿verdad?
Este curioso “síndrome de las solapas olvidadizas” también tiene en España una ilustre víctima propiciatoria, llamada Albert Sánchez Piñol. Imposible saber, por el texto de su sinopsis, que La piel fría (Edhasa, 2003) trata de un hombre asediado por miles de criaturas anfibias en una isla perdida. ¿Y cómo adivinar que Pandora el el Congo (Suma de Letras, 2005) es algo más que una novela exótica de aventuras y romances africanos, leyendo el resumen de su contraportada?
Las editoriales generalistas se avergüenzan de publicar historias de género: no hay otra explicación. Por eso camuflan los argumentos fantásticos entre invocaciones a literatos fuera de sospecha como Conrad o Poe y recurren a laudatorias polivalentes de críticos renombrados que podrían aplicarse a casi cualquier novela. Y sin embargo, estas acomplejadas editoriales no se resisten a poner en marcha su poderosa maquinaria cuando uno de estos manuscritos inclasificables, malditos e insultantemente buenos cae en sus manos. 
En esas raras ocasiones se expide una especie de salvoconducto para el autor, llámese Lethem, Piñol o Murakami, que le permite el acceso (aunque sea temporal) al Parnaso de la Gran Literatura, a la primera división donde todos los escritores soñamos con llegar algún día por muy encantados que nos sintamos en el ámbito cómplice y cuasifamiliar del fandom y las tiradas de quinientos ejemplares.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) cuenta con lo que se suele denominar “una de las voces más singulares de la narrativa norteamericana actual”. Pero tópicos y frases promocionales aparte, existen dos razones rotundas por las que cualquiera que se interese por la literatura (en general, y no digamos fantástica) debería arrimarse a cualquiera de sus libros. Primero: Jonathan Lethem es un creador libre, libérrimo, descastado incluso de su propia bibliografía, lo que significa que nunca sabes lo que te puedes esperar en sus páginas, aunque tienes garantizado que será algo insólito. Segundo: Lethem es un buen escritor, es decir, por muy de posmoderno que se le quiera tildar sigue escribiendo con un mimo casi poético por el lenguaje. Se preocupa por la literatura hasta el punto de que su última novela publicada en España (La Fortaleza de la Soledad, a falta de traducir su recientísima You don’t love me yet) acusa en alguno de sus excesos cierta voluntad de constituirse en “la Gran Novela Norteamericana del Siglo”.
Las otras novelas de Lethem publicadas en nuestro país (todas por Mondadori) son: Cuando Alice se subió a la mesa, Paisaje con muchacha y Huérfanos de Brooklyn. En el caso de la primera, es de justicia admitir que la solapa del libro hace un resumen nítido del argumento. Dice así: “La física Alice Coombs abandona a su novio, el antropólogo Philip Engstrand, porque se ha enamorado de uno de sus expermientos: Ausencia, un agujero de gusano, una puerta a otro universo que tiene personalidad propia puesto que discrimina a la hora de absorber cosas y cuyo rasgo más destacable, el que lo convierte en un amante perfecto, es no ser nada”. ¿Es posible mantener un argumento así durante doscientas páginas? Pues sí, para Lethem es posible, y no sólo apoyándose en lo cómico del planteamiento sino consiguiendo que de verdad nos importe y nos emocione lo que les sucede a sus imposibles protagonistas.
En su Paisaje con muchacha, Lethem teletransporta el clásico western Centauros del desierto a un escenario marciano, juega con los límites de “lo extraño” y con los puntos de vista, pero siempre sin desatender el drama pequeño, verosímil y humanísimo de sus protagonistas. Técnicamente, Cuando Alice y Paisaje son dos novelas de ciencia-ficción, y sin embargo creo que quien más decepcionado puede sentirse con ellas es precisamente un lector atrincherado en la ciencia-ficción pura. Porque Lethem no entiende de purezas, no se atiene a las reglas del género. Pero cuidado, tampoco se burla de ellas, no cae en la extendida y aplaudida moda de la mirada irónica: Lethem se toma sus historias y a sus personajes tan en serio como el que más. Y no se queda en la metáfora: Ausencia es un fenómeno físico y real, con sus leyes y sus efectos, igual que inquietantemente reales son los Constructores de Arcos que habitan el planeta de Paisaje con muchacha
Pero hablando de salvoconductos, la novela que oficializó el ascenso de Jonathan Lethem a la liga literaria mundial fue Huérfanos de Brooklyn (2001), Premio Nacional de la Crítica estadounidense No es casual la diferencia semiótica entre los escenarios mencionados en estos dos últimos títulos: a partir de ahora, Brooklyn sustituye a los paisajes ambiguos y sin correspondencia real de las anteriores novelas, y con el nombre llegan en tromba todas las referencias culturales concretas y verídicas de la biografía del propio Lethem, que se harán definitivamente con el protagonismo en La Fortaleza de la Soledad. Huérfanos no escarba en el género de la ciencia-ficción sino en el de la novela negra, que suele tener mejor prensa que la fantasía, y tal vez eso haya influido para convertirla en el punto de giro de su trayectoria personal. De acuerdo con el autor, Huérfanos de Brooklyn también incorpora un elemento fantástico, aunque camuflado entre las investigaciones criminales de la trama, y se encuentra en el lenguaje: la novela está narrada en primera persona por un personaje que padece el síndrome de Tourette, en un discurso obsesivo, juguetón, casi delirante que transforma la lectura en un parque de atracciones verbal.
De las obsesiones personales de Lethem (sobre las cuales se explaya en sus varias colecciones de ensayos, todavía sin traducción al castellano, y que versan principalmente sobre cultura popular americana), hay dos que nos interesan más desde el punto de vista de la teoría literaria: su justificación del recurso a los elementos fantásticos y sus reflexiones sobre la autoría o el plagio.
Sobre el origen de los argumentos de sus novelas, dice Lethem (1): 

“Sólo sé hacer una cosa, y es: juntar a personajes y emociones reales, texturas naturalistas, con material onírico, fantasía, símbolos, y dejar que esa unión sea muy visible, agresivamente visible. Este conflicto entre lo realista y lo anti-realista no es algo que yo me proponga voluntariamente para ser más original o provocador, sino un instinto incontrolable. Para mí, escribir significa eso, y durante mi vida no he hecho otra cosa que repetirlo una y otra vez en diferentes versiones y proporciones. Intento replicar la forma en que funciona la memoria, el deseo, la percepción, y esa forma es mezclando lo que llamaríamos una sensibilidad realista y otra anti-realista. La vida está hecha de experiencias que sentimos como prosaicas y otras que nos parecen irreales, subversivas, metafóricas o alucinógenas. Y lo que yo deseo es capturar algunas de estas distorsiones que se encuentran en la superficie de la vida diaria, darles prominencia. Toda novela es artificial como un pedazo de plástico. Por eso no tiene sentido el eterno debate entre ficción realista y ficción anti-realista. Los lectores quizá no quieran pensarlo así, y es mejor que no lo hagan, pero los escritores deben ser honestos e inteligentes respecto al medio que trabajan. La ficción, como el lenguaje, es artificial y fabulosa por definición. Está hecha de metáforas. El lenguaje en sí mismo es un elemento fantástico”.


No se hace extraño escuchar, en boca de un autor que practica la transversalidad de géneros y la subversión de patrones narrativos clásicos, sus duras críticas al concepto restrictivo y mercantilista de la propiedad intelectual tal como funciona en nuestra sociedad (2). Su tesis parte de que todos vivimos inmersos en una cultura literaria, artística y audiovisual determinada, de la que beben obligatoriamente los autores y en la que dejan flotando su herencia, a modo de regalo, al alcance de cualquier nuevo creador que quiera retorcerla y transformarla en algo distinto, en una nueva perspectiva, más allá de derechos de explotación y de contratos privados. El mejor ejemplo de hipocresía y cicatería creativa lo sustantiva en la compañía Disney, engrandecida a base de adaptar cuentos clásicos (gratuitos), y que sin embargo defiende con uñas y dientes legales el copyright de sus ratoncitos orejudos y demás criaturas animadas.
Lo que Lethem defiende es algo parecido a lo que en España se ha dado en llamar “intertextualidad”, que no es lo mismo que el plagio porque requiere honestidad y cierta buena voluntad por parte del reciclador. Quizá Lethem peca de ingenuo, pero no se puede negar que comienza dando ejemplo con su propia obra. En su página web (3) hay una sección titulada “El proyecto Material Promiscuo” donde regala literalmente los derechos de una veintena de sus cuentos para jóvenes cineastas que quieran transformarlos en cortometrajes.
Dice Lethem: 

“Encontrar la propia voz no consiste en vaciarse y purificarse de las voces de otros sino adoptar y abrazar todas las herencias, influencias y discursos. La inspiración podría definirse como la absorción de recuerdos de experiencias que nunca hemos tenido. La invención, debemos admitir humildemente, no consiste en crear algo de la nada sino en ordenar el caos que nos rodea. En esencia, todas las ideas nos llegan de segunda mano, extraídas consciente o inconscientemente de un millón de fuentes exteriores a nosotros”.

Inspiración, invención, caos y orden. ¿Puede haber mejor definición para la literatura de Jonathan Lethem?



(1) http://www.themorningnews.org/archives/birnbaum_v/jonathan_lethem.php

(2) http://www.harpers.org/archive/2007/02/0081387

(3) http://www.jonathanlethem.com/

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