sábado, 31 de enero de 2009

Síntomas


La gripe se ha instalado en mi hogar. Nadie la ve, nadie la huele, nadie la escucha. Es como un espectro discreto, imposible percibirlo con nuestros toscos sentidos. Pero está aquí, lo sé. Y lo sé porque se manifiesta a través de... síntomas

¿Existe una palabra más temible, con peores resonancias que ésta? Síntomas... La anticipación de que algo malo va a sucedernos. Algo indeterminado en cuanto a virulencia y duración, pero inequívocamente nocivo.

Mientras preparo otro chute de Dalsy para mi hijo pequeño y empiezo a notar los primeros picores en la garganta me da por sospechar que esta palabra encierra una profunda y poderosa clave, capaz tal vez de desentrañar el misterio de la existencia y del universo. Rápidamente consulto la wikipedia: "síntoma es un aviso útil de que la salud puede estar amenazada sea por algo psíquico, físico, social o una combinación de varios". Pero, ¿es que hay algún momento de nuestra vida en que nuestra salud no corra algún peligro de estos, o "una combinación de varios"? Vivir es un síntoma, entonces.

Y la literatura es un síntoma. El cine es un síntoma. El arte es un síntoma. Todos nos avisan de que nuestra salud psíquica, física o social se encuentra amenazada. Lo que hace la narrativa es externalizar esos síntomas, contratar temporalmente (y en precario) a unos personajes para que carguen con ellos. Pero acabarán volviendo sobre nosotros, eso lo sabemos. Lo que Aristóteles llamó "catarsis" de la poética se podría llamar también "alivio sintomático". La ficción y la belleza no nos curan pero nos hacen más soportable el destino trágico, le liman los picos de dolor. A veces, cuando la droga es realmente buena, incluso nos parece que el mundo es un lugar maravilloso, que estar aquí es una bendición desde el primer día hasta el último.

Los escritores, creadores de ficción y artistas en general —y esta es la gran clave extraída de mi día de gripe— prescribimos medicinas para el alivio sintomático de la vida. Somos la Lizipaina de las crisis existenciales.

Y puesto que este es mi blog, lo utilizo con todo mi descaro para automedicarme. Como buen neurótico, conozco mis síntomas y sé cómo aplacarlos. Por ejemplo, con píldoras como ésta. Cortesía de Laboratorios Beck & Kaufman:




miércoles, 28 de enero de 2009

Coraza (III)





En los pasillos de la comisaría flota una tristeza de manicomio. Se escuchan ráfagas de gritos, voces que trepan sobre otras voces para acallarlas, como si la locura y el miedo pudieran ser acallados. Quienes se cruzan se rehúyen la mirada, uniformados o no uniformados, todos preferirían estar en otra parte. También Coraza.
Le han sentado en una oficina gris y le han hecho más de cien preguntas. Las ha respondido todas a cambio de una sola: ¿cómo han matado a Anita?
Un asesinato ritual, ha dicho el inspector jefe.
¿Ritual?
Le vaciaron las tripas y la llenaron de papeles.
Papeles…
Hojas de cuadernos, páginas de libros, listas, dibujos… Estaba inflada como un globo. ¿Tiene idea de lo que puede significar?
Coraza niega, mientras se asombra de sí mismo. De su frialdad. De su entereza. Y comprende que esta es exactamente la función de su medicina. Anita la inventó para protegerlos contra la locura. Para blindar a su ejército.
En una sala de espera alguien grita que los muertos han salido de sus tumbas. Coraza no quiere alzar la vista cuando pasa por su lado, camino de la salida; teme ver los cadáveres andantes, temblorosos y ciertos.
En cuanto pisa la calle, un hombre calvo y achaparrado viene a su encuentro con pasos de comadreja.
—Eres Andrés Coraza, ¿verdad? —Y sin esperar—: Yo soy Roca. Fabio Roca. Pertenezco al grupo. Ya sabes… el grupo de Anita. A mí también me han interrogado. —Ríe sin enseñar los dientes—. No tienen ni idea de a qué se están enfrentando.
Coraza quiere replicar que él tampoco tiene ni idea, pero el canijo le coge del brazo para arrastrarle lejos de la comisaría. En el callejón trasero de un edificio de oficinas les espera una furgoneta vieja sin ningún distintivo.
—Quiero que veas algo —dice Roca, y abre los portones traseros del vehículo.
—No pienso entrar ahí. —Pero Coraza está mareado, sin verdaderas fuerzas para resistirse. Intuye la voluntad de Anita detrás de todo aquello. Anita muerta. Anita rellena de papeles.
—Ella me encomendó la tarea de informarte —dice Roca como si leyera a través de su cráneo. Tal vez lo hace—. Hay muchas cosas que aún no sabes. Cosas importantes. Y no tenemos tiempo que perder.
El calvo salta con agilidad dentro del remolque y tiende una mano a Coraza, que no la toma. Hoy ha decidido que nadie volverá a entrar en contacto con su cuerpo, nunca más. Le palpita la herida bajo el vendaje.
Cuando los dos están dentro, semi agachados, Roca cierra las puertas y enciende una linterna de camping que hay en el suelo. Siete torres de cuadernos se amontonan en un extremo del remolque, amarradas con cintas como fardos de prensa.
—¿Sabes lo que es eso? —Espera a que Coraza sacuda la cabeza—. Anita nunca te habló de la Enciclopedia, ¿verdad?
—No.
—Pero tienes cuadernos —adivina el otro—. Escribes lo que sueñas, ¿verdad? —Ríe al registrar la expresión de Coraza—. Todos lo hacemos. Estamos adiestrados para hacerlo y ni siquiera lo sabemos. Almacenamos datos para una Encilopedia de la Posthistoria.
Coraza piensa en sus fórmulas. En los miles de garabatos sin sentido que lleva meses anotando, cada mañana, como un impulso reflejo. Roca sigue el curso de sus pensamientos, asiente con ceremoniosidad.
—Estamos viviendo los últimos días, Andrés.
—Lo sé. El fin del mundo.
—No. No hay un final. Todo continuará, pero de otra forma. Por eso hay que empezar de cero. Un nuevo conocimiento debe ser alumbrado o estaremos condenados para siempre. Filosofía, ciencia, matemáticas, lengua, lógica. Todo debe ser reinventado. Nada de lo anterior sirve.
—Pero… eso es absurdo. Sólo son sueños. Ni siquiera entiendo lo que escribo cuando me despierto.
—Yo tampoco. Mira. —Coge uno de los cuadernos y se lo tiende a Coraza. Miles de líneas de caligrafía bella e indescifrable—. Persa. ¿Qué te parece eso? Por las noches sueño en persa. No es nuestra misión entenderlo. Sólo somos recipientes de ese conocimiento. Nos limitamos a copiar un dictado.
—¿Un dictado de quién?
Se oye un alarido en el exterior. Alguien golpea la furgoneta y se marcha gritando, perseguido por sus demonios.
—Eh. —Coraza agarra al hombre por la solapa—. ¿Un dictado de quién?


sábado, 24 de enero de 2009

Revolutionary Road




Bueno, hice lo que no debía y fui a ver la película antes de leer la novela. Hay días en los que a uno le apetece ver caras guapas y coches americanos de los años cincuenta, qué más puedo decir. Y oír la música de Thomas Newman.

Revolutionary Road pertenece a ese posible género de "insatisfacción suburbial" del que habla Jon Bilbao: matrimonios que llegan a la treintena y se dan cuenta de que no llevan la clase de vida que alguna vez soñaron con llevar, o de que su tibio éxito laboral-familiar no es suficiente para llenarles el vacío de sus grandes esperanzas perdidas.

Kate Winslet ya hizo otra película en 2006 que trataba de eso, Juegos secretos (Little Children, basada en la novela de Tom Perrotta), y que también me encantó. No lo puedo evitar, me fascinan esta clase de historias donde el precipicio de la angustia y la desesperación tiene el tamaño de un pliegue en el delantal de la vida cotidiana. Donde lo que está en juego no es nada, pero lo es todo.

De esta película van a decir que es un vehículo para los Oscar, que es empalagosa y moralista, inverosímil, vacía, sobreactuada, repetitiva y pretenciosa. Y puede que tengan razón. Por eso no recomiendo a nadie que vaya a verla.

A no ser que te gusten las escenas intensas. Los personajes contradictorios y llenos de claroscuros. Los diálogos como puñetazos en la cara. Los silencios sobrecogidos. Las profecías autocumplidas. La angustia de reconocerte en la pantalla más de lo que te gustaría admitir.

Me cabrean un par de cosas de la película. Pero ni siquiera las voy a mencionar. No existen la película perfecta ni la novela perfecta, y cuando se apunta alto siempre salen dos o tres balas perdidas. A mí Revolutionary Road me ha emocionado, me ha tenido jodido y en tensión durante dos horas enteras de esa forma que sólo te mantienen las películas poderosas, las buenas.

¿En qué consiste ser valiente? ¿Por qué estamos tan seguros de que merecemos algo mejor? ¿Dónde empiezan la representación y la locura?

lunes, 19 de enero de 2009

Clichés, o La Rebelión de los Enanos


ESCENAS QUE VALEN UNA PELÍCULA (IV)

El primer mandamiento del contador de historias debe ser siempre la búsqueda de originalidad. Para repetir algo que ya ha sido contado mil veces, mejor dedícate a otra cosa. La cerámica, por ejemplo. El buen escritor debe tener siempre activado su sistema de detección de clichés y depurarlos sin perder un segundo, tanto los clichés argumentales como los estilísticos. Intentar siempre que su historia sea y suene distinta, única, personal, o al menos trabajar en ella como si fuera posible lograrlo. No ser perezoso. No tirar la toalla y recurrir al shareware mundial de clichés a la primera de cambio.

No poner "un escalofrío le recorrió la espalda" en una novela de terror.
No escribir un cuento sobre alguien que permanece siempre joven mientras su retrato envejece.
No meter flamenco en cualquier película que transcurra en España, aunque sea en Gijón.
No inventarse un supervillano que adquirió sus poderes al explotarle su laboratorio en la jeta.
Etc.

Y no vale ampararse en la excusa de los arquetipos. Una cosa es introducir a un viejo sabio en tu historia y otra cosa es poner... enanos en los sueños.

Tom DiCillo es un director muy extraño e irregular, autor de esta mediocre película titulada Vivir rodando (Living in oblvivion) y de otra que yo adoro titulada Box of moonlightVivir rodando es bastante aburrida porque trata de algo que es esencialmente aburrido: los rodajes de cine. Pero no me digáis que esta escena no vale una película.

Lástima que los clichés no adquieran vida, se rebelen y se marchen airados de nuestras páginas en el mismo momento de escribirlos...

Director/guionista: Tom DiCillo
Intérpretes: Steve Buscemi (actor de rodaje: Pep Antón Muñoz) y Peter Dinklage (Juan Antonio Bernal)




(Aunque Tom DiCillo se confiesa admirador de David Lynch, está claro que esta secuencia es una parodia directa de aquella de Twin Peaks. ¿Podemos decir que Lynch cayó en el cliché, o más bien que fue él quien lo inventó?)

P.D: Y hablando de clichés... Acabo de descubrir en la página de José Antonio Millán una inesperada y divertida utilidad de los lectores digitales: sacar los colores a los autores de best sellers que no saben escribir sin caer en los tópicos y las frases hechas. Ya estamos todos avisados...


sábado, 17 de enero de 2009

sábado




Dice Bradbury que hay que escribir todos los días sin excepción pero hoy es sábado y sabía que no iba a sonar el despertador porque anoche vi que estaba kaput pero no hice nada al respecto y esta mañana hemos dormido hasta que los niños nos han sacado a rastras de la cama para ir a esa exposición de Star Wars que viene anunciada en los autobuses y que todo el mundo dice que es una mierda pero yo es que veo la cara de Yoda y siento la llamada irrefrenable de la Fuerza y a las once estábamos todos listos pero al salir de casa nos hemos dejado unas llaves puestas por dentro y no ha habido más narices que llamar a un cerrajero de urgencias y viene el tío en un coche con una llave en el techo de esas enormes para que todo el vecindario se entere de lo pardillo que eres 60€ por un trabajo de dos minutos y yo pensando que me he equivocado de oficio total que hemos llegado a la Plaza de Castilla casi a las doce pero justo a tiempo para la Escuela Jedi que sí vale puede parecer una chorradita para niños pero yo es que veo a un tipo disfrazado de Darth Vader con la marcha imperial de fondo y se me eriza el vello no lo puedo evitar y luego la exposición pues eso una exposición lo que pasa es que la gente se piensa que va a un parque temático y le van a montar en un Halcón Milenario gigante o algo así y no no es más que eso una exposición muy chula con maquetas y trajes de Star Wars y un poquito de hagiografía de George Lucas y una tienda con muñequitos de la que nuestra cartera no ha salido indemne pero los niños se lo han pasado de miedo toda la tarde jugando con R2D2 y un stormtrooper 15€ + 15€ y me han dejado un rato libre para mirarme esa conferencia de Ray Bradbury en la universidad de Point Loma Nazarene que está colgada en el YouTube y donde cuenta el momento en que rompió a llorar al terminar su cuento “El lago” cuando por primera vez tuvo la sensación de escribir algo auténtico y que mereciera la pena después de diez años intentándolo y habla también de otras cosas y yo me doy cuenta de que nunca le van a dar el Nobel por ser de derechas pero me da igual y luego yo también juego con los niños y salimos a dar una vuelta por el parque vacío se ha hecho de noche y han encendido las luces que alumbran el trozo del muro de Berlín en mitad de la fuente que ya hemos visto un millón de veces pero me sigue pareciendo de los mejores rincones que se pueden encontrar en Madrid y de vuelta a casa a cenar y acostar a los niños pero ellos no quieren irse a dormir quieren dibujar y cuando me enseñan lo que han hecho me hace tanta ilusión que les prometo que lo pondré en internet lástima que mamá no vuelva hasta dentro de un rato del trabajo porque a ella le van a encantar y yo no sé manejar el Photoshop pero hago lo que puedo y puede que no haya sido el sábado más excitante de la historia pero a veces esto es más que suficiente para sentirse en los cielos de Bespin y creo que mañana tampoco haré caso a Bradbury y me quedaré durmiendo hasta que me saquen a rastras de la cama porque de todas formas Bradbury ya se ganaba la vida escribiendo a los veintidós años y yo tengo treinta y seis así que tal vez sea hora de empezar a pensar en mi futuro como fresador.



miércoles, 14 de enero de 2009

Reseñas de "Rojo alma, negro sombra"


Me estaba resistiendo a hacer autobombo, pero después de la crítica de Elia no puedo aguantarme. Gracias a todos los que habéis dedicado algún minuto de vuestro tiempo a escribir bien de mi novela. Esta es la gasolina que me hace seguir funcionando y tecleando cada día.


Elia Barceló para La tormenta en un vaso:

Me alegra particularmente que Ismael Martínez Biurrun haya elegido esta temática para su novela porque soy de la opinión de que necesitamos buenos narradores de lo fantástico y lo terrorífico. Somos ya unos cuantos los que nos dedicamos a este tipo de temas y a suscitar esta clase de emociones en el lector (aparte de los grandes nombres como Pilar Pedraza, José Carlos Somoza, Fernando Marías, habría que recordar también a Félix J. Palma, Marc R. Soto, David Jasso, Emilio Bueso, entre otros), pero es importante que vayamos creciendo en número y en calidad. No hablo de “género” a propósito porque no veo la necesidad de encasillar y etiquetar algo que está en la base de la literatura más antigua y que sólo empezó a perder prestigio hace menos de un siglo, cuando ciertos críticos “intelectuales” decidieron que lo fantástico era “escapista” y, por tanto, condenable.


David Jasso para Hélice:

Aunque Rojo alma, negro sombra posee innegables aspectos terroríficos (bastante dosificados, eso sí), Ismael no se queda sólo en eso y consigue una novela capaz de llegar a todo el tipo de público. La disfrutarán tanto los aficionados a pasar miedo como aquellos lectores ocasionales que busquen una trama interesante y una buena narración.


Emilio Bueso y Roberto Malo para Scifiworld:

Este libro resulta tan especial que ni siquiera encaja bien dentro de la narrativa de género habitual: estamos ante una historia de fantasmas en la que el auténtico terror lo causan las obras y las conductas de los seres humanos, en la que los fantasmas son sombras tan reales como que provienen de las culpas, las faltas y los terribles pecados de las personas. Una narración que invita a pensar y a sentir pero que arrambla con la atención del lector sin darle un respiro en ningún momento.


David Mateo para Anika entre libros:

Rojo alma, negro sombra es una novela piramidal. Una novela con muchas historias que se entrecruzan, más o menos soslayadamente, y que conducen a un final inevitable… o a múltiples finales inevitables. Para muchos, este libro supondrá el descubrimiento de un nuevo escritor.


Diana P. Morales para Literatúrate:

¿Qué se le puede pedir a una historia de fantasmas? ¿Un misterio por resolver? Ahí está. ¿Coherencia? La hay. ¿Intriga? Me lo leí en un par de noches, ya te digo. ¿Qué tenga alguna escena de miedo? Pues sí. ¿Que incluso llegue a provocarte una pesadilla? Lo hizo. Es un cumplido, claro.


Gracias también a Anika por su reseña sobre el Hombre Lobo, a Magnus Dagon, Juan Ángel Laguna Edroso, José María Tamparillas y toda la gente de Nocte con la que comparto los sabores y sinsabores de la literatura del escalofrío. Seguiremos en la brecha.


lunes, 12 de enero de 2009

¡Son las historias, estúpido!


(Think, de Nathan Sawaya)


El asunto del futuro del libro como soporte está tan omnipresente (aquí, aquí, aquí...) que al final yo también me he dejado invadir por la paranoia. ¿Estaré preparándome adecuadamente? ¿Me quedaré tirado en la cuneta de la revolución digital? ¿Debería colgar mis libros en formato pdf o en mobipocket?

En todas partes está la discusión sobre los cómos, los cuándos y los pordóndes del e-book, pero todavía no he oído a nadie preguntarse de qué tratarán los e-books.

Parafraseando a Bill Clinton, me dan ganas de darme una colleja a mí mismo y decirme: ¡Déjate de bobadas, lo que importa son las historias, estúpido! Lo que esos libros cuentan, el contenido que viene entre sus tapas o entre sus bytes será siempre la madre del cordero. Aventuras, romances, terror, historia, emoción. Esas son las únicas cosas en las que deberíamos pensar los escritores. Y en ese sentido, podemos respirar tranquilos: las historias nunca cambian. O siempre cambian. Pero no por culpa del medio de reproducción.

¿Los grupos de música componen canciones de manera diferente ahora que ya no existen los vinilos ni los CDs? No. Porque la única manera de componer una canción es coger un guitarra y empezar a probar acordes.

La única manera de escribir una historia es coger un papel y llenarlo de frases. Sujeto, verbo y predicado. Personajes, acción, resolución. Ser un buen o un mal escritor se dirime en el único ring del papel y el bolígrafo.

Después, cuál sea la mejor manera de envasar esas historias y venderlas es un asunto que nos afecta a los escritores de la misma manera que nos afecta la llegada de la gripe invernal. Puede que nos pille y lo pasemos mal, pero no hay mucho que podamos hacer al respecto. Las vacunas no te garantizan nada.

Por lo tanto, que no cunda el pánico. Cuando los técnicos informáticos, editores y vendedores de electrodomésticos del mundo hayan encontrado su piedra filosofal, en forma de e-book o semejante, se tropezarán con que entonces tienen que volver a la casilla de salida: las historias. Alguien deberá llenar de buenas historias sus nuevos juguetes.

Mientras tanto, el que quiera convertirse en un buen escritor no debería perder la vista mucho más allá de las cuatro esquinas de su folio en blanco. Bastante trabajo tenemos con eso.


sábado, 10 de enero de 2009

Coraza (II)




En sus sueños aparecen fórmulas matemáticas incomprensibles, marcadas como guerrilla conceptual por las paredes y superficies de la ciudad virtual de su mente. Ahora está hablando con su padre muerto, y lloran, en mitad de algún solar vagamente devastado, pero no sabe lo que papá le dice porque toda su atención está puesta en el jeroglífico que trepa por las patillas de sus gafas de montura negra, como un hilo de plata retorcido en el esfuerzo de componer un mensaje codificado. F(c…0[-1]…)x365… El gusano matemático avanza hasta el final, se descuelga y quiere meterse por la oreja de su padre. Ya roza las puntas de los cabellos blancos que asoman del interior del cráneo…
Coraza se despierta con el sonido del timbre.
Nadie le visita los sábados. Y así debería continuar. Por eso no se mueve. Las grietas de la escayola en el techo se cruzan formando una X coja que le recuerda el sueño interrumpido, y de repente es capaz de retenerlo completo hasta en sus últimos matices. Busca su cuaderno bajo la pila de libros que hace las veces de mesilla de noche, desde el suelo hasta el borde de la cama, y resoplando anota la nueva fórmula al pie de una larguísima columna de algoritmos sin sentido.
El cuaderno tiene ochenta páginas, y está a punto de terminarlo.
Din-don. Din-don. Quien llama sabe que Coraza se encuentra allí, y no piensa marcharse sin verle.
Ya está, piensa Coraza. Ha llegado el día. Y se levanta para ir en calzoncillos hasta el cuarto de baño. Donde guarda la medicina. Dos cápsulas de un bote que lleva su nombre. Un trago de agua y no mirarse en el espejo, por si acaso.
Hay un hombre desconocido plantado en el rellano de la escalera. Grande, feo. Coraza lo examina a través de la mirilla el tiempo suficiente para que el otro sea consciente del escrutinio. Y luego más.
Din-don. Din-don.
—¿Andrés Coraza? Soy inspector de policía, abra por favor. —Una voz oxidada, hace pensar en heridas sucias y vacunas antitetánicas.
La puerta se abre y, bajo la bombilla desnuda del recibidor, Coraza descubre que el hombretón está temblando sutilmente dentro de su traje desconjuntado. De pies a cabeza.
—Si no le importa vestirse y acompañarme a comisaría —dice, mirando a ráfagas la mano vendada de Coraza—. Ha ocurrido un suceso grave y nos gustaría hacerle algunas preguntas.
—¿Un suceso grave?
—Un homicidio.
—¿De quién?
—Anita Pagaduan.
Anita. Muerta. Homicidio. Pero no un homicidio cualquiera. El temblor febril del inspector.
—¿Cómo ha sido? —pregunta Coraza, incapaz de sostenerse sin el contrafuerte de la pared.
—No puedo darle los detalles.
Claro que no puede. Sus palabras se desharían como ceniza si lo intentase. Por eso se han dado prisa en buscar al escritor, ha sido una bendición encontrar su nombre en la agenda de la muerta. Para que otorgue textura y solidez a las palabras. Para que el informe forense tenga algún sentido. 
—No estoy detenido, ¿verdad?
El inspector niega. Se muerde el labio inferior como si permanecer allí le infligiese un profundo dolor. Tal vez esté enfermo. Tal vez él también haya empezado a ver las cosas que ve Coraza, dentro y fuera de sus sueños.
Sus huellas dactilares están por todo el apartamento de Anita.
Fue la última persona que la vio con vida.
—¿Le importa que use el servicio? —dice el policía. Y Coraza advierte el vientre que le sube y le baja a toda velocidad, como un animal oculto bajo su camisa.
Tenía razón, piensa Coraza, y se estremece mientras nota el escozor palpitar de nuevo en su mano herida. Anita tenía razón en todo.
Ha llegado el día.

miércoles, 7 de enero de 2009

Storytelling, amén


Espeluznante:



¿Alguien me pueda dar una estaca y un martillo, por favor? Y deprisa…

En fin, me hace gracia esta nueva élite de asesores y MBAs descorbatados que creen haber inventado la rueda del marketing por aplicar una técnica que ya utilizaba un analfabeto (con perdón) de Galilea hace dosmil años para hacer acólitos, antes de convertirse él mismo en objeto de storytelling. Estamos hablando de parábolas, o lo que es lo mismo, de la utilización del lenguaje narrativo y simbólico para el adoctrinamiento de cualquier tipo.

Esta irrespetuosa comparación viene a cuento porque la “economía de la atención” (me da escalofríos sólo con oír el nombre) de la que habla este cantamañanas es la Religión de nuestro tiempo. Y al parecer estos nuevos sacerdotes creen haber descubierto que para introducir órdenes y programación en las cabezas huecas del público —incapaz por lo visto de toda concentración y reflexión— nada mejor que aderezarlas con cuentos e historias llenas de conflicto, drama y heroismo cotidiano.

Si la nueva religión es la economía, la nueva santidad es el Liderazgo. Todo vale para llegar a ser el mejor líder. ¿Y qué nos dice el líder? Que tengamos fe. Que confiemos en nuestros bancos, la nueva Iglesia. Que confiemos en el mercado de futuros, el nuevo Reino de los Cielos. Que cerremos los ojos y no dejemos de practicar el rito diario en los templos de consumo, porque de lo contrario nos condenaremos. Pero ya no sirve bajar de la montaña con una lista de mandamientos grabados en piedra, parece que eso coartaría nuestra libertad como consumidores y no mola, así que aquí llegan los misioneros del buen liderazgo dispuestos a contarnos historias de autosuperación y de reivindicación de nuestro derecho a prosperar, a escalar, a triunfar, a ser líderes de nuestras propias vidas… o al menos portarnos como buenos súbditos y poner nuestro dinero en circulación.

¿Qué hizo Bin Laden al destruir el World Trade Center? Storytelling. Mucho mejor que un millón de sermones y arengas desde lo alto de un minarete: David contra Goliat, un cuento que capta la atención hasta del más despistado, se resume en dos minutos y pasa de generación en generación. Como Hiroshima. Como el Apolo 11. Como matar a Kennedy: historias con minúscula que cambiaron la Historia con mayúscula.

Pero qué disparate, ¿cómo se me ocurre comparar al tipo de arriba con Bin Laden o Truman? A fin de cuentas, lo único que él quiere es vendernos un estilo de vida. 

Un momento… ¿no es eso lo que querían todos?

Vale, estoy desvariando. Pero es que el tema me cabrea.

Como dije una vez por aquí, toda narración encierra una parábola con la que el autor nos transmite consciente o inconscientemente su visión del mundo, pero en la literatura no existe más intención que esa, expresarse, mientras que el storytelling consiste en utilizar el drama y la emotividad para bajar las defensas del cliente/subordinado/votante y manejarlo como un pelele. No lo digo yo, figura en los propios manuales de storytelling: “Las anécdotas permiten «codificar» información. Ofrecen un contenido superficial junto a un significado más profundo. Así, ocultos bajo la superficie narrativa están los supuestos, los modelos, las expectativas y las creencias que guían las decisiones y comportamientos”.

Perverso, ¿verdad?

Pero de todas formas no hay que alarmarse: resulta que la gente no es tan idiota como ellos creen. Hace tiempo que los tenemos calados. Incluso John Carpenter hizo una película sobre ellos en 1988. ¿No me creéis? 

Pues ponéos las gafas y conoced la verdad, si estáis preparados:



(¿Habéis reconocido al tipo de arriba en este vídeo? Sí, creo que sale al final)

domingo, 4 de enero de 2009

Qué bonito



Esto de arriba pertenece a una serie de carteles hechos por el diseñador Adam Thurland para un festival dedicado a Quentin Tarantino. Se trata de un mapa circular donde se ve la interacción de los personajes de Reservoir Dogs a lo largo de la película. Es el mejor cartel de la serie porque tiene la gracia añadida, evidentemente, de que los personajes de la película responden por colores: Señor Rosa, Señor Marrón, Señor Naranja, etc.
¿No sería maravilloso que los procesadores de texto y los programas de escritura de guiones tuvieran una herramienta visual semejante a esta, para que viéramos de un solo golpe si la historia nos está quedando equilibrada y adecuadamente "circular"?

Esto de abajo es la representación gráfica imaginada por Stefanie Posavec para la novela On the road de Jack Kerouac. Cada ramillete es un capítulo y los colores responden a los temas y los personajes mencionados. No parece tan práctico como el anterior, pero ¿a que es mono?
(Merece la pena visitar la web para comprobar el increíble curro que hay detrás de estas florituras u "organismos literarios", como los llama ella)


viernes, 2 de enero de 2009

Cuchilla


Te dejaste la cuchilla de afeitar en el borde del lavabo y tu hijo de tres años la cogió para imitarte. Se hizo un corte en el labio. Nada serio, apenas un milímetro de carne abierta y sangrante. Vino gimoteando y diciendo: “Perdona, papá”. Porque sabía que algo estaba mal, una línea roja había sido traspasada y sentía que era culpa suya, solo suya. Nada más que una minúscula gota de sangre; pero aquella gota lo contenía todo. Todos los errores de todos los padres, todas las heridas de todos los niños, todas las miradas culpables y todos los perdóname cuando ya es tarde. La oscuridad se asomó ese día por el filo de tu cuchilla olvidada en el borde del lavabo, y desde entonces vive alojada en una esquina inferior del espejo, de todos tus espejos.