martes, 30 de diciembre de 2008

Opening titles


Se apaga la luz. El público guarda silencio. Letras blancas sobre la pantalla negra. Melodía oscura, monocorde. Notamos el corazón acelerarse aunque todavía no hemos visto la primera imagen. ¿Por qué? Porque sabemos que a partir de ahora puede pasar cualquier cosa...

Los títulos de crédito de las películas de terror están cargados de una electricidad especial, sobre todo en el interior de una sala de cine. El silencio expectante del público y la oscuridad nos erizan el vello como una premonición: sucesos terribles van a tener lugar delante de nuestros ojos. Y la música... ¿cómo no adorar la música de las películas de terror, incluso las malas, esas que suenan a casiotrón y a compositor amateur (sí, estoy pensando en John Carpenter)? Apenas un puñadito de notas facilonas que se repiten, con un hummmmm continuo de fondo. A veces la música es buena, también.

Y a veces los créditos son tan impactantes que superan al resto de la película. La película se olvida pero los créditos se convierten en un hallazgo artístico que luego es plagiado en otras películas o en publicidad. Por ejemplo, los de Panic room. Lo cierto es que cualquier película de David Fincher arranca con unos créditos asombrosos; quizá los más conocidos sean los de Se7en, pero por su sobriedad yo me quedo con estos:




Otras veces es en el contraste entre la música y las imágenes donde se encuentra el elemento perturbador, como en el siguiente ejemplo. Eso sí, los años no le han perdonado a Kubrick por el uso de la horrible cortinilla vertical y el espantoso color de la tipografía:




Los hay mas desenfadados. Tanto, que incluso incurren en el plagio declarado, como en el caso del "compositor" Richard Band, que directamente coge el tema principal de Psicosis de Bernard Herrman, le mete una base rítmica a lo Luis Cobos y listo. Pero yo se lo perdono, no lo puedo evitar: recuerdo perfectamente en qué sala y casi hasta en qué butaca estaba sentado cuando vi por primera vez girar estos títulos de crédito:




Aunque para música escalofriante, la de Rosemary's baby de Polansky. Por cierto que los créditos terminan justo en el lugar donde unos años después sería asesinado John Lennon:




Eso sí, mis favoritos absolutos continúan siendo los opening titles de Creepshow, con los que por cierto inauguré este blog y descubrí que en internet también existe censura.

En fin, ya sé que hay millones de títulos de crédito mejores que estos, pero ¿qué queréis? El YouTube no da para más. Y mis ratos libres tampoco.

Feliz año a todos. Y no dejéis de ir al cine. En pantalla grande mola más.

JONATHAN LETHEM, IMAGINACIÓN CON SALVOCONDUCTO



JONATHAN LETHEM, IMAGINACIÓN CON SALVOCONDUCTO

Por Ismael Martínez Biurrun.

Publicado en la revista Hélice, número 7.


Si abres la solapa de La Fortaleza de la Soledad (Mondadori, 2004) y tu curiosidad es lo suficientemente tenaz para arrastrate hasta el penúltimo párrafo de la sinopsis, descubrirás quizá con sobresalto que lo que tienes entre manos es una novela fantástica: “Y esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción”. Siendo justos con el editor y el solapista, hay que reconocer que la novela despliega muchas más dimensiones que la fantástica, que verdaderamente constituye un retrato social y generacional del Brooklyn de los setenta y bla, bla, bla. Pero resulta que también salen hombres que vuelan, anillos que producen invisibilidad; no es algo que pueda obviarse tan a la ligera en una sinopsis, ¿verdad?
Este curioso “síndrome de las solapas olvidadizas” también tiene en España una ilustre víctima propiciatoria, llamada Albert Sánchez Piñol. Imposible saber, por el texto de su sinopsis, que La piel fría (Edhasa, 2003) trata de un hombre asediado por miles de criaturas anfibias en una isla perdida. ¿Y cómo adivinar que Pandora el el Congo (Suma de Letras, 2005) es algo más que una novela exótica de aventuras y romances africanos, leyendo el resumen de su contraportada?
Las editoriales generalistas se avergüenzan de publicar historias de género: no hay otra explicación. Por eso camuflan los argumentos fantásticos entre invocaciones a literatos fuera de sospecha como Conrad o Poe y recurren a laudatorias polivalentes de críticos renombrados que podrían aplicarse a casi cualquier novela. Y sin embargo, estas acomplejadas editoriales no se resisten a poner en marcha su poderosa maquinaria cuando uno de estos manuscritos inclasificables, malditos e insultantemente buenos cae en sus manos. 
En esas raras ocasiones se expide una especie de salvoconducto para el autor, llámese Lethem, Piñol o Murakami, que le permite el acceso (aunque sea temporal) al Parnaso de la Gran Literatura, a la primera división donde todos los escritores soñamos con llegar algún día por muy encantados que nos sintamos en el ámbito cómplice y cuasifamiliar del fandom y las tiradas de quinientos ejemplares.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) cuenta con lo que se suele denominar “una de las voces más singulares de la narrativa norteamericana actual”. Pero tópicos y frases promocionales aparte, existen dos razones rotundas por las que cualquiera que se interese por la literatura (en general, y no digamos fantástica) debería arrimarse a cualquiera de sus libros. Primero: Jonathan Lethem es un creador libre, libérrimo, descastado incluso de su propia bibliografía, lo que significa que nunca sabes lo que te puedes esperar en sus páginas, aunque tienes garantizado que será algo insólito. Segundo: Lethem es un buen escritor, es decir, por muy de posmoderno que se le quiera tildar sigue escribiendo con un mimo casi poético por el lenguaje. Se preocupa por la literatura hasta el punto de que su última novela publicada en España (La Fortaleza de la Soledad, a falta de traducir su recientísima You don’t love me yet) acusa en alguno de sus excesos cierta voluntad de constituirse en “la Gran Novela Norteamericana del Siglo”.
Las otras novelas de Lethem publicadas en nuestro país (todas por Mondadori) son: Cuando Alice se subió a la mesa, Paisaje con muchacha y Huérfanos de Brooklyn. En el caso de la primera, es de justicia admitir que la solapa del libro hace un resumen nítido del argumento. Dice así: “La física Alice Coombs abandona a su novio, el antropólogo Philip Engstrand, porque se ha enamorado de uno de sus expermientos: Ausencia, un agujero de gusano, una puerta a otro universo que tiene personalidad propia puesto que discrimina a la hora de absorber cosas y cuyo rasgo más destacable, el que lo convierte en un amante perfecto, es no ser nada”. ¿Es posible mantener un argumento así durante doscientas páginas? Pues sí, para Lethem es posible, y no sólo apoyándose en lo cómico del planteamiento sino consiguiendo que de verdad nos importe y nos emocione lo que les sucede a sus imposibles protagonistas.
En su Paisaje con muchacha, Lethem teletransporta el clásico western Centauros del desierto a un escenario marciano, juega con los límites de “lo extraño” y con los puntos de vista, pero siempre sin desatender el drama pequeño, verosímil y humanísimo de sus protagonistas. Técnicamente, Cuando Alice y Paisaje son dos novelas de ciencia-ficción, y sin embargo creo que quien más decepcionado puede sentirse con ellas es precisamente un lector atrincherado en la ciencia-ficción pura. Porque Lethem no entiende de purezas, no se atiene a las reglas del género. Pero cuidado, tampoco se burla de ellas, no cae en la extendida y aplaudida moda de la mirada irónica: Lethem se toma sus historias y a sus personajes tan en serio como el que más. Y no se queda en la metáfora: Ausencia es un fenómeno físico y real, con sus leyes y sus efectos, igual que inquietantemente reales son los Constructores de Arcos que habitan el planeta de Paisaje con muchacha
Pero hablando de salvoconductos, la novela que oficializó el ascenso de Jonathan Lethem a la liga literaria mundial fue Huérfanos de Brooklyn (2001), Premio Nacional de la Crítica estadounidense No es casual la diferencia semiótica entre los escenarios mencionados en estos dos últimos títulos: a partir de ahora, Brooklyn sustituye a los paisajes ambiguos y sin correspondencia real de las anteriores novelas, y con el nombre llegan en tromba todas las referencias culturales concretas y verídicas de la biografía del propio Lethem, que se harán definitivamente con el protagonismo en La Fortaleza de la Soledad. Huérfanos no escarba en el género de la ciencia-ficción sino en el de la novela negra, que suele tener mejor prensa que la fantasía, y tal vez eso haya influido para convertirla en el punto de giro de su trayectoria personal. De acuerdo con el autor, Huérfanos de Brooklyn también incorpora un elemento fantástico, aunque camuflado entre las investigaciones criminales de la trama, y se encuentra en el lenguaje: la novela está narrada en primera persona por un personaje que padece el síndrome de Tourette, en un discurso obsesivo, juguetón, casi delirante que transforma la lectura en un parque de atracciones verbal.
De las obsesiones personales de Lethem (sobre las cuales se explaya en sus varias colecciones de ensayos, todavía sin traducción al castellano, y que versan principalmente sobre cultura popular americana), hay dos que nos interesan más desde el punto de vista de la teoría literaria: su justificación del recurso a los elementos fantásticos y sus reflexiones sobre la autoría o el plagio.
Sobre el origen de los argumentos de sus novelas, dice Lethem (1): 

“Sólo sé hacer una cosa, y es: juntar a personajes y emociones reales, texturas naturalistas, con material onírico, fantasía, símbolos, y dejar que esa unión sea muy visible, agresivamente visible. Este conflicto entre lo realista y lo anti-realista no es algo que yo me proponga voluntariamente para ser más original o provocador, sino un instinto incontrolable. Para mí, escribir significa eso, y durante mi vida no he hecho otra cosa que repetirlo una y otra vez en diferentes versiones y proporciones. Intento replicar la forma en que funciona la memoria, el deseo, la percepción, y esa forma es mezclando lo que llamaríamos una sensibilidad realista y otra anti-realista. La vida está hecha de experiencias que sentimos como prosaicas y otras que nos parecen irreales, subversivas, metafóricas o alucinógenas. Y lo que yo deseo es capturar algunas de estas distorsiones que se encuentran en la superficie de la vida diaria, darles prominencia. Toda novela es artificial como un pedazo de plástico. Por eso no tiene sentido el eterno debate entre ficción realista y ficción anti-realista. Los lectores quizá no quieran pensarlo así, y es mejor que no lo hagan, pero los escritores deben ser honestos e inteligentes respecto al medio que trabajan. La ficción, como el lenguaje, es artificial y fabulosa por definición. Está hecha de metáforas. El lenguaje en sí mismo es un elemento fantástico”.


No se hace extraño escuchar, en boca de un autor que practica la transversalidad de géneros y la subversión de patrones narrativos clásicos, sus duras críticas al concepto restrictivo y mercantilista de la propiedad intelectual tal como funciona en nuestra sociedad (2). Su tesis parte de que todos vivimos inmersos en una cultura literaria, artística y audiovisual determinada, de la que beben obligatoriamente los autores y en la que dejan flotando su herencia, a modo de regalo, al alcance de cualquier nuevo creador que quiera retorcerla y transformarla en algo distinto, en una nueva perspectiva, más allá de derechos de explotación y de contratos privados. El mejor ejemplo de hipocresía y cicatería creativa lo sustantiva en la compañía Disney, engrandecida a base de adaptar cuentos clásicos (gratuitos), y que sin embargo defiende con uñas y dientes legales el copyright de sus ratoncitos orejudos y demás criaturas animadas.
Lo que Lethem defiende es algo parecido a lo que en España se ha dado en llamar “intertextualidad”, que no es lo mismo que el plagio porque requiere honestidad y cierta buena voluntad por parte del reciclador. Quizá Lethem peca de ingenuo, pero no se puede negar que comienza dando ejemplo con su propia obra. En su página web (3) hay una sección titulada “El proyecto Material Promiscuo” donde regala literalmente los derechos de una veintena de sus cuentos para jóvenes cineastas que quieran transformarlos en cortometrajes.
Dice Lethem: 

“Encontrar la propia voz no consiste en vaciarse y purificarse de las voces de otros sino adoptar y abrazar todas las herencias, influencias y discursos. La inspiración podría definirse como la absorción de recuerdos de experiencias que nunca hemos tenido. La invención, debemos admitir humildemente, no consiste en crear algo de la nada sino en ordenar el caos que nos rodea. En esencia, todas las ideas nos llegan de segunda mano, extraídas consciente o inconscientemente de un millón de fuentes exteriores a nosotros”.

Inspiración, invención, caos y orden. ¿Puede haber mejor definición para la literatura de Jonathan Lethem?



(1) http://www.themorningnews.org/archives/birnbaum_v/jonathan_lethem.php

(2) http://www.harpers.org/archive/2007/02/0081387

(3) http://www.jonathanlethem.com/

domingo, 28 de diciembre de 2008

Temas de conversación



Una cena navideña. Viejos amigos. Los viejos amigos son como la familia, vienen de fábrica, no los puedes elegir, a veces no tienes ningún interés en común con ellos, pero ahí está la gracia. El tema de conversación entre viejos amigos es siempre otros amigos: ¿sabes que Carlos... ? El otro día me encontré con Luisma... A Rosa la despidieron y... Es muy divertido cenar con viejos amigos.

Si se trata de cenar con las antiguas amigas de tu mujer y sus maridos la cosa cambia. También es divertido, pero sobre todo es instructivo. Para empezar, se forman dos grupos. Hombres a un extremos de la mesa, mujeres al otro. Los consortes no hablamos de gente, porque no conocemos a la misma gente. Hablamos de cosas. Actualidad general. Coches. Economía. El fútbol trato de evitarlo porque no tengo ni puñetera idea y me aburre mortalmente. Pero me encanta cuando empleados de banco, auditores y empresarios de la alfalfa me ilustran sobre las distintas formas de sufrir y afrontar la crisis, o sobre si es más inteligente comprar un BMW de segunda mano o un Skoda de primera. Son temas viriles a más no poder. De copazo y puro, según el cliché. Yo no fumo y voy de flojo pidiendo pacharán, pero hago lo que puedo, trato de poner sobre la mesa mis conocimientos sobre la crisis. Soy un treintañero adecuadamente informado, después de todo. Aunque meto la pata cuando anuncio que estoy pensando en cambiar de coche (un farol, me queda al menos otro año largo) y alguien me pregunta: ¿cuántos kilómetros le has metido? Confieso avergonzado que sólo le he metido 59.000 y entonces se disparan las exclamaciones. ¡59.000! ¡Eso no es nada! ¡Estás loco, pero si está nuevo, yo voy  por los 250.000 y tengo coche para años! Me doy cuenta que tener el cuentakilómetros del coche con pocos dígitos es el equivalente mecánico a tenerla pequeña y decido cambiar de tema.

En algún momento alguien cae en la cuenta de que yo soy guionista. Bueno, me estoy quitando, digo. ¿Y qué haces ahora? Escribo. ¿Qué escribes? Novelas. Acabo de publicar la segunda. Qué interesante, ¿y qué tal va? (durante un segundo creo que ha dicho "de qué va", pero entonces caigo en que no) Bien, bueno, es muy difícil vender libros. ¿Se puede comprar en El Corte Inglés?

Es la pregunta clave de la noche. Aquí me juego la razón de mi existencia. ¿Se puede comprar en El Corte Inglés?

Y yo tomo aire y respondo: Sí, bueno, creo que sí... Pero percibo gestos de incomodidad y entonces proclamo: SÍ, ESTOY EN EL CORTE INGLÉS.

A partir de ahí todo va sobre ruedas, me siento normal. Puedo cuantificar mi éxito. Incluso estoy tentado de pedirme un copazo. Pero veo las evoluciones de las chicas al otro extremo de la mesa y comprendo que nunca estaremos a la altura, así que me conformo con una birra. 
Los hombres no bailamos ni cantamos, pero al menos hablamos de viajes, que es un tema más ambisex, diría yo. Y todo el mundo ha estado en Menorca.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Coraza




La mujer se ha parado muy cerca de él, en mitad del pasillo de refrigerados. Desde enero ya no existe un mostrador para la carne. En su lugar, una larguísima cámara llena de bandejas de poliespán: blancas para el vacuno, amarillas para el ave, rojas para el cerdo. Coraza escucha los sollozos por encima del hilo musical, vuelve la cabeza y es el primero en darse cuenta de que lo que está pasando.
—¿Se encuentra bien?
Los ojos de ella no se apartan de la cámara frigorífica, a media altura, como si allí dentro hubiera una persona devolviéndole la mirada. No llora exactamente. Emite un chillido bajo y continuo. Las pulseras de sus muñecas castañetean al final de sus brazos rígidos. Su cesta de la compra yace volcada junto a sus pies. Coraza sigue con gran preocupación el curso de una naranja que rueda cada vez más lejos por el embaldosado resplandeciente.
—Señora.
Va a tocarle el hombro y la mujer le agarra la mano con fuerza. Le clava sus uñas pintadas de color moscatel. Coraza grita, tiene que dar un tirón para zafarse, y la mujer se desploma de rodillas.
Llegan otros clientes. 
—No es culpa mía —dice Coraza. Las primeras gotas rojas comienzan a precipitarse desde el dorso de su mano—. Me ha hecho una herida. 
Desde el suelo, la mujer sigue mirando hacia el mismo punto suspendido en el vacío, donde no hay nada. Solo bandejas. Y una luz intensa, metalizada.
—¿Qué le pasa? —El encargado del supermercado tiene huellas de sudor debajo de los sobacos. Intercambia muecas con el guarda de seguridad—. ¿Quiere que llamemos a una ambulancia?
Sin reacción. Los ojos de la señora cuajados de angustia.
—¿Pero qué ha pasado? —la pregunta dirigida a Coraza como una acusación.
—No…
Y entonces, durante un segundo, Coraza puede ver una cara flotando allí, en el aire frío de la cámara. El rostro surcado de un hombre anciano. Mueve los labios como si terminara una sílaba pero Coraza no la escucha y apenas ve nada más, porque después de un parpadeo el rostro ha desaparecido.
Aquí entran la policía y el Samur, y todo se disuelve en un rumor de chaquetas reflectantes. Coraza responde a lo que puede responder, mientras un enfermero le desinfecta el corte en la mano y por las puertas automáticas están sacando a la mujer todavía aturdida. Al menos ha dejado de llorar. Un policía enorme se mira el reloj y habla por walkie y vuelve a preguntar por el motivo del ataque de nervios de la mujer y Coraza tiene que hacer un esfuerzo para atajar su sonrisa de lunático: ¿a quién puede contarle que él también ha visto una cara flotando entre las bandejas de pollo?
A Anita, por supuesto.
El padre de Anita era filipino. Tal vez por eso ella es pequeña y morena, pero sus ojos son azules y fríos y eso la convierte en una musa de extraña belleza. Tiene un herbolario en su apartamento, medicina natural, dice, muy cara. En realidad es un poco bruja. Se acuesta con algunos de sus clientes, también con Coraza. Pero hoy no.
—Debía de ser un antepasado de la mujer —habla tumbada sobre unos cojines mientras entorna los ojos como si de vez en cuando los quisiera tener rasgados, a voluntad.
Coraza se mueve por la habitación. Se frota la mano donde lleva el apósito.
—Lo dices como si fuera la cosa más normal del mundo.
—No lo es. Los espíritus están revueltos, ya te lo dije.
—Ah, sí, porque se acerca el fin del mundo.
—Coraza —la voz de Anita es ligera y anormal como ella—. Ve a tu casa y descansa. Hoy tienes la cabeza llena de turbulencias. Noto cómo el espacio se oscurece a tu alrededor.
—Perdona. No quería ensuciarte la casa.
Sin embargo él no puede irse dando un portazo, porque necesita su medicina. Necesita la magia blanca de Anita envasada en botes de cien cápsulas. Cuesta más dinero del que Coraza gana con sus libros y sus artículos, pero ya no tiene problema en reconocer que es un adicto.
—Coleccionas nombres —dice él cuando se fija en las etiquetas de otros diez o quince frascos que Anita tiene preparados: “F. Roca”, “G. Fuertes”, “D. Soldado”, “S. Salvador”, “C. Bravo”, “A. Coraza”…
—Sois mi ejército secreto —sonríe ella—. Para cuando llegue el momento.
—¿Estaremos preparados?
—Sí.
—¿Ellos también ven cosas raras?
—Todos. Es la señal de que está comenzando.
—Sabía que dirías eso.
Coraza deja el dinero de la medicina en el cajón de una cómoda, como siempre. Anita tiene todos sus libros alineados en una estantería justo encima. Él no cree que los haya leído. Pero se equivoca en eso. Ella adoraba las novelas de Andrés Coraza antes de saber que se acercaba el fin del mundo y que ella sería la encargada de reclutar, entrenar y comandar el ejército de salvamento.
Las píldoras son traslúcidas. Se distinguen los puntitos de la hierba machacada en su interior cuando las miras bien.
Coraza no sabría decir por qué las necesita, ni qué efecto producen.
Solo que debe tomarlas, porque llevan su nombre.
¿Qué mejor razón puede haber?

Es veinte de marzo. Si hiciéramos caso de Anita, hoy comenzaría la última primavera de la historia.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Indefiniciones


Foto: Joel Martínez

Leo con asombro la descripción del último libro de Stephen King en la lista de bestsellers del New York Times: "Cuentos que mezclan la fantasía con el realismo psicológico". Realismo psicológico, nada menos. Que a estas alturas todavía nadie haya inventado una definición más apropiada para la literatura que escribe King me parece insólito, imperdonable.

Porque "literatura de terror" está muy bien, es una categoría digna y elegante, pero no basta ni mucho menos para describir las características de lo que se escribe ahora, dentro del género, ni para distinguirlo de lo que se escribía en los siglos pasados. Se impone una puesta al día y un consenso en el terreno de las definiciones.

Los candidatos al premio a la mejor etiqueta para el género fanta-terrorífico contemporáneo son: "terror psicológico", "psycothriller", "thriller fantástico", "slipstream", "realismo fantástico"  y "thriller sobrenatural".

Slipstream: según wikipedia, es una clase de ficción no realista que cruza las fronteras convencionales entre los géneros de fantasía/ciencia ficción y la literatura general. Bruce Sterling acuñó el término, explicando: "Es una clase de escritura que simplemente te hace sentir muy extraño, de la manera que te hace sentir la vida en el siglo veinte si eres una persona de cierta sensibilidad". Una definición más bien vaga, me parece a mí.

Thriller sobrenatural: A juzgar por las películas que entran en esta categoría, podríamos decir que son historias de terror o misterio en las que el elemento fantástico es protagonista, generalmente asociadas a conceptos religiosos, el más allá, o criaturas fantásticas. Es una definición bastante precisa, pero me parece peligrosa porque desequilibra claramente la balanza en favor de lo espectacular y lo espectral, y en perjuicio de la verosimilitud y del drama real de los personajes.

Realismo fantástico: Según El rincón del vago, el realismo fantástico pertenece a la literatura fantástica, aunque posee sus propias características: el argumento es un hecho real, al cual se le agrega un "ingrediente ilusorio o fantasioso". Los personajes de este tipo de relatos provienen de la cultura de los pueblos, sus supersticiones, sus tradiciones, su folklore, sus leyendas, su historia, es decir, su idiosincrasia, y a la vez se proyectan generalmente a épocas posteriores, mezclando sentimientos reales con hechos futuristas, por ende, ficticios. Esta definición no me gusta mucho porque sigue siendo confusa y suena demasiado parecido al realismo mágico, que es algo completamente diferente.

Psycological thriller o psycothriller: Según la wiki, es un subgénero del thriller que incorpora elementos del misterio, y que, al contrario que en los otros thrillers, pone más énfasis en los personajes que en la trama. A veces el suspense surge de un solo personaje que debe resolver un conflicto dentro de su propia mente. Normalmente, este conflicto consiste en el esfuerzo por comprender algo que le ha sucedido.

Psycological horror o terror psicológico: Es mi favorita. Dice wikipedia: es un subgénero de la ficción de terror que se basa en los miedos de los personajes, su culpa, sus creencias y su inestabilidad emocional para crear tensión e impulsar la trama. El terror psicológico se diferencia claramente del splatter porque no recurre a los efectos del gore y la violencia, y del horror-of-personality (?). El terror psicológico tiende a ser más sutil que el terror tradicional, y habitualmente juega con el arquetipo de la sombra o el Otro. En otras palabras, genera incomodidad al exponer miedos y vulnerabilidades universales, particularmente las partes oscuras de nosotros mismos que reprimimos o negamos. El principal ejemplo de terror psicológico que propone wikipedia es El sexto sentido.

Dentro de terror psicológico o psycothriller también podría incluirse Rojo alma, negro sombra con bastante exactitud. El problema con estas dos últimas definiciones es que no incluyen (necesariamente) el elemento fantástico, y por lo tanto se quedan un poco cojas y podrían asimilarse con el suspense o suspenso, que se caracteriza por encontrar siempre una explicación realista del misterio.

De modo que no existe ninguna solución perfecta, como no sea la del Internet Movie Data Base, que para etiquetar el género de las películas recurre a la suma de factores. Así por ejemplo, El sexto sentido aparece como: Drama + Misterio + Thriller + (More). Y si pulsas en more te encuentras con una ristra interminable de elementos con sus correspondientes vínculos hipertextuales: Paciente + Trauma + Poder psíquico + Thriller psicológico + Niño + Perturbador + Relación madre-hijo... y así hasta noventa atributos posibles.

Lástima que no quepa todo eso en la cubierta de un libro o en el cartel de una película.

Quizá después de todo, la mejor opción sea decir simplemente: "fantástico".

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Esos bichos raros



No hay nada menos glamouroso que un escritor en ropa de faena. Osea, batín fucsia, zapatillas viejas y gorro de lana para el invierno. Por supuesto, sin afeitar. Es el cliché que encarna Michael Douglas en Jóvenes prodigiosos (Wonder boys, 2000), pero que no es ningún cliché. Con la posible excepción de Ray Loriga, sospecho que todos los escritores lucimos un aspecto cotidiano igualmente deplorable. Es lo que tiene trabajar en casa, donde tu familia ya te da por perdido y el único ser del mundo exterior que puede juzgarte es algún fontanero ocasional.

Tampoco es que al salir a la calle mejoremos mucho. En mi barrio vive Rafael Sánchez Ferlosio, y sólo con verle pasar uno sabe que se trata de un genio, de alguien absolutamente volcado en su mundo interior. Por decirlo de alguna forma. En los suplementos y revistas de literatura no predominan las fotos de bellezones. No me gustaría estar en el pellejo del portadista del Qué leer, con la misión de encontrar cada mes una cara guapa (o al menos potable) para atraer al lector. Y para colmo es un mundo dominado por hombres.

Gracias a la biblioteca municipal de mi barrio, provista de una rancia e interesante videoteca, he podido revisar esta película que tanto me fascina y no sé muy bien por qué: Jóvenes prodigiosos. Bueno, sí lo sé. Me imagino que soy Michael Chabon (antes de ganar el Pulitzer) y suena el teléfono de mi casa. Me acerco con mi batín fucsia al teléfono y respondo; apenas me sale la voz, es la primera vez que hablo con un ser humano en todo el día. Se trata del productor Scott Rudin, y me dice que quiere adaptar mi novela Wonder boys con Michael Douglas en el papel principal, Tobey Maguire, Robert Downey jr., Frances McDormand y Katie Holmes. El director será Curtis Hanson, y de la adaptación no me tengo que preocupar porque se encargará Steven Kloves. Ah, sí —añade antes de que pasemos a hablar de los millones que voy a cobrar por los derechos—, y la canción de la película la hará Bob Dylan. Entonces yo hago como que me lo pienso un poco y digo: hmm, okay, deal.

La escena no ocurrió exactamente así (Chabon es demasiado cool para llevar batín fucsia), pero responde a mi sueño imposible en lo que se refiere a adaptaciones cinematográficas. Sobra decir que en España no hay ningún Scott Rudin, ni Michael Douglas, ni Bob Dylan. Ni siquiera un Steven Kloves. Pero yo tampoco soy Michael Chabon, así que supongo que estamos en paz.

Jóvenes prodigiosos es una película divertidísima sobre todo por el personaje de Grady Tripp que interpreta Douglas, un escritor que sufre lo contrario al bloqueo creativo, es incapaz de dar por concluida una novela que ya va por la página 2532, acaba de ser abandonado por su mujer, su amante se queda embarazada, su mejor alumno se pasea por el campus con una pistola, su editor bisexual se presenta en casa para interesarse por el avance de su libro... Como véis, una historia poblada de bichos raros. Los brillantísimos diálogos de Steven Kloves le merecieron una nominación al Oscar, aunque no sé hasta qué punto hay que agradecérselos al propio Chabon, puesto que la novela —que yo sepa— nunca ha sido traducida. Una pena.

Iba a colgar aquí el increíble videoclip de Bob Dylan (él sí ganó el Oscar) para terminar, pero la compañía Sony no me deja, malditos sean. Ánimo, la canción bien merece el esfuerzo de un click.

People are crazy and times are strange
I'm locked in tight, I'm out of range
I used to care, but things have changed

domingo, 7 de diciembre de 2008

El hermano de las moscas, de Jon Bilbao



Me consta que Jon Bilbao tenía una dura competencia entre los finalistas del Premio Ojo Crítico de Narrativa 2008, así que habrá que suponerle una gran calidad a su colección de relatos Como una historia de terror, con la que se llevó el gato al agua. Lo que pasa es que yo soy muy mal lector de cuentos y por eso he preferido empezar a conocer a este autor asturiano por su primera (y única) novela, El hermano de las moscas (Salto de Página).

Cuenta la historia de un tipo que se transforma en moscas una vez al año. Tal cual. Y de cómo es acogido en la casa de su hermano, precisamente en el momento en que su esposa acaba de tener un bebé. Para más detalles del argumento, aquí.

El hermano de las moscas es un libro sombrío, gélido, aburrido y genial. Sombrío y gélido, porque el argumento, a medio camino entre La metamorfosis de Kafka y La mosca de Cronemberg, está tratado de forma seria y realista. El compromiso del autor con su premisa fantástica es íntegro, y consecuentemente, el tono para abordar semejante historia sólo puede ser dramático, oscuro, claustrofóbico. Imagináoslo. Vuestro hermano se transforma en asquerosos insectos una vez al año, como quien pasa una gripe, pero por supuesto no podéis buscar la ayuda de nadie, porque se trata de un fenómeno para el que ninguna ciencia médica ni de otro tipo tiene respuesta ni tratamiento posibles. Tenéis que ocuparos de él, aseguraros de que ninguna mosca salga volando por la ventana mientras dura la transformación, y mientras tanto, procurar que vuestra hija pequeña no presencie nunca algo que pueda dejarla traumatizada de por vida.

Pero es aburrido, sí, bastante plomo. La metamorfosis tenía cien páginas, éste tiene cuatrocientas. Aunque esa no es la cuestión, claro. La cuestión es que la trama no avanza porque, en realidad, no existe ninguna trama. La investigación del fenómeno nunca llega a consolidar una línea argumental; no hay misterio por resolver, no hay búsqueda de cura. Cuando vamos por la página ciento y pico ya asumimos que el libro no trata de eso, sino de la convivencia. De los personajes. Personajes que tienen una vida de lo más rutinaria, a parte de las moscas. Sus conflictos son internos: autoestima, carencias de afecto. Cine europeo, digamos. Más cerca de Haneke que de Cronemberg. De Cheever y Carver que de Stephen King. Pero no, tampoco ése es el problema; yo también adoro a Cheever y Carver (ejemplos de cómo un estilo puede ser gélido y al mismo tiempo emotivo, pero también ejemplos de lo difícil que es sostener un relato de muchas páginas con ese estilo). Mi problema es con la manera tediosa en que Bilbao nos cuenta el transcurso del tiempo. Lo siento, admito que se trata de una manía personal, pero no soporto los capítulos que arrancan con expresiones plúmbeas de calendario como: "Llegó el mes de junio..."; "A comienzos de primavera..."; "Con el transcurrir de las semanas..". Ya sé que es una tontería, en realidad se trata sólo del síntoma de algo más grave que es la falta de progresión dramática en todo el bloque medio de la novela. Exceptuando un par o tres de sucesos o episodios brillantes, no sentimos que la historia gana velocidad hasta los últimos momentos (eso sí, la intriga sobre el desenlace es poderosa), y da la sensación de que toda la parte central es un puzle montado con piezas que podrían cambiarse de lugar indistintamente, puesto que apenas les une un vínculo causa-efecto. A Bilbao le preocupa más conseguir un efecto descriptivo de slice of life, mostrar la vida cotidiana de los personajes de forma pausada y fragmentada, que componer un crescendo narrativo de los que te hacen preguntarte qué sucederá en el siguiente capítulo y volver las páginas cada vez con mayor ansiedad.

Genial, he dicho también. El hermano de las moscas es una novela genial, porque a pesar de la distancia escalofriante con la que el narrador cuenta la historia, se nota que Bilbao tiene una sensibilidad fuera de lo común para las distancias cortas, el gesto, los silencios, en definitiva para hacer visible el drama invisible. Y eso es muy muy difícil. El dominio de lo no dicho es lo que marca la diferencia entre un escritor correcto y uno excepcional, seguramente. Bilbao no sólo se toma en serio la premisa de las moscas sino que sobre todo se toma en serio a sus personajes, y me refiero a todos ellos, incluso a los que aparecen una sola vez y por casualidad; en cierta forma, al hilo narrativo le sucede a veces como al hermano, que se disgrega, no en moscas sino en correlatos y fotografías móviles de esos personajes fugaces, dando un relieve y una verosimilitud extraordinarias al conjunto del relato.

Otra palabra que me venía a la cabeza mientras lo leía: valiente. Es un libro muy valiente, o al menos me lo ha parecido desde mi butaca de autor que también tontea con lo fantástico. Jon Bilbao disponía de una carta buenísima por el lado efectista, pero ha decidido jugarse la partida a la carta más baja: los personajes y sus miserias cotidianas. Y al final, a pesar de que la lectura se hace larga y exige demasiado crédito al lector, creo que Bilbao ha ganado la partida. El libro es especial. Y a fin de cuentas eso es lo más valioso, opino, dar con una historia que nunca antes se haya escrito, al menos nunca de esa manera.

¿Qué más puedo decir? Alguien que es capaz de construir una novela tan sólida sobre una premisa tan inestable merece toda la atención y todo el reconocimiento que le caigan. Tendré que leerme su dichoso libro de cuentos, me temo. Y me gustará.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Lo bueno y breve



Escribir microcuentos me parece la cosa más difícil del mundo. Contar una historia coherente, completa y que transmita alguna emoción en cien palabras es para mí una misión imposible, y no digamos si encima te obligan a comenzar con alguna frase absurda como "No hasta que por fin me haya mordido". Pero el arte de los  microcuentos tiene sus maestrillos, y ahora también tiene su librillo. Se titula Relatos en cadena (Alfaguara) porque ése es el título del espacio de la Cadena Ser en el que, todos los martes a eso de las 10:30, se elige el mejor cuento enviado por los oyentes a partir de la frase del ganador de la última semana, y así sucesivamente...

Es asombroso cómo la gente se estruja el cerebro y es capaz de producir verdaderas obritas maestras a la medida del concurso. Un ejemplo entre cien: el relato sádico que hizo Isabel González González con la frase de arriba:

No hasta que por fin me haya mordido. Hasta entonces seguiré incordiándole. Igual que hice con ese perro. Le corté los bigotes, le até latas al rabo y le tiré piedras hasta que un día me mordió y mis padres lo devolvieron a la tienda. Con éste, sin embargo, va a ser más difícil. Le araño y apenas se defiende apretándome la nariz. Le pego un chicle y ni se despierta. Sólo llora cuando quiere y, para colmo, me asomo a su cuna y sonríe. También sonríen papá y mamá y yo mismo esta mañana, cuando al fin, he descubierto dos pequeños dientes despuntando en sus encías.

(No por casualidad, Isabel González es la autora que más veces figura como finalista en el recopilatorio. Y vale, sí, es mi mujer, y me muero de envidia cuando veo su libro mejor colocado que el mío en las tiendas, arg)

CHUCK PALAHNIUK: ESCRITURA PELIGROSA


CHUCK PALAHNIUK: ESCRITURA PELIGROSA
Por Ismael Martínez Biurrun

PUBLICADO EN LA REVISTA "HÉLICE", NÚMERO 9.


“Aquella noche, aun siendo niño, Rant Casey solamente quería que hubiera algo que fuera real. Aunque esa realidad fueran sangre y tripas asquerosas”.

Rant, de Chuck Palahniuk.


Escribir es siempre una actividad arriesgada. Sólo tienes una oportunidad de conmover al lector y si fracasas te cortará la cabeza mediante el simple gesto de cerrar el libro. Para un escritor, la indiferencia es la muerte; muchísimo peor que recibir una crítica demoledora es resultar anodino, tibio o irrelevante. Por eso los que quieren dejar huella no tienen más remedio que introducirse los dedos en la boca y vomitar sobre el papel un buen chorro de sus miedos y tabúes, mejor cuanto más descarnados, porque en el fondo los secretos menos confesables son siempre los que mejor conocemos, los que nos hermanan a todos los mortales, y en ese reconocimiento entre avergonzado y perverso radica la magia simpática (o catarsis) de la buena ficción.
Dicho en palabras de Chuck Palahniuk: “Si quieres perturbar al lector, escribe sobre lo que te perturba a ti”.
Y si la indiferencia es la muerte para un autor, podemos estar seguros de que Palahniuk es uno de los escritores más vivos y pletóricos de nuestro tiempo. Un escritor del que se puede decir que es el Don DeLillo de su generación (Bret Easton Ellis dixit) o que “sus libros trafican con el nihilismo precocinado de un estudiante de instituto emporrado que acaba de descubrir a Nietzsche y a Nine-Inch Nails” (Laura Miller en Salon.com).
Palahniuk es un inventor de leyendas urbanas devenido en una de ellas: provocador, misógino, homosexual, huérfano de padre asesinado, desencadenador de desmayos colectivos… Entre su público abundan los angry young man con gafas de sol y pose de hastío existencial que llegaron a él por intermediación de David Fincher y que ya no leen nada que no salga de las teclas de su ordenador, con la posible excepción del ordenador de Easton Ellis.
Pero todo esto es miscelánea intrascendente, pirotecnia de marketing, carnaza para bloggers. Hablemos aquí de lo que importa. De lo que el niño protagonista de Rant andaba buscando: algo que sea real, aunque se trate de sangre y tripas asquerosas.
Hablemos de los libros de Chuck Palahniuk.


Una obra degenerada

Quienes se dedican a poner etiquetas han situado a Chuck Palahniuk (Pasco, Washington, 1962) dentro del género de “horror satírico”, o simplemente lo han definido como “novelista satírico”. Y es indudable que las novelas de Palahniuk guardan parentesco con elementos propios de la sátira clásica, a saber:

“La sátira servía para presentar a rufianes, monstruos, criminales y canallas, así como situaciones infernales y ridículas. Su estilo era grotesco. Subrayaba lo abyecto, lo vulgar y lo feo, y por tanto también la falta de dignidad del cuerpo, las excreciones, la suciedad, la sexualidad y todo aquello que la vergüenza tenía a bien ocultar. Expresaba las transgresiones del orden moral de la sociedad mediante la descomposición de las formas bellas. Por eso se convirtió en el estilo dominante de la literatura moderna del siglo XX que subraya la alienación, el aislamiento y el dolor del cuerpo torturado”. (1)

El propio Palahniuk ha reconocido que el tema fundamental de todas sus novelas es la autodestrucción. Y este interés mórbido del autor se traslada por ósmosis a sus protagonistas, quienes acostumbran a profesar una atracción desmedida hacia todo tipo de experiencias limítrofes con la muerte: enfermedad, accidentes, crímenes.
Por lo tanto, al ingrediente sádico de la sátira habría que añadirle aquí unas gotas de masoquismo; pero en ningún caso se trata del relato cerrado y claustrofóbico de una autoaniquilación vacía de sentido, sino que los personajes de Palahniuk viven inmersos en su sociedad y se caracterizan precisamente por su capacidad para influir (contagiar) y dejarse influir por quienes les rodean. En más de una ocasión (Rant una de ellas) los protagonistas participan en el juego colectivo representando el papel de chivos expiatorios, lo que acercaría más el género al terreno de la tragedia clásica.
Sátira, tragedia… y épica. Existe épica en las novelas de Palahniuk, solo que es una épica trastocada, distinta, construida sobre antimodelos de comportamiento como Rant Casey o Tyler Durden, con cuya lucha nos identificamos muchas veces a nuestro pesar, y que siempre termina adquiriendo dimensiones homéricas, sobrenaturales, obligatoriamente bigger than life.
Igual que otros autores de la llamada generación X, Palahniuk navega sobre las olas del nihilismo posmoderno, aunque son unas aguas de muy poco calado, donde la crítica a la sociedad consumista y la experimentación con códigos éticos alternativos son siempre coartadas transparentes; pero por debajo de la espuma de ironía y de casquería fácil, todas sus novelas narran una búsqueda más profunda, la de una roca sólida donde anclarse para no perecer en el remolino del sinsentido y el relativismo circundante. En el fondo Palahniuk siente la misma indulgencia por sus personajes que los autores más moralistas; les justifica en su maldad o directamente los santifica, y cuando llega el momento de hacer cuentas no duda en transferir la culpa a traumas originarios con los que cerrar el círculo del relato de forma satisfactoria. Nada nuevo bajo el sol, salvo la forma extraordinariamente original de contarlo. Y la mala leche.
Sus libros no están recomendados para todos los estómagos pero se despliegan en las mesas de literatura generalista o contemporánea porque no se dejan enjaular en los márgenes de ningún género ni bajo ninguna etiqueta simplificadora. Fantasmas no era un libro de terror igual que Rant no es un libro de ciencia ficción.


El evangelio de Rant

Rant, la vida de un asesino (Mondadori, 2007) es una novela-rompecabezas construida con testimonios orales, visiones fragmentadas y a veces contradictorias de la biografía de un personaje llamado Rant Casey que vivió o vivirá en una América próxima o alternativa. En muchos aspectos se trata de un relato mesiánico, donde la verdad del protagonista permanece siempre inaccesible para el lector, y cuya aura mítica se nos sirve envuelta y perfectamente empaquetada desde el primer momento para que no nos quepa ninguna duda de la grandeza del relato que iniciamos.
La novela está dividida en tres partes bien diferenciadas: las primeras hazañas bizarras del superdotado niño Rant Casey en su pueblo natal, y su afición a dejarse morder por todo tipo de alimañas; su llegada a la gran ciudad y su inmersión en el mundo de las choquejuergas, donde conoce a su media naranja, una freak llamada Echo Lawrence; y por último, la irrupción de la dimensión fantástica en la trama con inesperadas revelaciones sobre saltos espaciotemporales, en una variación muy sugerente de la llamada “paradoja del abuelo” (¿qué te sucedería si viajases al pasado y mataras a tu abuelo?). Como es habitual en Palahniuk, estas sorpresas finales sirven para reinterpretar todo lo leído anteriormente desde una nueva perspectiva; pero no desvelaremos aquí más de la cuenta. Baste decir que, incluso en sus obras menos brillantes, Palahniuk sigue siendo capaz de forzarnos una exclamación ahogada o una sonrisa de asombro cuando llega el momento adecuado.
Digámoslo abiertamente: Rant no es una buena novela. Si bien el planteamiento en forma de relatos orales tiene su atractivo sexy, resulta obvio desde el primer parlamento que a quien estamos escuchando es al narrador, a Palahniuk. Todos los personajes hablan como él, que es lo mismo que decir que carecen de voz propia, por más que cada uno haga uso de sus correspondientes muletillas y tics. El conjunto de todas las voces produce como resultado, ni más ni menos, la voz narrativa de Chuck Palahniuk en cualquiera de sus otras novelas. Esto puede ser visto como un juego premeditado o como un fracaso narrativo; necesitaríamos conocer las intenciones del autor para juzgarlo.
Menos cuestionable es su patinazo al encajar las principales ideas vectoras de la narración. Da la sensación de que ha formado un pastiche con distintas ocurrencias que rondaban por su cabeza y simplemente se ha limitado a intentar adherirlas unas sobre otras lo mejor posible. Cada una de estas ideas podía merecer una novela independiente: la rabia que transmite el protagonista y su extraordinaria percepción sensorial, las choquejuergas con su singular reglamento al más puro estilo de los clubes de lucha, las transcripciones neuronales que se exo-cargan a través de un puerto instalado en la nuca de todos los ciudadanos, la división y el enfrentamiento social entre los Diurnos y Nocturnos, los viajes en el tiempo con sus particulares condiciones y lógica… 
Quizás el esfuerzo amalgamador de Palahniuk venía forzado por la convicción de que ninguna de estas premisas, por separado, resultaba demasiado original. Las choquejuergas recuerdan demasiado al Crash de J.G. Ballard y a su propio club de la lucha, y qué decir de los saltos en el tiempo o de las experiencias en realidad virtual, graneros históricos de la literatura de género. Palahniuk ha querido entrar en la ciencia ficción como elefante por cacharrería, llevándose todo por delante y sin dar demasiadas explicaciones, por pura diversión. El debate se abre ahora entre los que estamos encantados con que así sea, porque a los genios como Palahniuk les concedemos patente de corso para asaltar el buque que deseen, y los que sienten que no es merecedor de tal licencia.
La dosificación en píldoras orales, por otra parte, no beneficia en nada a un autor como Palahniuk que se caracteriza justamente por la métrica casi musical de sus párrafos y la cohesión monolítica de su discurso, lo que hace sus páginas tan inconfundibles. Palahniuk es un escritor con un gran sentido de la novela, como demostró en sus mejores trabajos: Nana, Asfixia, Diario. Muchos hemos tenido la sensación de que en Nana (Mondadori, 2003) dio lo mejor de sí mismo, alcanzó la cima de su estilo y de su imaginería, y desde entonces asistimos penosamente a la cuesta abajo de su carrera, de la que intenta salvarse con experimentos como Fantasmas o Rant.
Pero no lo olvidemos: para un escritor es mejor arriesgarse y perder que repetirse y aburrir.


En las tripas del minimalismo

Si tuviéramos delante un árbol genealógico de escritores y estilos descubriríamos una línea ascendente desde Chuck Palahniuk hasta el maestro del realismo sucio, Raymond Carver. No se trata de un vínculo sanguíneo, pero casi: el maestro de Palahniuk responde al nombre de Tom Spanbauer, es el inventor del término “escritura peligrosa” y fue alumno a su vez de Gordon Lish, el descubridor y formador de Raymond Carver.
Bien es cierto que poco tienen que ver Catedral y El club de la lucha: la atmósfera de sutil inquietud de Carver es reemplazada por el estallido visceral de Palahniuk, y sus personajes pasivamente alcohólicos son aquí sustituidos por trapecistas del dolor y la depravación más obscena. Carver nunca te deja reír. Palahniuk nunca te deja pensar.
El nexo posible se llama minimalismo, un concepto paradójicamente muy extenso, y que en esencia consiste en no andarse por las ramas, evitar largos párrafos descriptivos y ser asertivo sin emitir juicios ni adornarse con un lenguaje literario. Síntesis es la palabra clave.
En Error Humano (DeBolsillo, 2006) Palahniuk nos describe los cuatro pilares básicos del dangerous writing que aprendió en el taller literario de Tom Spanbauer: 
Primero: los “caballos” que tiran del carro, también llamados ideas repetidas o motivos recurrentes. En el minimalismo, nos dicen, un relato es una sinfonía, que crece y crece pero nunca pierde la línea melódica original. Siguiendo con la metáfora musical podríamos llamarlos estribillos, frases cortas o construcciones que se repiten con una cadencia rítmica. Asfixia es el libro donde el recurso a los estribillos alcanza su paroxismo.
Segundo: la “lengua quemada”. Viene a ser lo contrario al uso de clichés, y consiste en decir las cosas de forma que el lector deba detenerse a interpretarlas por su cuenta. Un ejemplo de su adorada Amy Hempel: “Mis días avanzaban como una cabeza cortada que termina una frase”. Esta afectación puede llegar a irritar al lector, pero es eficaz para mantenerle pegado al papel.
Tercero: el “registro de ángel”. Esto significa que no puedes juzgar a los personajes, no puedes describirlos física ni mentalmente sino que debes sembrar el relato de gestos, acciones y pequeños detalles para que el lector complete la imagen en su cabeza. El caso de Rant representa el mayor grado de descomposición posible de un personaje, que no tiene voz ni escenas propias sino que se reconstruye con testimonios ajenos.
Cuarto: escribir “en el cuerpo”, es decir, convertir la lectura en una experiencia tan sensorial como cerebral, proporcionándole al lector todo tipo de texturas, olores, sabores, o incluso sonidos de tránsitos intestinales.
Además, Palahniuk es fácilmente reconocible por el uso de la primera persona y por la intercalación de reflexiones de tipo sociológico (“Si un número suficiente de gente se cree una mentira, deja de ser una mentira”, Rant) o puramente técnico (“En un estudio publicado en 1945 con el título…”, Asfixia).
Respecto al empleo del lenguaje científico, Palahniuk no inventa nada nuevo. Es interesante observar lo que dice Michel Houllebecq en su ensayo sobre Howard Phillips Lovecraft:

“Si hay un tono que nadie esperaba encontrar en el relato fantástico es el de un informe de disección. Lovecraft parece haber llegado por su cuenta y riesgo a este descubrimiento: la utilización del vocabulario científico puede constituir un extraordinario estimulante de la imaginación poética. El contenido propio de las enciclopedias —preciso, elaborado en detalles y rico en antecedentes teóricos— puede producir un efecto delirante y extático”. (2)


En este sentido, podríamos decir que Chuck Palahniuk es un escritor adscrito a la generación Google, y su estilo de escritura en píldoras alucinógenas y en cócteles de docuficción no queda tan lejos —tan sólo a un océano de distancia— de los integrantes de la española generación Nocilla.
No por casualidad, quien traduce a Palahniuk en nuestro país es el deslumbrante Javier Calvo, autor de El dios reflectante, Los ríos perdidos de Londres o Mundo maravilloso (Mondadori).


A ver si esto no es raro: en este juego los más afortunados son quienes lo ignoran todo: todo sobre géneros, tendencias, generaciones, minimalismos o caballos; los que abren un libro de Chuck Palahniuk por la primera página sin saber en dónde se están metiendo, los que arrugan el ceño por primera vez en su asiento del metro, todavía somnolientos, incrédulos y escandalizados de lo que están leyendo. Pero no hay peligro: no importa cuánta sangre o cuántas tripas les esperen a la vuelta de la hoja, ellos siempre se encontrarán a salvo de salpicones.
Porque no existe tal cosa como el dangerous reading.



(1) La Cultura: todo lo que hay que saber. Dietrich Schwanitz. (Ed. Punto de lectura)
(2) H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida. Michel Houllebecq. (Ed. Siruela)

lunes, 1 de diciembre de 2008

Fantástico vs. posmoderno



Muchas buenas razones para comprarse el número de diciembre de la revista Quimera

Entrevista de Emiliano Molina a Jonathan Lethem, el autor de (la genial) La fortaleza de la soledad y (la intrascendente) Todavía no me quieres. Lethem vuelve a hablar de la mezcla de elementos fantásticos y realistas en su obra: "Mi trabajo consiste en hacerlos chocar en diferentes combinaciones y en diferentes ángulos, a diferentes velocidades. [...] Realmente, no estoy interesado en la jerarquía que se establece entre los géneros: todos me resultan legítimos e interesantes".

El artículo de Germán SierraAprendiendo del porno— donde vaticina la transformación del mundo editorial y concluye: "La existencia de long-sellers va a depender cada vez más de las opiniones compartidas por los lectores en las redes sociales".

El amplio dossier de Narrativas superheroicas coordinado por Jorge Carrión, imprescindible para los aficionados a las historietas de supermanes.

El relato inédito de Javier Calvo: Los niños perdidos de Londres.

Y lo más interesante: la reflexión de David Roas sobre el lugar de lo fantástico en la narrativa posmoderna, titulado: ¿La realidad está ahí fuera?
Roas expone que lo característico del género fantástico es el conflicto entre lo real y lo imposible, y por tanto necesita de una realidad fija y firmemente establecida para funcionar. Sin embargo, ocurre que la literatura posmoderna desactiva ese conflicto al poner en cuestión la solidez de la realidad, al someter a la duda todas las convenciones y percepciones del propio lector, su modo de relacionarse con la realidad y con el libro. Y si no hay referente real, ¿sobre qué podemos apoyar el conflicto fantástico? La respuesta la apunta el propio Roas, presentando dos ejemplos opuestos, uno de la película Lost Highway (David Lynch) y otro de Nocilla Dream, la novela-icono de Agustín Fernández Mallo: la reacción del personaje (sometido a un fenómeno imposible) en uno y otro caso sirve para mostrar la diferencia entre la mirada fantástica y la mirada posmoderna. El personaje de Nocilla Dream no se inmuta cuando aparece Michael Knight en su coche fantástico por una gasolinera de Albacete. El protagonista de la película de Lynch, sin embargo...



Es decir: el personaje de relato fantástico se estremece ante lo imposible; el personaje de relato posmoderno lo contempla con indiferencia o con una leve sonrisa de asombro. Todo vale, en la lógica posmoderna, o lo que es lo mismo, nada vale, todo da igual. 
David Roas apunta la importancia de la parodia en la literatura posmoderna. Yo diría que no sólo es un factor recurrente, sino que la parodia es el fundamento básico de lo posmoderno, y que precisamente en ese extremo es donde se encuentra más alejado de lo fantástico, que inevitablemente exige al lector un pacto de interpretación "serio", no irónico, crédulo.
Creo que con más voluntad que argumentos, Roas termina concluyendo que lo fantástico y lo posmoderno no sólo son compatibles en el panorama literario actual, sino que lo fantástico es literatura posmoderna.
Yo no estoy tan seguro. El hecho de que puedan convivir en las mesas de novedades no significa que existan nexos reales entre la literatura fantástica y la literatura posmoderna. Yo creo que son vecinas, pero no hermanas. Y ya se sabe que la convivencia entre vecinos a veces es complicada...

viernes, 28 de noviembre de 2008

El rock de las edades



He aquí el primer single no-villancico que apareció por mi casa, allá por el año 1984. Lo compró mi hermano, muy audazmente, creo que recomendado por nuestro primo mayor, que venía de Londres o algo así. En realidad ninguno de nosotros sabíamos quiénes eran Def Leppard. Y ni siquiera nos gustaba la canción. Pero sonaba cañero, moderno y transgresor a más no poder. Yo tenía once años. Lo pusimos cinco o seis veces seguidas y luego, con secreto alivio, volvimos a nuestras cintas grabadas de Modern Talking, que eran mucho mejores, dónde va a parar.

El último disco de Def Leppard lo compré hace poco a través de iTunes y no lo puedo escanear porque no tiene presencia física, es sólo un montoncito invisible (y despreciable, todo hay que decirlo) de bytes. Pero no me voy a poner nostálgico y llorar por los vinilos; yo hubiera asesinado por tener una tienda virtual como iTunes en aquellos tiempos, donde pudiera picotear aquí y allá antes de sacar la cartera, y saber exactamente lo que compraba en lugar de pagar por el misterioso cartapacio de un LP del que sólo hubiera oído una canción por la radio, con suerte.

Aunque aquel misterio tenía su cosa. La incertidumbre, la compra arriesgada, la intuición fundada sobre una portada espectacular o un nombre con resonancias artúricas. El primer disco no-banda-sonora-cinematográfica que compré fue Seventh son of a seventh son, de Iron Maiden. Jamás lo hubiera comprado a través del iTunes. Recuerdo perfectamente el gran esfuerzo que tuve que hacer para que me gustara. Qué dolor. Pero me llegó a encantar, por supuesto. Todavía recuerdo las letras, de tanto empollármelas. Oh, sí, porque aquellos discos eran tan obscenamente grandes que cabía toda la letra de sus canciones en la funda de papel, con fotos y demás. No era necesario teclear en el Google: "Iron Maiden Can I play with madness lyrics".

Me lo temía, al final me he puesto melancólico. Pero no soy el único. Y la culpa es de esos dichosos grupos de sesentones con barriga y pantalones ajustados, que se empeñan en seguir sacando material: Metallica, AC/DC, Guns'n'roses, Motorhead, Megadeth Def Leppard han sacado disco nuevo en 2008, ¡y han tenido un gran recibimiento comercial! ¿En qué cabeza cabe eso? ¿Se trata de otro efecto de la crisis, en este caso materializado en una crisis de ideas y de creatividad? Nunca el riesgo y la incertidumbre tuvieron tan mala prensa como hoy, desde luego.

Los videoclips de antes tenían más gracia, también. ¿Que no?



martes, 25 de noviembre de 2008

Llega "Día de perros"


Como para demostrar mi anterior post, Hegemón saca a la venta la próxima semana la nueva novela de David Jasso,  Día de perros , que supone el regreso al suspense más psicológico y realista de La silla después del devaneo con el género más oscuro y fantaterrorífico que fue Cazador de mentiras (a cuatro manos con Santiago Eximeno).

Día de perros se lee de un tirón, y nos cuenta cómo las cosas pueden llegar a complicarse hasta el punto de convertir un juego de chavales en una cuestión de vida o muerte.

David Jasso es un grandísimo escritor de suspense, y también un buen realizador televisivo, como demuestra el siguiente trailer. De su futuro profesional como actor mejor no hablamos.

(Véase en pantalla grande)



El género fantástico sí existe en España



El domingo pasado se publicó en El Mundo un pequeño artículo, fruto de la conversación que tuve con el redactor de cultura Álvaro Cortina hace unas cuantas semanas, que venía titulado con la siguiente frase mía: "El género fantástico no existe en España". Lógicamente de lo que yo hablaba era de la tradición y no del presente de la literatura nacional, como se explica más adelante en el artículo y como resulta evidente por mi propia adscripción dentro del género. Sé que sobra explicarlo, no soy sospechoso de querer dar por muerto lo que más amo. Pero me gustaría decir alguna cosa más:

El género fantástico no sólo está vivo en España, sino que se le puede augurar una modesta edad dorada en un futuro inmediato. Laura Gallego y Care Santos son quizá la punta de lanza de toda una generación de autores nacidos en los setenta que están (estamos) dispuestos a situar la fantasía bien escrita en las mesas de novedades para competir en igualdad de condiciones con el resto de literatura: David Mateo, Emilio Bueso, José Miguel Vilar-Bou, Marc R. Soto, Santiago Eximeno, Alfredo Álamo, etc, etc, etc. Estamos empezando, nadie nos conoce. Pero contamos con el respaldo de tres o cuatro editoriales, pequeñas pero serias, capaces de dar batalla en la medida de sus posibilidades, y cada vez con más editoriales generalistas dispuestas a quitarse de encima los prejuicios sobre el género nacional, gracias al éxito de gente como Somoza, Gallego o Santos.

Y sobre todo contamos con el público, con los lectores. Yo estoy convencido de que el género fantástico es el género más popular y a la vez literario por antonomasia. Porque leer es evadirse, siempre. No existe tal cosa como la ficción realista. Una historia puede hacernos reír o hacernos sufrir, pero siempre tiene que llevarnos a otro lugar, y desde la distancia contarnos algo que tenga sentido, una vivencia que nos podamos traer de regreso al mundo real. Por eso es estúpido ponerle fronteras a la ficción, decir cuál es el límite de la buena literatura en función de su realismo.

En España la fantasía ha sido siempre monopolio de la Santa Iglesia Católica y en consecuencia ha tenido mala fama entre los intelectuales, qué le vamos a hacer, es así. Pero estamos en 2008. El capitalismo se desinfla a toda prisa a nuestro alrededor y es un momento perfecto para imaginar otros mundos posibles, para evadirse en busca de respuestas. Démonos prisa ahora, hagamos correr ese creciente run run, antes de que vuelva la Inquisición literaria y nos amontone otra vez en los rincones oscuros de las librerías, como ensayos de piras fantásticas.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Ellas leen más



Hoy en Público vienen los datos de una encuesta sobre hábitos y gustos de lectura que concluye algo increíble, asombroso, jamás imaginado: a los lectores les gustan más los libros que más compran. Inexplicable, ¿verdad? Me pregunto si el encuestador esperaría otra cosa. Alguna paradoja estadística, quizá. Porque normalmente la comparación se establece entre las ventas y la crítica, donde siempre hay discrepancias y se podrían sacar ciertas conclusiones, pero preguntarle al comprador si le gusta lo que compra...

Eso sí, la encuesta apunta otro dato que a mí me parece mucho más revelador: el peso de las lectoras a la hora de convertir un libro en best-seller. Ya sabíamos que el porcentaje general de lectoras es ligeramente mayor que el de lectores (alrededor de seis puntos), pero resulta llamativo cómo se inclina la balanza en los primeros títulos de la lista de best-sellers: El niño con el pijama de rayas, La catedral del mar, Un mundo sin fin, La sombra del viento...

En realidad yo creo que los hombres mentimos en las encuestas y leemos mucho menos de lo que decimos. Porque, venga ya, todos hemos ido en metro y conocemos bien la imagen: ellos hojeando el Marca con ojos soñolientos, ellas intensamente sumergidas en sus novelones. Puede que no sea muy científico, pero la diferencia salta a la vista.

Otra buena pregunta sería: si hay más lectoras de best-sellers, ¿por qué apenas hay autoras de best-sellers? No tengo ni idea. ¿Qué porcentaje de los manuscritos que llegan a las editoriales son escritos por mujeres y cuál es el porcentaje entre los que se publican finalmente? Ese sí sería un dato interesante. O no. Porque los editores también son editoras, y no cabe sospechar ningún tipo de discriminación. El misterio permanece.

Una dato es seguro, al margen de los sexos: cuanto más se lee, mejor se escribe.


(Fotografía: Marilyn leyendo el Ulises de Joyce, por Eve Arnold)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cumpleaños con alien


ESCENAS QUE VALEN UNA PELÍCULA (III)

Para mí, Señales es una película magistral desde el primer fotograma hasta el último. Sé que tiene muchos detractores, que no le perdonan la falta de lógica de la invasión extraterrestre ni el desenlace con bate de béisbol incluido. Vale. Pero incluso los más enconados enemigos de Shyamalan reconocerán que tiene al menos una escena indiscutiblemente genial, escalofriante e inolvidable, a pesar de que apenas dura minuto y medio.

Se trata de la primera (y penúltima) vez que vemos a los alienígenas invasores en la película, y lo hacemos a través de un informativo de televisión, encerrados en un armario en compañía de Joaquin Phoenix.

Esta escena demuestra por qué Shyamalan es un genio y por qué, en el género de terror, menos siempre es más.

What you are about to see... might disturb you.

Autor/Director: M. Night Shyamalan.
Intérprete: Joaquin Phoenix.



domingo, 16 de noviembre de 2008

La memoria del tiburón, de Steven Hall



Me pone de los nervios. Sale un libro bien escrito, increíblemente original, que roza la genialidad como La memoria del tiburón (Salamandra) y empiezan a caerle pedradas (las más gordas desde el fandom) sólo por el hecho de que viene acompañado por una gran campaña publicitaria y una poderosa maquinaria de distribución. Porque es un best-seller, vamos. ¿Detecto algo de envidia picajosilla, quizá?

No sabía qué demonios era eso de la literatura ergódica hasta que he leído alguna crítica de este libro. Consiste en que el lector participe interactivamente y tal; como aquello de Elige tu aventura, pero dicho en griego. Bueno, pues es verdad que La memoria del tiburón incluye algunos juegos visuales (dibujos hechos con la tipografía, una pequeña animación página-página) que seguro que entusiasmaron al editor en su momento y que potencian esa imagen de literatura lúdica que tanto detestan los críticos (y yo). Pero el libro es mucho más que eso, y quien no quiera verlo, sencillamente demuestra que no es capaz de saltar por encima de sus propios prejuicios.

Eso sí: se puede reprochar al editor su gran desfachatez a la hora de mencionar referencias ilustres y popularísimas en la cubierta del libro: Murakami, Auster, Moby Dick, Palahniuk, Carver, Calvino, Matrix, Tiburón... Cuando lees el libro entiendes por qué se menciona cada uno de esos nombres, pero la sensación inicial es de eslógan pastiche y vocinglero. Yo compré el libro a pesar de su contraportada, no gracias a ella precisamente.

Steven Hall ha sido muy pretencioso con su primera novela, las cosas como son. Pero, ¿qué puedo decir? Me encanta la gente pretenciosa con talento. Ha construido una novela de cuatrocientas páginas sobre una idea que a priori parece anecdótica, insostenible: la existencia de los llamados peces conceptuales, y en concreto de uno que anda detrás de nuestro protagonista para robarle los pocos recuerdos que le quedan. Toda la aventura funciona como historia fantástica, a caballo entre la ciencia ficción y el terror, pero también como metáfora o correlato de un trauma de pérdida completamente real. Para mí, ahí es donde radica la genialidad del libro: conseguir que la aventura física y la interpretación psicológica avancen y funcionen simultáneamente, se refuercen en lugar de debilitarse.

Lo admito, he sentido envidia leyendo este libro. Me da igual que me cuenten que se trata de un libro "de laboratorio", "de equipo", "marketizado", bla, bla, bla. Las ideas buenas son ideas buenas vengan de donde vengan. Y yo no había leído un libro tan deslumbrante desde hace tiempo. Salamandra o no salamandra.

Se le pueden reprochar muchas cosas, vale. Ambigüedad, cabos sueltos, incoherencias, falta de definición de personajes, homenaje-plagio descarado de cierta película de Steven Spielberg, el que mucho abarca poco aprieta, etcétera. Pero todas esas sombras está recompensadas con creces por las luces de la novela. Que son, lo repito: 

El libro está muy bien escrito. Parece una obviedad, ¿no? Pues no lo es.

El argumento es muy original. Ídem.

Es emocionante y emotiva, al menos para quien esté dispuesto a despojarse de su escudo mental de "nomecreonada" y entrar con la guardia baja en la historia.

Recomendar un best-seller es una tontería, ya lo sé. Así que no lo recomiendo. Lo único que digo es que últimamente me despierto más contento por las mañanas, sabiendo que la buena fantasía para adultos existe y algunos editores están dispuestos a apostar por ella.